lunes, 20 de junio de 2016

Relato en Re



Creo que fue un mes después de aquella observación cuando cruzamos miradas por primera vez. Hasta entonces, había sido cauta y discreta en mis observaciones del personaje en cuestión, pero esta vez descubrí algo nuevo que –dado su físico apolíneo- no me extrañó en lo ms mnimo.

Junto a su mesa había un grupo de ruidosas veinteañeras, bulliciosas y cubiertas de pies a cabeza en “atrezzo”. Y cuando digo “atrezzo” me refiero a todo lo que una persona pueda ponerse encima para cambiar su apariencia: extensiones de cabello, pestañas postizas, bronceador artificial que confería a sus pieles un tono anaranjado e irreal, dos kilos de maquillaje, tacones imposibles que a duras penas podían controlar y vestidos cortos. Muy cortos. Algunas llevaban shorts y ajustados tops que dejaban poco a la imaginación. Creo que me estoy haciendo mayor.

Una de ellas –rubia, exuberante, embutida en un corsé rojo y faldita de vuelo- entabló una ebria conversación a gritos con Walter. Se llamaba Anne y había venido desde otra ciudad a pasar el fin de semana. Por su garganta habían pasado ya tres pintas de sidra, un vodka sin hielo y tres chupitos de Jägermeister. Era ruidosa y efervescente como la espuma y Walter respondía a sus preguntas en voz baja, con una sonrisa que cambiaba la iridiscencia de su mirada.

No sé en qué momento le perdí de vista. Mi amiga Maggie me preguntó por mi nuevo trabajo y distrajo mi atención lo suficiente para que cuando desviara la vista hacia el rincón, Walter no estuviera. Su copa medio llena estaba aún en la mesa. Sorprendente, porque durante las semanas que llevaba observándole, solo abandonaba su asiento para pedir otro vino. Jamás le vi ir a los lavabos o fumarse un cigarrillo en la puerta. Tampoco le vi abandonar el local antes del cierre.
La rubia había desaparecido también.

Decidí ir al baño. Una sensación de alivio me invadió al ver a la rubia Anne y su corsé apretado repintándose los labios. Sin embargo, mientras yo hacía lo que había ido a hacer al servicio de señoras, la rubia sacó su móvil del bolsito a juego con los zapatos de charol carmesí y se enzarzó en una conversación con todos los pormenores del polvo de su vida que acababa de echar en el servicio de caballeros –mucho más discreto que el de chicas, pero más “oloroso” también- con un atractivo hombre cuyo nombre ya ni recordaba y que le había dejado unos chupetones en la base del cuello y los senos que sería la envidia de todas sus amigas. Y a pesar de que algo se me removía por dentro, no pude evitar quedarme totalmente quieta en el interior del cubículo oyendo cómo Walter era un amante insaciable que con la experiencia que le daba su edad sabía cómo hacer feliz a una mujer y cómo tocar las teclas adecuadas en aquella melodía de sexo descontrolado y frenesí de labios y lenguas. Vomitivo.

A mi regreso al bar, Walter ya estaba acomodado en su rincón, con algo más de color en las mejillas y un nuevo Cabernet en la mano. El sexo le daba sed. Y yo no podía apartar la vista de aquel rostro hasta que él alzó los ojos y nuestras pupilas se encontraron. Volví la cara, singularmente ruborizada.

A Walter le gustaba el sexo con desconocidas..


martes, 7 de junio de 2016

Relato en Do

I

Conocí a Walter en el Pub Bolton. El Bolton es un bar irlandés, oscuro y con olor a madera vieja, de luz amarillenta que al caer la tarde declina envolviendo a los presentes en una penumbra relajante. Yo solía ir al Bolton cada fin de semana y en alguna ocasión especial con mi grupo de amigos, aunque la primera vez que le vi fue en cumpleaños de Maggie, cuando nos reunimos un grupo reducido de amigas.

Walter siempre se sentaba en la misma mesa redonda en el rincón frente a la puerta y nunca llegaba antes de las 9 de la noche en invierno. En verano no solía aparecer hasta ponerse el sol, tal vez evitando la muchedumbre ruidosa de las tardes largas y los días soleados que atraían a más parroquianos al bar y se apoderaban de su rincón personal. 

Walter vestía como un viejo gentleman: chaqueta oscura, camisa y pañuelo atado elegantemente al cuello, y no aparentaba más de 40 años. Era atractivo, muy atractivo, a pesar del color tan pálido de su piel, pero eso por estas costas no es nada extraño. Sus ojos eran de un celeste casi transparente, lo que me hizo pensar aquella primera vez que era invidente. Su mirada permanecía fija en un punto muerto mientras bebía lentamente de su copa de vino tinto. Sin embargo, cuando una chica con falda muy corta se paseó de camino a los lavabos, su mirada casi translúcida siguió el bamboleo de su redondo trasero con interés.

Un día, unas semanas más tarde, descubrí a Walter sacando secretamente de su bolsillo una petaca de plata con un intrincado diseño con la que rellenó dos dedos de su copa de Cabernet Sauvignon. A pesar de su apariencia casi aristocrática y su atractivo físico, me quedó algo bien claro:


Walter era un rata.

CONTINUARÁ,,,

(Primer capítulo de un nuevo proyecto)

jueves, 2 de junio de 2016

Querida Margarita - una historia Eduardiana de amor en Postales

Este fin de semana me encontré con Margarita en la que se ha convertido mi librería favorita, Waterstones. No es un libro. Es un pack de 100 postales de la época eduardiana, correspondencia entre Margarita, Charles, familiares y amigos de Margarita. Ella y Charles eran los abuelos de Eleo Carson, que un buen día encontró un álbum con más de 500 postales de su abuela, que relatan la historia de amor entre ambos cuando eran jóvenes. Y a pesar de su precio, las adquirí porque hay algo mágico en las postales antiguas. Y vienen muy bien presentadas y numeradas en el dorso para poder tenerlas en órden cronológico.




