sábado, 24 de noviembre de 2007

(33º ALBANTA): LA HERENCIA


Cuando murió el abuelo Sebas, ya sabíamos que no nos quedaría gran herencia. Por todo recuerdo, una caja de zapatos llena de viejas fotos y cartas amarillentas, cartas de ternura y pasión florida con faltas de ortografía y más amor que literatura.
Y el miedo. Nos dejó el temor de haber heredado su locura, la que corría por las venas de los Malasaña, por parte materna. Madre era abstemia y no parecía haber heredado el gusto por la uva que el abuelo habia llegado a perfeccionar con el paso de los años, si acaso sólo su mala leche. Pero la Tata Aurora, la hermana del abuelo, que tampoco bebía, y que vivía rodeada de un perro, un loro, 5 periquitos y 14 gatos había sabido aprovechar su parte de la herencia, hasta tal punto que murió sola en un asilo, agarrándose el cuello y gritando que le robaban sus famosos diamantes, los que le regaló el conde. Llevaba medio año ya sin saber si iba o venía, ajena al pasar del tiempo y a lo que le rodeaba. La Tata Aurora había vivido en una casa al lado del cementerio y decía haber vistos muchas almas en pena. Tambien leía el futuro, los posos del café y tenía la habilidad de mantener conversaciones con extrañas muñecas de porcelana.
Por eso, mientras cremábamos el cuerpo del abuelo Sebas, Gumer y yo temblábams de miedo, pensando qué sucedería en los años venideros y quién sería el primero en mostrar las huellas de esa herencia indeseada.
Gumer intentó tomar precauciones. Dejó de probar el alcohol, se hizo numerosos análisis y electroencefalogramas, acudía al psicólogo dos veces al mes. Finalmente se casó y es padre de dos hijos.
En cuanto a mí, la vida tampoco me ha defraudado. Suelo viajar bastante, y canalizo ese miedo e inseguridad hacia el arte. Tal vez mi imaginación la haya heredado del abuelo Sebas, o de la Tata Aurora. Pero si es así, no me importa en absoluto. He llegado a tener mucho poder en mis manos, todo aquel que una persona insana nunca podría llegar a conocer. Me he casado también, con una mujer hermosa, y mi hogar se ha ido llenando de bellos objetos y monumentales obras artísticas que me hacen olvidar el pasado de mi familia. Comando ejércitos, y me codeo con lo mejorcito de la sociedad, dado mi status.
Sin embargo, no estoy contento con las condiciones en las que me hallo en esta posada de mala muerte a la que me han enviado, no sé con qué propósito. No acostumbro a estar rodeado de tanto ruido, ni de personas que no son lo que dicen ser. Tendré que quejarme al posadero de la miseria y la suciedad que me encuentro por los pasillos y de la estrechez de mis aposentos. Yo, Napoleon Bonaparte, con la mano en el pecho puedo asegurar que este sitio no está a la altura de alguien como yo. Ayer mismo vino a visitarme Gumer y pude ver el dolor en sus ojos al comprobar dónde me han alojado estos imbéciles. Hablamos mucho rato, pero tuve que dejarle porque he de ir a buscar a mis generales y discutir la estrategia de la batalla. Me dijo algo de una herencia maldita que al final nos alcanza...


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