viernes, 29 de mayo de 2009

CARCEL MUNICIPAL DE CORK (CORK GAOL)

Yo, como Bruguera, haciendo refritos. Rescato este post que escribí un 27 de Junio del 2007.
La antigua Cárcel Municipal en Cork, ahora convertida en museo audiovisual, muestra como fue la vida en las cárceles de los siglos XIX y principios del XX y las condiciones en las que vivían sus prisioneros. La cárcel es un imponente edificio en forma de H enclaustrado tras un alto muro de piedra cuya principal entrada es la que se muestra en la fotografía de arriba. Un pequeño patio y unas escaleras en el interior conducen al edificio principal donde se albergaba a los presos.


La Cárcel Municipal o Gaol, abrió sus puertas en 1824. En 1870 se remodela el ala oeste para crear celdas a ambos lados del pasillo. En principio su función era la de alojar momentáneamente a los convictos que más tarde serían enviados a Australia en barcos, y la prisión era mixta, dividiéndose a hombres y mujeres en alas separadas. Ocho años más tarde, por el Acta General de Prisiones de Irlanda, se convertiría única y exclusivamente en una cárcel de mujeres, hasta que los partidarios de no firmar el tratado con los ingleses fueron traídos aquí durante los primeros años de la década de los 20.

La prisión cerraría definitivamente en 1923. Más tarde acogería los estudios de la radio nacional pero al mudarse éstos a un edificio más céntrico y moderno, el edificio se dejó abandonado y en lamentable estado. Años después, considerando la importancia arquitectónica e histórica, se decidiría arreglar los desperfectos y convertirlo en este magnífico museo que no sólo incluye un recorrido audiovisual por las principales instalaciones, sino que también ofrece en su cantina, con gran sentido del humor, dos menús a escoger: el rancho de los prisioneros o la comida del Gobernador.

Justo antes de entrar en el edificio principal, se muestran algunos de los artilugios utilizados en una u otra época para torturar o castigar a los presos más rebeldes o problemáticos, aunque algunas veces, poco se necesitaba en aquella época para ser considerado "problemático".
He de decir que lo mejor de visitar este museo son las figuras de cera que representan a verdaderos prisioneros que ocuparon alguna celda en esta prisión. En la entrada, te darán un original ticket y un casette auto-guía contándonos la historia peculiar de cada personaje.

En el edificio central estaban las instalaciones personales del Gobernador, separadas de las alas destinadas a alojar a los reos, se le servía comida especial, como era de esperar, y desde la entrada hasta su vivienda había un pasadizo por el cual podía acceder a sus cámaras privadas con total seguridad.
También disponía de un gran despacho, cómo no, decorado con un enorme retrato de la Reina Victoria (recordar que por aquellos tiempos Irlanda se encontraba bajo el dominio de la Corona Inglesa), y en alguna ocasión, recibía a los presos para sopesar sus penas y, en caso de necesidad, aplicar castigos cuando había problemas dentro de la prisión.

La foto de la izquierda muestra a una prisionera y la celadora. Esta fue una de las primeras mujeres encarceladas en la Cárcel Municipal. Se dedicaba a la confección de vestuario y a veces se veía forzada a robar el material necesario para sus labores.

Las mujeres celadoras, por su parte, se veían obligadas a vestir horribles vestimentas de riguroso color negro y ocultar su cabello bien repeinado y atado bajo cofias. Tenían prohibido terminantemente utilizar cualquier clase de maquillaje. De esta manera evitaban resultar atractivas a los prisioneros masculinos o a los otros carceleros.

Nos encontramos ahora en el mismo hall de entrada al edificio. Enfrente hay una escalera que nos lleva a diferentes instalaciones del piso superior, y a la derecha de la escalera, al fondo, se encuentra la puerta tras la cual se abre el pasadizo que conduce a las habitaciones privadas del gobernador, y delante de esta puerta, se muestra el curioso objeto de la fotografía mostrada a continuacion:


No es, como parece a primera vista, ni una especie de silla de ruedas ni una sillita para niños.