.Margarita era la hermosa e inteligente hija de Manuel Johnson, el dueño de la fructífera Droguería Johnson, un negocio farmacéutico afincado en la Habana, Cuba. Nacida en 1880, era la hija mayor y la favorita de sus nueve hijos. El padre de Margarita adoraba Europa y decidió que sus hijos se beneficiarían de una educación en ella. En 1888, cuando Margarita tenía 8 años, se marchó a Inglaterra a estudiar junto a sus hermanos Manuel y Alberto. Los otros hijos irían en sucesivos años y su padre los visitaría frecuentemente, no así su madre, que se quedaba en Cuba. 
Tras seis años en Inglaterra, los niños se trasladaron a París durante otros dos antes de mudarse a Alemania. Los 6 chicos estudiaron ciencias para prepararse en el futuro a trabajar con su padre en su negocio. Eran una familia cercana que se mantenía en contacto con cartas y postales, muchas de las cuales aparecen en esta caja.

Cuando Margarita terminó el instituto en Berlín, ya hablaba 4 idiomas a la perfección, y viajó por toda Europa trabajando y traduciendo para su padre y ocasionalmente regresó a Cuba.

En 1900, con 20 años, Margarita se embarcó en un viaje que cambiaría su vida. Viajando desde la Habana a Europa, conoció y se enamoró de Charles Lumb. Charles, un elegante joven de 27 años, trabajaba para un banco inglés y estaba buscando oro en el Oeste americano. Separados por un océano y viéndose en contadas ocasiones, empezaron un romance "de palabra", a través de cartas y postales.

Sin embargo la historia no iba a tener un final feliz para la acomodada cubana y el buscador de oro. Cuando su relación fue descubierta por el padre de Margarita, prohibió de inmediato la misma. Estaba en contra de la relación de su hija favorita con un hombre cuya familia no era ni rica, ni cubana ni católica. Cuando Margarita se negó a obedecerle y acabar su affair, Manuel interceptó las cartas y postales. A Margarita se le partió el corazón, creyendo que Charles la había abandonado. Los amantes parecían destinados a tomar caminos separados.

Tres años después, en 1903, el destino intervino. Margarita estaba escogiendo postales en una tiendecita de Unter den Linden, la calle principal de Berlín, cuando entró Charles. Sin embargo, esta no fue una reconciliación amistosa. Margarita creía que había sido rechazada, mientras Charles la culpaba de terminar la relación. En cualquier caso, todo fue pronto aclarado y su amor floreció de nuevo, esta vez en secreto. Los hermanos de Margarita, que ahora vivían diseminados por toda Alemania, Paris y la Habana, conocían de su amor y se aseguraron de que todas las cartas y postales de Charles llegaran sin que lo supiera su padre.

En Diciembre de 1906, después de tres años de encuentros secretos y mensajes, Margarita y Charles se escaparon a Londres, donde se casaron en St. George's, Hanover Square, con tan solo un recepcionista de hotel y su hermano Alberto como testigos. Manuel se quedó atónito cuando recibió las noticias, desheredando a Margarita y rehusando ver a la pareja. El nunca vaciló y ella nunca fue bienvenida de nuevo en la Habana y Manuel nunca puso un pie en la casa de su hija.

Charles y Margarita vivieron en América antes de mudarse permanentemente a Inglaterra en 1909, donde se asentaron al sur de Londres. Permanecieron felizmente casado y tuvieron 5 hijos, todos con un interés en los idiomas. Su madre, Mercedes, que ahora pasaba parte de su tiempo en Berlín, los visitaba con regularidad, al igual que a sus otros ocho hermanos. Los hermanos de Margarita eran todos científicos, muchos de los cuales se unieron al negocio familiar en la Habana. Theodore, el segundo hijo, se hizo cargo eventualmente de la Droguería Johnson. Fue quien recibió una visita de Che Guevara a las 3 en punto una mañana de 1960, cuando el revolucionario líder anunció la expropiación del negocio del control de su familia y su nacionalización. Ese año muchos miembros de la familia, pero no todos, dejaron Cuba para no regresar nunca. Afortunadamente Manuel había fallecido algunos años antes y nunca vio la desintegración de su país. De cualquier modo, la UNESCO recientemente restauró la Droguería en el centro de la Habana.

En el tiempo en que este idilio tuvo lugar (1900-1906), el envío de postales se había convertido en algo muy popular en toda Europa. La moda era enviar y recibir postales de amigos, en muchos lugares había hasta tres servicios postales al día. La lay en esa época porhibía al remitente escribi un mensaje en el reverso, así que las frases se insertaban a los lados de la imagen de la postal.


Las postales se guardaban en álbumes personalizados y muy elaborados y Margarita se hizo uno. Durante un periodo de más de 6 años, las postales llegaron de familiares, amigos y de Charles, que le escribía desde América, Inglaterra y otros países de Europa, allí donde estuviera durante sus viajes.

Margarita amasó una magnífica colección de más de 500 postales que guardaba en dos hermosos álbumes de piel y se convirtieron en sus tesoros para toda la vida. Estuvieron con ella hasta su muerte en 1959, pero antes de fallecer había dado instrucciones de que todas sus cartas y diarios se destruyesen. Sin embaego, los álbumes escaparon este destino y se escondieron en un trastero.

A principios de los 70, su nieta eleo los encontró en condiciones excelentes y las postales le revelaron una bonita historia. Y aquí nos trajo una selección de 100 de las 500 que sacan a la luz un romance de prncipios del siglo XX.