Nunca me gustó cuando era pequeña que se me preguntase qué quería ser de mayor. La curiosidad de mis mayores me parecía aburrida y repetitiva. Yo quería ser una heroína de cómic. O escribir fascinantes relatos. Quería protagonizarlos, sentirlos, vivirlos en carne propia. Y esa no era ni por asomo la respuesta que buscaba nadie.
Yo quería ser un poco como Purita Campos. O como sus personajes. Quería ser Esther y quería ser Rita y quería un Juanito y una gran casa con jardin y un columpio colgando de un árbol.
Crecí entre comics, no lo puede evitar gracias al Cielo y a San Ibáñez. Toda clase de comics. Solía pasar los fines de semana en casa de mis abuelos, y mi tío, que aún vivía con ellos y es sólo once años mayor que yo, leía cualquier cómic que caia en sus manos y que luego me dejaba leer. En el caso de los Lilys, procedían de su novia y sus hermanas. Se apilaban sobre un sillón de cuero verde en una típica salita de los años setenta, con sus pañitos de crochet y su mesa camilla, y yo me embullía de cabeza, peleando con Zipi y Zape, esquivando a Mortadelo y las hordas de Vázquez, lanzando un beso al Capitán Trueno y una promesa al Jabato, hasta encontrar mis bienamados Lilys para alimentar mi hábito infantil, aquel que me arrastró a una adicción crónica que no pude y no deseo dejar jamás. Padezco mi tebeoadicción con orgullo y alegremente, siempre lo hice. Cuando se acabó Lily, el Delirium Tremens me llevaba a escapar al kiosko de la esquina quincenalmente en busca de Esther para dejar allí mi paga semanal. Lo que sobraba se iba acumulando lentamente en una hucha en forma de cerdito de color rosa para poder hacerme con los tomos de Esther de la Serie Azul, que leía avariciosamente al amparo de una linterna bajo las sábanas, como hacían las niñas díscolas en la tele o en las aventuras que salían de aquellas páginas.
Lily me presentó al personaje cuando apenas estaba aprendiendo a leer y me enganchó para siempre, identificándome con aquella niña de coletas y pecas que al principio me parecía mayor y muy bien vestida, y que según fuí creciendo me enseñó grandes lecciones de la vida. Aprendí que enamorarse y desenamorarse es un drama insufrible fuera y dentro del cómic, una tragedia que forma nuestro carácter y nos convierte inevitablemente en el adulto que hoy somos. Esther nos enseñaba valores reales. Sentimientos familiares, conflictos de amistad, pasión por diversas actividades. Sus aventuras no eran desmesuradas ni increíbles. Nos podía pasar a cualquiera. Envidiaba, en secreto, la libertad que tenía. El hecho de poder ir a fiestas por la noche cuando muchas de nosotras a esa edad debíamos estar en casa a las diez. Envidiabamos su independencia económica, que a pesar de su juventud podía ganarse algo de dinerillo repartiendo los periódicos mientras nosotras debíamos regatear nuestra paga semanal ayudando a mamá en las tareas domésticas.
Cuando la editorial Bruguera cerró, a finales de los 80, el mundo se nos quedó vacío a los miles de fans de Esther y del comic femenino en general y los años fueron pasando dejando ese hueco difícil de llenar en el alma y un sentimiento de nostalgia que nada pudo reemplazar. Los personajes femeninos de Manga vinieron con falditas imposiblemente cortas y movimientos complicados, y estos personajes, masculinos y femeninos, pronto suplantaron a los héroes y heroínas de ayer.
Sin embargo, nunca olvidamos a Esther y ahora, más que nunca, ha vuelto a nuestras vidas como una amiga a la que no veíamos desde hacía tiempo, pero a la que nunca habíamos olvidado.Yo quería ser un poco como Purita Campos. O como sus personajes. Quería ser Esther y quería ser Rita y quería un Juanito y una gran casa con jardin y un columpio colgando de un árbol.
