miércoles, 14 de mayo de 2008

COCINERO ANTES QUE FRAILE

He hablado con anterioridad de mi abuelo paterno, pero he mencinado siempre de pasada a mi abuelo materno, en cuya casa me crié, en aquel cuartito multiuso.


Mi abuelo siempre fue un librito de historias. Su mente parecía no tener límites, pero por desgracia, el alcohol jugaba una gran parte en esa imaginación ilimitada. Muchas veces pensé que la locura anidaba en él, y rezaba por que no fuera algo genético, o no corriera en la sangre. Tal vez en el fondo, corre en mis venas, dando rienda suelta a mi imaginación, que procuro canalizar por otros medios.



Mi abuelo fue cocinero. En la mili, donde hacía caldos y potajes y donde tenía a su inseparable perro Canelo, que creo que luego adoptó personalmente, hasta que el can murió de puro viejo.



Mi abuelo fue legionario. O eso decía él, que durante años guardó su uniforme. Con orgullo enseñaba las cicatrices que la metralla dejó en sus piernas para siempre. En la solapa de sus camisas abiertas, o en las chaquetas, siempre llevaba su insignia del club de legionarios.
Mi tío me dijo un día que no había ni llegado a ir al frente, que había sido corneta en la legión a los 14 años y que, herido por la metralla, eso sí, fue enviado a casa tras sólo dos días en el "trabajo".



Mi abuelo fue sacerdote protestante. Numerosas biblias abultaban su bilbioteca, libros de protestantismo, la vida de Martin Lutero y otros personajes claves del luteranismo. Dicen que esto es lo que perdió para siempre su mente. Mi abuelo era el epítome del protestantismo, obsesionado con ello y total detractor de cualquier otra religión.



Mi abuelo era libre pensador. Es decir, pensaba lo que le daba la gana. Para él, no existía más música digna de ser oída que las marchas militares (creo recordar aquellas cintas de casette en eterno sonar en su viejo armatoste de metal plateado y plástico duro negro, con marchas militares de cualquier tipo y bando). Y por supuesto, estaba el Gran Maestro Gardel. A mi abuelo le apasionaba Gardel y sus tangos lánguidos. Porque para su libre pensamiento, todos aquellos melenudos en látex y ropas eléctricas no eran más que una panda de "maricones" (debía ser, también, xenófobo, pues), y su frase cada vez que uno de estos aparecía en televisión era: "Pobre de los panaderos que se tienen que levantar a las cuatro de la mañana para hacer pan para estos tipos".
Admiraba a Charlie Chaplin, al Gordo y al Flaco y a Buster Keaton, su favorito.

Mi abuelo era alcohólico. Un borracho, vamos. Unas veces más y otras menos, por temporadas. Creo que su peor época fue en los setenta, ahí lo pasé mal viendo el trato que daba a mi abuela. A mí jamás me puso una mano encima, a mi madre y mi tío tampoco, pero a mi abuela la llevaba por la calle de la amargura. Nunca la he visto con moratones ni mucho menos. No le vi nunca pegarla, pero sí creo que su abuso era más bien psicológico.

Pero mi abuelo, ante todo, era un abuelo. Ese que te cuenta historias, el que te trae regalos sin tener que ser una fecha determinada. El que te come a besos y te mima en todo lo que puede. El que a la llegada de los "Todo a cien" siempre me traía pendientes horrorosos, porque sabía que me vuelven loca los pendientes, de todas las formas y colores, pendientes que nunca me puse y muchos de los cuales aún conservo.

Mi abuelo, el coleccionista de relojes, de mecheros y de objetos inútiles. Sus relojes (un cajón lleno de ellos, de todas clases, formas y tamaños), nunca funcionaron. Algunos eran antiguos, valiosos, de marca. Otros eran de mercadillos, comprados por cincuenta pesetas. Se entretenía desmontándolos, estudiando su mecanismo y volviéndolos a montar (había una cajita de latón a donde iban a parar todas aquellas piezas que al recomponer el reloj, "sobraban"). Casi del mismo modo compulsivo, coleccionaba mecheros de todas clases y "tonterías" varias. como su nieta, la que suscribe.



Sin embargo, abuelo, tengo que pedirte perdón por haberte ignorado en la calle cuando iba con mis amigas, por sentirme a veces avergonzada de tí. Por cruzar de acera o entrar corriendo en cualquier tienda. Por mirar escaparates y hacerme la "longui". Te pido perdón por no haberte querido más, por no haberte sabido querer lo suficiente. Fuiste un buen abuelo, uno que estuvo cerca y que me acogió cuando necesitaba calor humano. Eras un pesado, un trolas y un amante del valdepeñas, pero te quise, y me dolió que la última vez que te vi estuvieras en una cama entubado y, según los médicos, sin oirme. Pero sé que tú sabías que yo estaba allí. Que volé corriendo para verte antes de que fuese tarde.

Tal día como hoy te fuiste para siempre, pero en mis sueños, que los tengo, sigues vivo. Todo un señor. Mi abuelito lindo, que me enseñó las horas del reloj con una vieja pizarra, que me enseñó a leer y me inculcó el amor por los libros.

Y mira qué día tan bonito hace hoy. ¿Lo ves? Es por tí.

5 comentarios:

Elphaba dijo...

Precioso. De las cosas más bonitas que has escrito, que suelen ser las que te salen de lo más profundo del corazón.

Inma dijo...

Va por tu abuelo!!

Fermín Gámez dijo...

Precioso, tengo que hacer un comentario de esto en mi blog de la poesía, Candela. Con las cosas que has dicho ahí no harían falta los versos.

Candela dijo...

Gracias, Fermin. Es la conciencia, que no me deja vivir...

Anónimo dijo...

Apuesto a que él está, aún, observándote desde su cielo, leyendo lo q escribes en homenaje a su recuerdo. Me has hecho llorar.. yo soy también de las q miro fotos sepias y arrugadas, compro estampitas de comunión (ya te contaré esta historia, tengo más de 200, mi madre dice q estoy loca), lloro recordando tardes de dibujos a cera plastidecor y tele en blanco y negro (un globo, dos globos, tres gloooooboooos :-))... en fin, q yo soy un tributo vivo a la nostalgia, como tú. Gracias por esta historia q ha encontrado el camino derechito q va a mi corazón y a mis lágrimas. Un beso fuerte.

Soy Ana (Orual)