La abuela contaba cuentos que no he vuelto a escuchar, y me leía libros antiguos que aún guardo como tesoros. Ahora la abuela probablemente no se acuerde de ningún cuento y yo he ido perdiendo piezas por el largo camino de la vida.
Me encantaba ir a pasar los fines de semana a su casa, y dormir entre los dos sillones, con el colchón colocado encima. Los sillones se situaban paralelos al sofá-cama donde ella dormía con mi abuelo, y aunque el abuelo ocupaba normalmente el lado exterior de la cama, cuando yo me quedaba, era mi abuela la que dormía allí porque a mí me gustaba cogerle la mano mientras me susurraba cuentos.
No eran cuentos al uso. La abuela nunca me contó versiones variadas de Caperucita, Cenicienta o Los Tres Cerditos. La abuela tenía sus propias historias populares, llenas de misterio, de hombres malos, de niñas demasiado curiosas o de damas en peligro. Muchos no los recuerdo, de otros guardo retazos. Otros no eran cuentos, sino especie de trabalenguas. Como este, que aunque no he oído en mucho tiempo, lo recuerdo con cierto rigor:
Esta es la historia de Maria Cornejo,
que tenía tres hijos,
los metió en un botijo
y los untó con pez.
¿Quieres que te lo cuente otra vez?
A lo que yo respondía sí, o no, y ella con sonrisa picaruela replicaba:
Yo no te digo ni que sí ni que no,
que si quieres que te cuente el cuento de Maria Cornejo
que tenía tres hijos
los metió en un botijo
y los untó con pez
¿que si quieres que te lo cuente otra vez?
Y así seguíamos durante un rato entre risas, hasta que nos cansábamos, pero yo tenía mis favoritos. Uno de ellos era el de una niña que provenía de una familia muy pobre, y para más inri, numerosa (lo menos 11 hermanos), de esas familias de los tiempos de maricastaña que yo imaginaba llevando un traje raído gris y sin zapatos. Se llamaba Mariquita. Pues resulta que vivían muy lejos, muy lejos del pueblo y no tenían agua corriente, así que la madre, para cocinar y hacer las labores de cada día, envió a la niña una mañana con un cubo de latón a coger agua a una fuente cercana, y la nena al llegar, por temor a perder un anillito que le había dado su padre, se lo quitó y lo dejó a un lado, sobre la piedra. Llenó el cubo y regresó a casa, con tan mala fortuna que se olvidó el preciado anillo y sólo se dio cuenta al llegar. Le dijo a su madre lo que había pasado y corrió de vuelta a la fuente, pero el anillo no estaba.
Había allí un viejo trapero, con un burro y una saca, bebiendo de la fuente, y al ver a la niña llorar le preguntó qué le sucedía. Y la niña le contó que había perdido su anillo, a lo que el viejo replicó que lo tenía él en el saco, que metiera la mano y lo cogiese. Al meter la mano, el viejo trapero la empujó dentro, lo ató y lo colgó del burro y le dijo que ahora era suya y que iba a ganar dinero a su costa, y la llevó por las esquinas del pueblo y la hacía cantar desde el interior del oscuro saco diciéndole:
Mariquita canta,
mira que te meto la lanza.
Mariquita cantaaaa,
mira que te meto la lanzaaa
Y la niña cantaba:
En un saco voy metida,
y en el saco moriré,
por un anillo de plata
que en la fuente me dejé.
Y el viejo, en su peregrinaje con la saca y el burro, llegó a casa de la niña sin saberlo, y pidió refugio para pasar la noche y refugiarse del mal tiempo. La buena señora accedió y el viejo dejó el saco en un rincón, no sin antes susurrarle a la niña dentro que si hacía algún ruido, la mataría allí mismo.
Se durmió el viejo en su rinconcito y la madre se puso a hacer pan. Uno de los hermanos de Mariquita le pidió un bollo a su madre, y Mariquita desde el saco exclamó:
-¡Y otro para mí también!
Los hermanos, al notar que la voz venía del saco, alertaron a la madre y fueron a indagar y encontraron allí a Mariquita, la liberaron y rellenaron el saco de ratas rabiosas y de trapos sucios y por la mañana cuando el viejo se despertó, cogió el bulto, dio las gracias a la buena señora y se marchó sin sospechar nada. Pero llegado al pueblo comenzó con su retahíla:
Mariquita canta,
mira que te meto la lanza.
Mariquitacanta,
mira que te meto la lanza.
Y al no cantar, le hincó la lanza y se rompió el saco y de ahí salieron las ratas, que el atacaron y se lo comieron a bocaítos chicos.
Lo que nunca entendí, y siempre le preguntaba a mi abuela, era cómo la mamá no había echado en falta a la niña, que el viejo había llegado ya de noche y la cría aún no había regesado, pero ella siempre me replicaba que con tanto hijo (que tenía lo menos 11), pues no se habría percatado.
El otro cuento era un pelín macabro, ¿pero acaso no lo son todos? Lobos que se comen a ancianitas, madrastras que envenenan fruta, un niño de madera al que se come una ballena, princesitas que se quedan en estado catatónico tras pincharse el dedo..., pero igualmente me gustaba:
"Había una vez un par de hermanos, llamados Perquito y Mariquita (que nombre tan popular, corcho), que vivían con su padre y su madrastra, que no soportaba a los niños y tenía celos de ellos (como toda buena madrastra que se precie de serlo).
