jueves, 28 de agosto de 2008

DESTIERRO

He regresado al pueblo. Tenía que hacerlo. Antes de que todo acabe, o comience, o continúe... antes de que la noche caiga... Tenía que regresar. Enfrentarme a los fantasmas que se ocultan en la vieja casona, en sus paredes que rezuman la sangre de mis antepasados.
Ya no queda nadie. Todos se marcharon hace años, y aquí, mañana, harán un pantano. Ni siquiera demolerán las casas, ¿para qué? No queda nada. En el fondo de este valle árido sólo habrá agua a partir de ahora. La riada llegará al amanecer, dicen. El hijo de Andrés, el antiguo alcalde, será testigo desde la nueva presa, junto a los miembros de la junta y la televisión. Pero yo tenía que regresar hoy, antes de que la casa en la que habité de niña sea destruída para siempre.
No me gusta el pueblo. En sus calles polvorientas aún me parece oír las voces de los niños en sus juegos. Aún puedo ver a las ancianas sentadas al sol, en sus sillas de junco de aspecto incómodo, delante de sus puertas abiertas. Pero no hay nadie. Sólo mi sombra y apenas unos pocos fantasmas que se empeñan en aferrarse a las únicas paredes sólidas que conocen.
La tapia de mi vieja casa se ha caído por propia voluntad. Cansada, sin duda, de aguardar de pie a que alguien venga a abrir la verja. El patio está tal y como lo recuerdo, pero con más hierbajos. La tierra cruje bajo mis pies. Hay restos de cristales rotos... pero las ventanas están intactas. Parece una vieja botella de Mirinda. Qué importa. Ya no hay nadie.
El grueso portón de madera está abierto. Nos fuimos sin echar la llave. ¿Para qué? Nadie iba a robar una casa vacía. Los goznes chirrían, la madera se ha hinchado y pesa. Empujo con el hombro y al fin cede. El hall me acoge con los brazos abiertos, su escalera de mármol gris y resbaladizo parece invitarme a subir, pero no es allí a donde deseo ir. He venido a por otra cosa.
De repente me detengo en el umbral de la sala. Algo ha llamado mi atención. El viejo cuadro del bisabuelo, colgando precariamente en el rellano de la escalera. ¿Qué hace ahí? Nunca lo eché en falta. Claro que papá guardó todos los cuadros en el ático de nuestra nueva casa, a la espera de colgarlos algún día. Pero nunca tuvimos ocasión.
El bisabuelo Vicente me mira despótico desde su marco lleno de polvo. Nunca me gustó. El cuadro, digo. Al bisabuelo nunca lo conocí. Pero hay algo depravado en su mirada. La abuela nunca hablaba de él. Y sus ojos repintados parecían seguirme a donde quiera que fuese... Y ahora no sé qué hacer. Tal vez debería llevarmelo, o quizá papá tenía un motivo ulterior para dejarlo atrás.
Luego pensaré en ello. Ahora tengo que recuperar mi pasado. Desciendo los escalones con cuidado. La barandilla está endeble, el tiempo ha carcomido su corazón, y no deseo romperme el cuello tras un viaje tan largo.
Voy a la cocina. Abro la despensa, en el rincón, donde la tata Merche guardaba especias y harinas, azúcares, miel y sal. Aún huele a ajonjolí. Cierro los ojos y puedo recordar las hileras ordenadas de botes de cristal, los sacos más pesados en las estanterías inferiores, las botellas de licor arriba, fuera de nuestro alcance. Recuerdo el día en que Pablito se quedó encerrado en la despensa, y a fuerza de sacudir las baldas, una botella de coñac añejo casi se le rompe en la cabeza. Pero Pablito la cogió al vuelo, y más tarde cogió una cogorza. ¿Cuántos años tenía...? Diez, creo recordar. Ha pasado ya mucho tiempo...
Aparto un cubo de plástico azul que se quedó escondido. Con mis torpes y nerviosos dedos intento encontrar la rendija... la madera cede con mayor facilidad de la que esperaba y allí está... la vieja caja de latón de membrillo. Se ha oxidado, la humedad ha hecho mella en su exterior, pero la abro y descubro que el interior se ha preservado perfectamente, salvando de este modo mis viejas cartas. Acerco el manojo de papel amarillento a mi nariz. Huele a viejo. A moho. A perfume, y... a adolescencia. Huele a ilusión y a sueños, a locura y desamor. Pero todas estas cosas no tienen olor y me digo que he de irme antes de que anochezca.
El patio me contempla desde la oscuridad. ¿Es de noche? ¿Cuánto tiempo he permanecido en la casa, encerrada en la despensa? ¿Qué hago con el retrato del abuelo? Al cuerno. He de marchar. Es tarde. No quiero encontrarme con él...
Sí, es tarde. Demasiado. Aquí está. Siento su presencia aún antes de que me hable. Ha estado espiándome. Lo sé. Siempre lo hizo cuando vivía aquí.
-Mari Luz... -gime.
-Me marcho -contesto sin volver la mirada. No quiero verle. No quiero ver su rostro. Aprieto con fuerza mi tesoro de hojalata y sigo caminando.
-Sabes que no puedes escapar de mi.
-Sí, puedo -y entonces me vuelvo. No quería hacerlo, pero algo me ha impulsado. No hay nadie. Da igual. Mañana, todo esto será agua. Sigo andando sin volverme, porque si lo hago, le veré en la galería superior, asomado a la baranda como lo hacía siempre. Mi Heathcliff particular... Mi vida entera.
Le encontraron flotando en el río una mañana de otoño. Dicen que se ahogó. Yo le empujé. Le vi en los campos, liado con Luisina, la hermana del farmacéutico. Me había jurado amor eterno. Tengo sus cartas.
Catherine, me llamaba. Su Catherine, él mi Heathcliff, mi amante secreto...
Jamás le he olvidado. Su rostro embotado, azul, sus ojos abiertos me miraron por última vez cuando le sacaron del río, ese que mañana cubrirá el escenario de mi pecado. Ya entonces pude oir con claridad su voz masculina:
-Volverás a mí...
Tenía que volver. Volver y decir adiós. Tengo sus cartas, es lo importante, lo único que de algún modo me liga a él. Regreso al coche caminando bajo la luna, sin prisa. Cierro la puerta, echo el seguro. Enciendo la radio. El reloj electrónico dice que son las cinco de la mañana.
Espero.

4 comentarios:

diariodeunamujersola dijo...

hola....candela...dije que venia y aqui estoy...me he quedado prendada de tu historia....con ganas de saber mucho mas del bisabuelo...del hombre del rio...algo liga esa mirada a los temores de catherine...quiza no podia escapar de los ojos de su bisabuelo...acusandola de matar..a heathcliff...la conciencia juega malas pasadas...buena historia
seguire por aqui
besitos

Candela dijo...

Muchas gracias, guapa. Y otambien me pase por tu blog suprepticiamente... pero no dije nada por si querias preservar tu anonimato. Luego te dejo un comentario.

chema dijo...

es un relato muy evocador. da respeto entrar una casa en la que han habitado antepasados tuyos... y es verdad, esos retratos antiguos parece que te miran.

veo que hay un guiño a cumbres borrascosas, jejeje.

Shirat dijo...

Precioso, me ha gustado mucho.