sábado, 8 de abril de 2023

Mudando sentimientos

Soy experta en mudanzas. He realizado unas cuantas en mi vida: de casa de mis padres, a vivir en Cataluña con mi emtonces marido. De nuestro primer apartamento (alquilado) al segundo. Tras el divorcio, a Canarias. De allí de vuelta a casa de mis padres; luego a un piso compartido. De ahí a Limerick a la casa donde fui Au Pair. Tras finalizar mi aventura con ellos, a una casa compartida y después a otra porque la dueña la vendía. Casi ocho años después en la última casa, los dueños decidieron vender también, y Jay y yo decidimos irnos a vivir solos juntos. Nos trasladamos a un apartamento de un dormitorio en un bajo justo en el edificio de al lado de la casa donde fui Au Pair así que la zona me era totalmente familiar. El pisito se nos quedó pequeño y nos mudamos al primer piso, que acababa de quedar vacío y tenía dos dormitorios.Y de ahí nos vinimos a Cor a la casa que hemos ocupado durante 10 años hasta que compramos nuestra casa y nos mudamos hace dos semanas.

Dos semanas de abrir cientos de cajas y de empezar a ver la luz al final del tunel. De acostumbrarnos a un vecindario que no tiene nada que ver con el que dejamos atrás, un vecindario donde todos se conocen, se saludan y donde eres el recién llegado. Pero ya tengo amistad con mi vecina de la izquierda. O derecha, si miras mi casa de frente.

Queda muchísimo por hacer, toda la casa por pintar (vamos pintando según vamos colocando. Por ejemplo, primero pintamos la pared donde iría mi armario en el dormitorio. Luego el resto). Quedan muchas cajas aún por abrir y muebles por montar. Empezamos con mucho retraso porque nos mudamos un sábado y el lunes tenían que venir los pintores a pintarnos los muebles de la cocina (qué cambio ha supuesto!) y el del salón. Pero por retraso en otro trabajo, no pudieron venir hasta el miércoles. Y esto significó que no pudimos abrir las cajas de las cosas de cocina para guardar en los muebles, ni poner la mesa. 

Nos encontramos también con la desagradable realización de que no había electricidad ni en la cocina ni en el baño. Llamamos a una electricista una semana antes de mudarnos pero "ya te llamaremos" fue lo único que conseguimos. Después de una semana con la nevera conectada con una regleta al enchufe de salón), llamamos a un segundo electricista. No podía venir porque se había roto una pierna. Llamamos a un tercero que vino finalmente el jueves pasado y que estuvo haciendo comprobaciones hasta las 9 de la noche, ya casi a oscuras. Regresa esta semana para finalizar el trabajo (el lunes es festivo) y esperamos que no nos dé malas noticias y haya que recablear toda la casa porque os podréis imaginar los gastos que conlleva comprar una casa: ya no solo la hipoteca, que en nuestro caso es muy alta debido a la edad, sino también porque hemos tenido que comprar muebles (a excepción de la nevera y la lavadora que ya estaban aquí y aprovecharemos unos años). En Ikea solo hemos comprado estanterías, la mesa de la cocina y la cama del cuarto de invitados. Queríamos muebles de calidad y el resto procede de una tienda local. La cocina hay que cambiarla (el horno tiene MOHO). Me dice la vecina que la casa ha estado alquilada durante años y los últimos inquilinos eran un poco cochinos. Se nota, se nota). Voy a comprar una cocina catalítica pero no llega hasta la semana que viene. Esta no se puede usar, me nego a limpiar mierda de años cuando va a ir a la basura.

Necesitamos un congelador también, soy muy de comprar en grandes cantidades y guardar y tirar de ello sin tener que ir al super cada semana. Y un lavavajillas,aunque este último nos lo regalan mis suegros. Pero claro, para poder comprarlo necesitamos soluconar el tema de la electricidad. La cocina no hay prblema, porque ese fusible es independiente del que falla. 

Y aquí estoy, con unas vistas inmejorables. Desde las ventanas de atrás veo la Catedral de St Mary y la torre de Shandon (también onocida como El mentiroso de las 4 caras). Desde la del frente, inclinando la cabeza hacia la izquierda, la Catedral de St. Finbarr's. 

Y el silencio. Ese silencio que nunca tuve en la otra calle más que al principio de la pandemia. Atrás quedan los ritos de estudiantes borrachuzos toda la madrugada. Los golpes a mi puerta o llamadas al timbre a cualquier hora del día o de la noche como si fueran niños de 9 años. Los partidos al fútbol o freesby de noche en la carretera, la música a toda leche del pub de enfrente, que se convirtió en una absoluta pesadilla. Atrás quedarán para siempre las celebraciones estudiantiles con colas delante de los bares desde las 9am y las fiestas 24/7 en algunas casas.

Silencio. Es todo lo que quiero. Ser dueña y señora de mi silencio.