BUBU (El rincón de Lar)

Tengo este osito desde que tengo memoria. Se lo robé impunemente a mi prima la chiclanera y ni siquiera sufro de remordimientos.

Yo era la dueña de un insulso elefante de goma. Un elefante de orejas enormes y piel amarillenta. Pero Bubu pertenecía a mi prima, que no lo llamaba Bubu ni tenía intención de hacerlo. Como tampoco tenía intención de desprenderse de él.

Ibamos a Chiclana de higos a brevas, pero a mí me gustaba ir porque tenía una prima de mi misma edad, otra un par de años más pequeña y un primo que entonces no era más que un bebé. Mis primas poseían infinidad de juguetes, sobretodo juegos de mesa, y yo, aunque tenía unos cuantos de éstos, no tenía con quien jugarlos, mi hermana por entonces era sólo un pingajo incordiante y pringoso que apenas sabía hablar, mucho menos responder preguntas de cultura general (tan general como pueda saber una niña de 6-7 años), ni contar ni manejar falso dinero más que para chupar las monedas de plástico.

Yo me había prendado de Bubu, y parece ser que una pataleta al final de una visita propició que la tía Pepi me "prestase" al osito hasta mi siguiente visita. Ni qué decir tiene que nunca se lo devolví, y siempre ha estado, orgulloso, mirándome desde su altura sobre el armario, al otro extremo del elefante del que me deshice hace mucho tiempo. Hoy desearía no haberme deshecho de él, pero me dolería mucho, mucho más, si hubiese sido Bubu. Junto con mi muñeca Karina, la primera que recuerdo, me han acompañado toda la vida en mudanzas varias, siempre en mi equipaje de mano por temor a perderlos para siempre.

Su color puede estar gastado, su nariz descolorida casi en su totalidad, pero mi fiel compañero de juegos sabe que le quiero tanto como el primer día. Y que nada me hará evitar la oleada de ternura que siento cuando lo miro.

Si mi prima no le echó de menos lo suficiente como para venir a buscarlo o exigir su pronta devolución, entonces es que no lo merecía.