El artefacto en cuestión se utilizaba para pesar a los presos a su llegada.













Entramos ya en el recinto principal, la carcel en sí. Los muros de piedra rezuman frialdad, y es fácil imaginar las condiciones en las que vivieron los prisioneros aquí, resguardados del frío en sus celdas por una colcha a modo de manta y muy poca comida. Es difícil imaginar que en su tiempo, esta fuera una de las mejores cárceles del país e Inglaterra.

Tras atravesar la puerta de entrada, los convictos eran conducidos por un pasillo hasta la entrada principal a la cárcel y las celdas, donde una sobria puerta de madera pesada se cerraría, a veces para siempre, a sus espaldas.
Algunos sólo estaban de paso, otros eran encarcelados por sólo un mes, y otros nunca verían de nuevo la luz solar. La comida era pobre y escasa y se les hacía trabajar a diario. A veces como castigo se les haría trabajar en labores más pesadas.

La escalera de acceso a los pisos superiores de celdas es sólo una réplica de la original. En su día, los presos debían alinearse para inspección a lo largo de ella. El guardián, desde arriba, tenía una vista privilegiada de todas las celdas.

Los trabajos que los prisioneros debían realizar, se dividían entre los hombres y las mujeres, y variaron a lo largo de los años. A partir de 1837, los hombres se encargaban de profesiones como sastre, zapatero, trabajar en la rueda de agua y otros deberes de la prisión, mientras las mujeres se encargaban de la costura, limpieza, lavado de ropas y sábanas, y otros trabajos de la cárcel. El peor era el de la rueda de agua, donde debían andar como un hamster en una rueda sobre el agua. En esta época debían hacer al menos 9, 240 pies al día.
En 1842, a las labores masculinas se añadió también la de picar piedra, y a las mujeres se le redujo la distancia a cubrir en la rueda hasta 8240 pies por día para recoger del río el agua necesaria para el uso de la prisión.

En estos tiempos, no había separacion entre hombres y mujeres en los cobertizos de trabajo.

En 1856 se introducen labores de castigo. Para los hombres, más rueda, picar piedra, trabajar con maquinaria de manivela, limpiar los terrenos anexos a la prisión y pintar.

En años posteriores se introducen labores industriales como tejer, hacer alfombras, trajes, zuecos, broquetas, recoger estopa, todas ellas labores para los hombres.

Las mujeres recogerían estopa, coserían, hilarían, cardarían lana y ligarían los zuecos.
Las ropas, zuecos, redecillas, escobas, cubos, alfombras y otros materiales se hacían para el uso en la prisión.
La rueda ahora se utilizaba para moler maíz para uso interno.

La primera celda que se puede visitar, representa una escena muy común. El prisionero no era más que un buen muchacho venido a menos que por un mal entendido robó una chuchería, nada importante. El capellán visitaría a los prisioneros fervientes para darles su apoyo y animarles. Sin embargo, muchos de estos jóvenes sabían que, aunque arrepentidos y sabiendo que no iban a cometer nngún tipo de delito de nuevo, ya estaban a ojos de la sociedad, "estropeados", y no les sería posible hallar empleo, por lo que su vida estaba condenada a la miseria, y, en muchos casos, a la delincuencia para poder sobrevivir.

Los detalles de las figuras de cera son dignos de notar, así como las condiciones en las celdas, retratadas con total fiabilidad a lo que se podía hallar en aquellos tiempos.

Opuesta a esta celda hay dos en las que se puede entrar para leer los mensajes y graffitis dejados por prisioneros, la mayoría son de principios del S. XX, y nos encontramos poemas, pensamientos, nombres y fechas.

Durante la visita, se puede entrar en algunas celdas y cerrar la puerta para experimentar la sensación de estar confinado en un pequeño espacio. El ventanuco, a veces, estaba tapiado, y la única luz presente era la luz de gas que se introducía desde el exterior a través de un ventanuco metálico y que iluminaba dos celdas a la vez a través de unos agujeros en la pared.