Un día envió a la niña a la tienda a comprar unas cosas y al irse ésta, llamo a Periquito y lo mató.
Al regresarMariquita del mandado, preguntó por su hermano y la mujer se hizo la tonta y le dijo que estaría jugando por el bosque, que no diera la lata y que necesitaba que le llevara la comida a su padre, que estaba cortando leña junto al río, y le dio una olla calentita, con las instrucciones de que bajo ninguna circunstancia abriese la tapa o se enfriaría el cocido.
Cuando la nena estuvo alejada de la casa, muerta de curiosidad destapó la olla y descubrió que era su hermanito, cocinado. Y se fue llorando, con la olla en las manos, desconsolada. Y de pronto se le apareció un hada y le preguntó:
-Mariquita, ¿por qué lloras? -y ella le dijo que su madrastra había matado a su hermanito, a lo que el hada respondió: -No llores más y haz una cosa. Cuando tu padre se coma la carne, recoje los huesos y siémbralo alrededor del pozo bajo los naranjos. Y ya verás que en poco tiempo, tu hermano vuelve a nacer.
Y así lo hizo Mariquita, y regresaba cada día, hasta que se encontró a su hermanito, que había nacido entre los naranjos. Y la madrasta se acercó y le pidio una naranja.
-No te la daré, mala madre, que me mataste, me comiste y no lloraste.
Y se acercó el padre y le pidio la naranja.
-No te la daré, mal padre, que me comiste y no me lloraste
Pero cuando Mariquita le pidió una naranja, le dijo:
-A tí te las doy todas, que no me mataste, no me comiste, pero me lloraste.
Es un cuento bastante tonto y probablemente me olvido muchas cosas, pero básicamente así es como lo recuerdo. También había uno muy cortito muy cortito (¿quién dijo que los microcuentos son una moda actual?), que dice así:
Erase una vez un soldadito, que se tomó un vinito y se cayó de un tejadito. ¡Qué cuento más chiquitito!
10 comentarios:
Pues a mí me decía mi abuelo una cosa parecida a la historia de María Cornejo,era el cuento de la buena pipa,es lo mismo pero sólo que te decían ¿quieres que te cuente el cuento de la buena pipa? y el resto es todo el mismo proceso,ni que sí ni que no y esas cosas jajaja...cómo me gustaba
Si, el de la Buena Pipa tambien me lo contaban, jejeje..
Ruth al leer tus cuentos, a mi me suenan o que me los contaban o que los lei,a lo mejor no con esas mismas palabras. ¿como son lo recuerdos?
Recuerdo uno que enpezava asi, el lagarto esta llorarto,que a perdipo el anillo de deposado...
Pues insisto, a mí también me contaron el cuento de la buena pipa.
Cuando mi hijo era pequeño, le contaba antes de dormir, "el cuento de hoy", que viene a ser una modalidad períodística, y que narraba, resumiendo, los acontecimientos del día. Y a él le encantaba, porque así repasábamos juntos lo ocurrido y disfrutábamos con los comentarios. Yo, la verdad es que nunca he servido para contar cuentos...
Tuve muchos cuentos de pequeña, pero nunca ví nada igual a unos que me regaló mi padre que se llamaban Fabulandia. Eran una serie de cuentos orientales sobre pájaros bellísims y selvas maravillosas. Aquello sí me hacía soñar. ¡Qué pena que desaparecieron!
Y los troquelados de María Pascual?¿Qué me decís? Eran baratitos y preciosos.
Tengo en casa El soldadito de plomo, con unos dibujos "de dulce"
La verdad es que nadie como las abuelas para contar cuentos e historias... yo echo mucho de menos a la mía.
Leyéndote he sentido auténtica nostalgia.
a mí, mi abuela me cantaba cancioncillas: cogí la ces-ta, me fui a por car-ne... las abuelas son únicas. :D
Que buen post!!!! Nunca había escuchado del cuento de los hermanitos, es lindo, aunque algo homofago!!!
Mi nana nos contaba este:
"Este era un gato
con los pies de trapo
y los ojos al revés
¿quieres que te lo cuente otra vez?"
Eso era todo!! aunque respondieramos no, ella lo repetía y lo repetía, lo cual nos daba mucha risa y con un rato, sueño. jaja
Cuando era pequeña,soñaba con llegar a dibujar como Maria Pascual......tambien me encantaba Ferrandiz e I.Bernet...no recuerdo si con b o con v
Dibujaba y dibujaba sin parar y aun hoy mis dibujos infantiles tienensu influencia
En cuanto a lo de los cuentos...me hace mucha gracia...ja ja nunca habia oido a nadie contar el cuento de Periquito y Mariquita,mas que a mi tia..pensé siempre que era invención suya
Lo cierto es que yo de pequeña debia ser un poco "macabra" pues ese ccuento de huesos sembrados me entusiasmaba...
Hace poco intenté recordarlo al completo...pero hija...mi memoria está fallando ,no pasabA de la olla"
Gracias por "REFRESCAR MI MEMORIA"...he descubierto dos cosas importantes¨:el final del cuento y que no era una invención de mi tia...ja ja ja
Besitos ADA
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