La cocina de mi abuela en el cuartito de la calle Argantonio siempre olió a yerbabuena. El olor se mezclaba eternamente con el de sus guisos, mi abuela cocinaba como los ángeles. Ahora, alguien le tiene que hacer las comidas porque se ha olvidado de las recetas ricas, ricas que le daban cien vueltas al Arguiñano, a ritmo de copla y con el traqueteo de fondo de la vieja lavadora, terremoto involuntario de espuma y suavizante. Mientras esperaba en el corredor de la vieja casa a la hora de comer, me cortaba una manzana en gajos, los pelaba, los lavaba, y los colocaba en un platito, sin piel, sin pepitas, sin rabito. Manzana dulzona y preparada como sólo las abuelas saben. Comparto mi manzana con Merceditas sentadas en el gran escalón que da al corredorcillo con baranda metalica que da al patio. El gato Azrael, que es en verdad una gata, viene maullando, seguramente atraído por el dulzor de la manzana. No, no es una manzana, es un pero. Así es como llama la abuela a las manzanas de piel amarillenta. "¿Te corto un pero? La comida estará lista en una hora, cómete un pero". Y yo me lo como. Me ha hecho menudo, con lo que me gusta. Catorce peros me puedo comer y aun tendría sitio para meterme dos platos con menudo. Mamá tambien lo cocina bien, pero la abuela... La abuela lo borda! Y bien picante, como a mí me gusta. Con un vasito de Casera. De segundo ha hecho "moniatos", que no sé cuántas veces he de decirle que se llaman boniatos, con "b" de burra. Pero, al igual que las "almóndigas" y los "clocretas", ella lo llama a todo a su modo.
Mientras le echa un vistazo al caldo rojizo del menudo, asegurándose de que no se queda seco, que a mí me gusta con caldito pa mojar pan, canturrea otra de las coplas de su repertorio: "Ay, que ver mi abuelita la pobre, las faldas que usaba..."
La abuela ni canta bien, ni canta mal. Canta como una abuela. Despues de acabar su canción, comienza otra, "Un clavel, un rojo, rojo clavel..." pero de esta se cansa a la mitad y la enlaza con "Qué tiene la Zarzamora, que a todas horas llora que llora por los rincones..."
La cocina olía a yerbabuena. Cuando los pisos de protección "orficiá" fueron concedidos, con su ventana sobre el paseo de palmeras de la Bahía, en un conveniente primer piso, el olor desapareció, pero los guisos persistieron, ahora con olor a mar y grito de gaviota. Y las coplas.
"La hija de Juan Simon, dicen que quiere meterse a monja..."
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