Crecí entre comics, no lo puede evitar gracias al Cielo y a San Ibáñez. Toda clase de comics. Solía pasar los fines de semana en casa de mis abuelos, y mi tío, que aún vivía con ellos y es sólo once años mayor que yo, leía cualquier cómic que caia en sus manos y que luego me dejaba leer. En el caso de los Lilys, procedían de su novia y sus hermanas. Se apilaban sobre un sillón de cuero verde en una típica salita de los años setenta, con sus pañitos de crochet y su mesa camilla, y yo me embullía de cabeza, peleando con Zipi y Zape, esquivando a Mortadelo y las hordas de Vázquez, lanzando un beso al Capitán Trueno y una promesa al Jabato, hasta encontrar mis bienamados Lilys para alimentar mi hábito infantil, aquel que me arrastró a una adicción crónica que no pude y no deseo dejar jamás. Padezco mi tebeoadicción con orgullo y alegremente, siempre lo hice. Cuando se acabó Lily, el Delirium Tremens me llevaba a escapar al kiosko de la esquina quincenalmente en busca de Esther para dejar allí mi paga semanal. Lo que sobraba se iba acumulando lentamente en una hucha en forma de cerdito de color rosa para poder hacerme con los tomos de Esther de la Serie Azul, que leía avariciosamente al amparo de una linterna bajo las sábanas, como hacían las niñas díscolas en la tele o en las aventuras que salían de aquellas páginas.
Lily me presentó al personaje cuando apenas estaba aprendiendo a leer y me enganchó para siempre, identificándome con aquella niña de coletas y pecas que al principio me parecía mayor y muy bien vestida, y que según fuí creciendo me enseñó grandes lecciones de la vida. Aprendí que enamorarse y desenamorarse es un drama insufrible fuera y dentro del cómic, una tragedia que forma nuestro carácter y nos convierte inevitablemente en el adulto que hoy somos. Esther nos enseñaba valores reales. Sentimientos familiares, conflictos de amistad, pasión por diversas actividades. Sus aventuras no eran desmesuradas ni increíbles. Nos podía pasar a cualquiera. Envidiaba, en secreto, la libertad que tenía. El hecho de poder ir a fiestas por la noche cuando muchas de nosotras a esa edad debíamos estar en casa a las diez. Envidiabamos su independencia económica, que a pesar de su juventud podía ganarse algo de dinerillo repartiendo los periódicos mientras nosotras debíamos regatear nuestra paga semanal ayudando a mamá en las tareas domésticas.
Cuando la editorial Bruguera cerró, a finales de los 80, el mundo se nos quedó vacío a los miles de fans de Esther y del comic femenino en general y los años fueron pasando dejando ese hueco difícil de llenar en el alma y un sentimiento de nostalgia que nada pudo reemplazar. Los personajes femeninos de Manga vinieron con falditas imposiblemente cortas y movimientos complicados, y estos personajes, masculinos y femeninos, pronto suplantaron a los héroes y heroínas de ayer.
Primero, que todo tiene un órden, está el pensar que Esther continuó su vida privada fuera de las páginas de los cómics de Bruguera, como lo hicieron sus lectores, e imaginóbamos que se habría casado con su adorado Juanito y continuado una vida con final feliz. O no. Esther creció con nosotras, y por lo tanto, ahora debía tener nuestra edad, ya entrada en los "taitantos". Y nuestra curiosidad ha tardado veinte años en ser satisfecha pero al fin tenemos la respuesta. Las pasadas Navidades salieron a la luz Las Nuevas Aventuras de Esther, con una Esther de nuestra edad, con un aspecto fresco y moderno y un tipazo de envidia, divorciada, con una hija, Patty (el nombre es un guiño al nombre original de la serie en Inglaterra, Patty's World), de 13 años y con un carácter muy parecido al de su madre cuando tenía su edad. El nuevo cómic tuvo un éxito sin precedentes y la primera edición se agotó en pocas semanas. Hasta el momento se han vendido más de 10.000 copias. La segunda entrega, donde se nos desvelará qué pasó en el pasado, quién es el padre de Patty, quién el exmarido de Esther y muchas otras cuestiones dejadas en el aire, nos llegará de nuevo a tiempo para completar la lista de Reyes.
