La llamada llegó a media mañana. Mi madre contestó, en el salón que nunca se utiliza más que para las ocasiones especiales. Aún estaba amueblado con los antiguos muebles estilo Almodóvar:
sofá de sky verde con asientos tapizados en flores, dos sillones a juego, mesita de café de madera lacada asemejando un mármol negro veteado de blanco, un mueble de formica oscura, de cajones y paneles deslizantes, el tocadiscos en el hueco de la tele (porque nosotros veíamos la tele en la salita, donde había otro mueble similar pero más pequeño y de madera más clara.
En cualquier caso, la llamada llegó poco antes del mediodía. Tras atender el teléfono, mi madre llamó a mi padre y cerró la puerta del pasillo, señal inequívoca para nosotras de que era algo importante o privado, y estaba estrictamente prohibido cruzar esa puerta. De cualquier modo, lo único que se podía oir desde el otro lado eran monosílabos. Y silencio. Ese silencio que es un omen, y aún teniendo seis o siete años, lo comprendí. La situación era grave.
No tardaría en enterarme, porque estas noticias no pasan de largo ante la infancia, aunque no se comprendan muy bien.
El tío Antonio, el único hermano de mi padre, había fallecido. Como casi la mayoría de habitantes de la zona costera gallega, se había tenido que buscar las papas en la traicionera profesión de pescador. La mano que te alimenta, te pasa factura. Mi padre también había sido marinero por mucho tiempo, pero lo dejó poco después de mi nacimiento porque su escasa presencia en casa le hacían para mí un extraño y no un padre, y hoy en día sigue siendo así.
Antonio faenaba aquellos días en aguas de Terranova. Una pesa de uno de los palos se había soltado, con tan mala suerte que él se hallaba en su trayectoria. La pesa, de unos cuantos kilos, le dio de lleno en la cabeza y le tiró al mar. Nadie trató de sacarle, habría sido un suicidio colectivo tratar de rescatar a alguien que había caido a las profundidades heladas ya muerto. El cuerpo nunca se recuperó, y hoy día su tumba hospeda un hueco vacío.
De niña solía preguntar a mi madre si acaso el cuerpo estaría intacto dentro de un gigantesco cubito de hielo, o si habría sido devorado por una ballena o incluso un tiburón.
Mi tío Antonio era guapo. Muy guapo. Cuando murió no había cumplido los treinta años, y dejaba viuda y dos hijas, que crecieron sin recordarle apenas. La más pequeña no tenía ni un año, por lo que no conserva nnguna imagen de su padre, sólo aquella que le proporcionan las viejas fotos en blanco y negro del día de su boda y poco más.
Mis padres se marcharon durante una semana para atender los funerales y estar con mis abuelos. Yo me iba a la cama con la imagen borrosa de un cuerpo eternamente joven dentro de un témpano de hielo, vagando para siempre bajo la superficie al capricho de las corrientes que le mecerían a lo largo de toda la costa de Canadá. Incluso llegué a soñar que llegaba sano y salvo a la Isla de los Demonios, una leyenda latente en la comunidad marinera y que mi padre me había contado una vez, aquella legendaria isla que apareciera en la cartografia de la zona desde principios del S. XVI hasta el siglo XVII, y que la situaba no lejos de Terranova, y que según la creencia popular estaba poblada por seres demoníacos que atraían a los navegantes para devorarlos posteriormente. Al menos en aquella edad me parecía un modo de concluir su vida más romántico que ser simplemente pasto de una ballena como el pobrecito de Pinocho, mi cuento favorito por entonces, o como el mismo Job, que siempre me cayó gordo.
Mi padre regresó más triste de lo que marchó, con las palabras de mi abuelo resonándole en los oidos: "Si hubieses sido tú, que vives tan lejos en Cádiz, no lo habría sentido tanto como la muerte de tu hermano. Ojalá hubieras sido tú y no él." Perlitas como esta tiene mi abuelo a millares. Como el día en que mi padre le dijo que dejaba Galicia para asentarse en Cádiz:
-"¿Y que tiene Cádiz que no tenga Cela?" -le preguntó mi abuelo.
-"Para empezar, sol. Aquí llueve tanto que un día no es diferente de otro."
-"Si es por eso, te compro un paraguas."
2 comentarios:
Joé... Vaya perlita de tu abuelo, si...pobre tu tio y tb pobre tu padre... lo debió pasar fatal...
Besotes y deseosa de más...
Lar
No sé por qué pero todos los relatos gallegos tienen algo de especial. Lo digo porque he conocido a muchos gallegos en Cádiz y sus vidas llevan otro camino. Yo tuve un novio gallego dos años, y nunca llegué a comprenderlo, lo siento. Sin embargo, son los gallegos los que mejor se adaptan a cualquier medio, a cualquier pais.
Publicar un comentario