Una de las labores más remuneradas para el benefcio de la prisión fue la de la estopa. La estopa era una fibra que se obtenía cardando viejas cuerdas poco a poco, escogiendo la fibra a mano. Se usaba para calafateado, por ejemplo, para rellenar las junturas en los barcos de madera. Cuando su uso se hizo obsoleto con la llegada de los barcos metálicos, la estopa se utilizó para rellenar los colchones de la prisión.











Los colchones, como se aprecia en las fotografías, eran tan delgados que sin duda se sentiría con total claridad el frío y la humedad del suelo de dura piedra, y las mantas no eran para nada gruesas.
Había prisioneros, como la mujer en la foto de arriba, que estaban demasiado enfermas para levantarse durante el día. A ello tampoco acompañaba la dieta miserable y escasa que no cambiaría mucho a lo largo de los años, y que consistía básicamente en pan seco y leche, al no haber en la prisión cocinas de vapor para preparar harina de maíz o patatas.

Como he dicho antes, las historias que se cuentan en la visita fueron casos reales, como el retratado en la imagen superior, el de una muchacha que fue encarcelada cuando estaba embarazada de dos meses, sin duda por robar una hogaza de pan o algo similar. Tuvo a su hijo en prisión y fue liberada porque el bebé se puso enfermo. Nada más se sabe de su destino. Tenía sólo 16 años cuando fue arrestada y enviada a prisión.

Las comidas de hombres y mujeres en la institución sólo variaban en la cantidad. Básicamente había dos comidas al día: desayuno y cena.
En 1837, varios libros de récords constatan que las únicas dos comidas servidas a ambos prisioneros consitían en una rebanada de pan seco y un vaso de leche.

A partir de 1842 los hombres recibirían en el desayuno 14 onzas de pan, una pinta de leche (los prisioneros de primera categoría), y 12 onzas de pan y media pinta de leche los de segunda categoría y los menores de 15 años.

La cena consistia en 6 onzas de comida india con 2 onzas de arroz (esto es como dos o tres cucharadas), y una pinta de leche para los de primera categoría, 5 onzas de comida india con 2 onzas de arroz y media pinta de leche para los de segunda clase.

La comida india, aunque suene muy bien, no era más que una especie de sopa ligera con especias.

A las mujeres se les daba 12 onzas de pan con una pinta de leche en el desayuno, a las de primera categoría y 12 onzas y media pinta a las de segunda. La cena se basaba en 5 onzas de comida india y dos de arroz para ambas clases y una pinta o media dependiendo de su condición.

En la foto de arriba, otro de los prisioneros, cuyo único delito fue el de estar borracho en la calle y armando alboroto. Para estos la pena era de un mes en prisión.


Los sentenciados a un mes o menos tenían harina de maíz como cena en lugar de leche. Dos veces a la semana todos tenían harina de maiz y una comida.

En la foto de arriba otro reo, un bribón que vendía todo lo que cayera en sus manos, inteligente y calculador, fue apresado por vender objetos robados. La siguiente fotografía representa al prisionero más joven de Cork Gaol. Durante quince días fue castigado con latigazos a diario. ¿Su crimen?: robar dos tazas de latón.


Posteriormente el chiquillo cumpliría cinco años de confinamiento en un orfanato.

En 1860 las reglas para la alimentación de los reclusos cambió de nuevo, lo cual no quiere decir que recibieran porciones más humanas. Los hombres recibían un desayuno de 8 onzas de comida india con arroz y una pinta de leche y una cena de 14 onzas de pan moreno con dos pintas de leche (un litro).

Las mujeres recibían 7 onzas de comida india con arroz y una pinta de leche como desayuno y 12 onzas de pan moreno y una pinta y media de leche para la cena.

Los menores de 15 años tenían 5 onzas de harina de maiz mezclada con agua (una especie de gachas de avena) y una pinta de leche. De merienda se les daba 8 onzas de pan moreno y una pinta de sopa de avena y para la cena recibían 4 onzas de pan moreno.

