No es el título de una canción o un poema. Es la pura realidad. La semana pasada me tomé una semana de vacaciones rumbo a Cádiz y en el vuelo de Dublin a Sevilla, justo poco antes del descenso, alertada por otros pasajeros, miré por la ventanilla para ver un enorme arcoiris sobre la húmeda ciudad de Sevilla (han tenido feria pasada por agua).
Pensando naturalmente, que un arcoiris no es más que una ilusión óptica, un juego de luces y agua, un prisma simplístico (no hace falta que os explique algo de primaria), y que nunca llegaríamos a acercarnos a algo que no es palpable. El arcoiris se alzaba ante nosotros y de repente desapareció, para aparecer de nuevo inmediatamente detrás. Habíamos sobrevolado el arcoiris! Lo cual me arrancó una sonrisa, porque cuántas personas han vivido una experiencia tan simple y tan efímera? Me llenó de una paz interior indescriptible. Sobre todo cuando minutos después, en pleno descenso, y al atravesar las nubes, la nave se vió sacudida por fuertes turbulencias.
El aterrizaje tampoco fue un lecho de rosas. El avión tocó suelo, se torció ligeramente y volvió a tocar suelo de nuevo produciendo a la mayoría de pasajeros -a juzgar por el gritito súbito-, esa sensación que uno siente en el estómago al subir y bajar una cuesta en un vehículo o en una noria.
Cuando el avión se detuvo, al fondo en la cola se arrancaron por sevillanas mientras unos turistas americanos aplaudían y unos españoles al frente gritaban un: "Estamos vivos!".
Gracias por volar con Ryanair.
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