Mientras tanto Glénat ha decidido reeditar las aventuras clásicas y el pasado 17 de Agosto puso a la venta el primer tomo de una serie que saldrá cada dos meses, aportando material nuevo que originalmente no se incluyó en los tomos (esos que alcanzan precios imposibles en Ebay), y material inédito que en su día Bruguera, sin explicaciones, decidió cortar o censurar. Es por tanto, una labor ardua que su autora, Purita Campos, esta revisando con todo detalle, dibujando de nuevo viñetas, añadiendo o quitando colores y sombras, y de igual modo se están cuidando los errores de traducción, que fueron muchos y que ahora se nos presentará como debieron ser en su día.
Purita está dedicando todo su tiempo y esfuerzo a trabajar conjuntamente en ambos proyectos, en el caso de las Nuevas Aventuras, con el guión de Carlos Portela (un excelente y reputado guionista de tv y cine), y en el caso de las aventuras clásicas, con material original que se retoca o se rehace.
Mientras tanto Glénat ha decidido reeditar las aventuras clásicas y el pasado 17 de Agosto puso a la venta el primer tomo de una serie que saldrá cada dos meses, aportando material nuevo que originalmente no se incluyó en los tomos (esos que alcanzan precios imposibles en Ebay), y material inédito que en su día Bruguera, sin explicaciones, decidió cortar o censurar. Es por tanto, una labor ardua que su autora, Purita Campos, esta revisando con todo detalle, dibujando de nuevo viñetas, añadiendo o quitando colores y sombras, y de igual modo se están cuidando los errores de traducción, que fueron muchos y que ahora se nos presentará como debieron ser en su día.
Purita está dedicando todo su tiempo y esfuerzo a trabajar conjuntamente en ambos proyectos, en el caso de las Nuevas Aventuras, con el guión de Carlos Portela (un excelente y reputado guionista de tv y cine), y en el caso de las aventuras clásicas, con material original que se retoca o se rehace.
Para los que no estén familiarizados con Esther, comentar que apareció por primera vez en la publicacion inglesa Princess Tina a finales de Agosto de 1971, pasando posteriormente a Girl, Pink y Mates. En España la veríamos por primera vez en las páginas de Lily en 1974 y más tarde en la revista Esther quincenal y en Pecosa, aparte de las Joyas Literarias, los tomos y los múltiples formatos en que se publicaron. Su imagen cambió con los años, su peinado, sus ropas, en su Newhampton natal, como cambiaría el de Rita, Juanito o la malvada Doreen.
A Purita, como a Trini Tinturé, y otros muchos grandes artistas del cómic español, Bruguera la infravaloró y no se le dió el reconocimiento que merecía. En la España setentera, ser mujer no era fácil, y ser mujer y dibujante, era peor aún. Los derechos de autor no existían, y por lo tanto el trabajo que entregaba a la editorial nunca era devuelto a sus autores ni recibían royalties del uso de las imágenes publicadas.
Tras la debacle del cierre de las oficinas editoriales, Purita continuó trabajando para la revista holandesa Tina con la creacion de diferentes personajes, y aún tiene unas páginas semanales en esta publicación. Aquí, a finales de los ochenta tuvimos a Jana, en la revista homónima de la ediorial Sarpe que será probablemente reeditada en cuanto el trabajo con Esther deje algun hueco.
De momento, tenemos a nuestra Esther, las que las estherianas pedíamos a gritos. Esther ha vuelto. Y ha vuelto para quedarse.