Por la noche, las puertas de las celdas se cerraban religiosamente y los presos debían dejar sus ropas fuera de la puerta, en el suelo. Con ello se evitaba que los detenidos intentaran escapar, ya fuese por las inclemencias del tiempo o porque habría llamado bastante la atención ver a alguien completamente desnudo caminando por las calles. Después de todo, Cork Gaol no se encuentra más que a dos kilómetros de distancia de la ciudad.

Una vez más, en 1868 se revisó la dieta de los condenados, cambiando muy poco. En los registros consta el coste total de las porciones ofrecidas. A los hombres se les comenzó a dar ocho onzas y media de una mezcla de gachas con comida india y media pinta de leche como desayuno, una merienda de 14 onzas de pan moreno y una pinta de leche y como cena 5 onzas de pan moreno y media pinta de leche.
A las mujeres se les daba 7 onzas del mismo desayuno y una cena de 12 onzas de pan moreno con 3/4 de pinta de leche, y a los menores de 15 años 5 onzas de gachas con un vaso de leche.

A la derecha, dos figuras de cera repesentan a uno de los carceleros conduciendo al médico a visitar a alguno de los prisioneros. Se les facilitaba undoctor cuando estaban realmente enfermos.

A los reclusos se les permitía salir al patio sólo brevemente, y debían caminar en círculos bajo la atenta mirada de un guardián hasta que se le ordenara parar. Por lo general solo se permitían uno o dos convictos en el patio al mismo tiempo para evitar ataques en los guardias.

Los carceleros, por su parte, tenían sus propios cuartos en la prisión, y no eran ni mucho menos mejores que las celdas de los presos, aunque disponían de chimenea y libertad y una comida algo mejor.

Pasaban su tiempo libre jugando a las cartas como se aprecia en la foto superior y dormían en el mismo tipo de colchón que los internos. Muchos de los guardias eran de la misma condición que los detenidos o habían sido presos con anterioridad, la mayoría tenía un amplio historial delictivo.

A principios de siglo, la cárcel acogio a hombres y mujeres que fueron arrestados políticamente por cosiderarsele rebeldes y traidores contra la Corona. Muchos fueron ahorcados o fusilados, otros trasladados a la prisión de Kilmainham en Dublín, donde célebres revolucionarios de la revuelta de 1916 fueron encarcelados y más tarde fusilados (compatriotas de Michael Collins y Eamon de Valera).

La prisionera más famosa de Cork Gaol fue la condesa de Markiewicz, gran activista revolucionaria a principio de los años veinte.

La cárcel cerraría sus puertas definitivamente en 1923 cuando una instalación más moderna fue construída.



Fotos: Archivo personal.

5 comentarios:

Fauve, la petite sauvage dijo...

Jejejje, esta vez no me has pillado, que este lo había leído en su momento o en una de mis incursiones multientradas...

Muy bueno, digo de nuevo.

"KING" dijo...

yo también lo leí en su tiempo y debo añadir..que espluznante sería quedarte encerrada dentro de esa prisión de noche y con esas figuras...

chema dijo...

hay que ver, mientras que antes se iba a la cárcel por cualquier cosa, y allí los presos estaban en condiciones realmente duras, ahora muchos delincuentes y asesinos campan a sus anchas por las calles. y si van a la cárcel (en la que hoy en día, según cuenta, tienen de todo), en cuanto llevan un mes "portándose bien" les sueltan.
por cierto, conocía la palabra 'gaol', que según creo, que pronuncia igual que 'jail', que es la palabra más común en inglés equivalente a 'cárcel'.

anele dijo...

Chema me lo ha quitado de la boca: hay que ver cómo han cambiado los tiempos, en unos aspectos para bien (mejores condiciones carcelarias) y en otras para mal (los chavales de ahora te roban chucherías y si les dices algo te arrean un guantazo).
Por cierto, paso del rancho, me quedo con la comida del Gobernador.

Shirat dijo...

Me parece genial que recuperes artículos antiguos si son tan buenos como éste.
Esa prisión pone los pelos de punta, madre mía.