jueves, 16 de octubre de 2008

LA LOCA LEONOR

Esta historia a tiempo para Halloween se la dedico a todas las Trinitarias, por las fechas que estamos, en especial a Geno por todo su trabajo y a Sonia, porque igual no duerme...
Leonor aburría sus tardes de joven viuda en impuestas obras de caridad, bajo la tutela y el ojo reprochador del Padre Damián. Las mujeres de la aldea la miraban con envidia pasear su enlutado cuerpo por las calles polvorientas, el rostro cubierto por un tupido velo negro, mientras iba a atender a alguna anciana en necesidad de ayuda o simplemente a limpiar la iglesia.
Leonor se había casado joven, a los 17, inocente e insegura, obligada por su padre en un contrato de conveniencia tan usual en su época. Sus amigas, hoy casadas, algunas con hijos, la habían envidiado. Torcuato, su nuevo marido, era treinta años mayor que ella pero aún se le podía considerar un hombre atractivo. Tenía fama de ser buena persona. Y estaba podrido de dinero.
Pero Leonor jamás lo amó. Aferrada a sus románticas ideas, soñaba despierta que algún día podría mirarle a los ojos y no tener que fingir. Pero el día no llegó, y tras un duro invierno de inundaciones y nieves, Torcuato, que ya no era un niño, contrajo pulmonía y se apergaminó fervorosamente en su cama de doseles de caoba y cortinajes de terciopelo, hasta que su llama se apagó, dejando viuda a una Leonor de esplendorosos veinticinco años, seca de amor pero bañada en billetes.
Decían por el pueblo que Torcuato no había dejado absolutamente nada a sus dos sobrinos, y que estos culpaban a la muchacha de su desheredo. Leonor ni siquiera había conocido a los acusadores de semejante patraña, su vida había evolucionado tras las grandes paredes de su hacienda junto al río, bordando tapices insulsos y hablándole a Perico, su cacatua muda. Aunque Torcuato había sido bueno con ella, la única cosa que le sacaba de quicio eran sus amigas alborotadoras y sus conversaciones banales. El tiempo, las malas caras, habían llevado lejos a las amigas, como empujadas por una ráfaga de viento.
Sola entre las sábanas frescas de su solitaria cama, Leonor se preguntaba qué sería de su futuro ahora. El dinero no iba a darle la felicidad. No en aquella aldea diminuta cuajada de ojos envidiosos y rastreros, donde su destino ya estaba decidido. No quería limpiar tumbas ni barrer entre los bancos de la capilla durante el resto de su vida. Ni vestir el negro riguroso que la sociedad le exigía. Leonor estaba llena de vida, y por eso, aduciendo tristeza y soledad, anunció a sus padres que se iría unos días junto a su ama de llaves a Cádiz, donde el mar y la risa marina harían bien a su pálido rostro y a su atormentado corazón. Nadie opuso resstencia. Ciertamente Leonor parecía marchitarse día a día, decían, malherida por la pérdida de su amantísimo esposo.
Durante días Leonor y su ama pasearon por las playas desiertas del todavía cálido otoño, habiendo enterrado sus trajes de luto. Aquí nadie sabía su nombre, su pasado o su presente. Se adentraba por las callejuelas y realizaba compras de jaboncillos y perfumes, de libros de poesía y dulces de anís. Se hospedaban cerca del balneario, y desde su habitación contemplaba cada tarde el hermoso atardecer dorado sobre los muros de piedra del Castillo de Santa Catalina, alejándose de su balcón sólo cuando el astro rey se hundía para siempre en el mar, suspirando por hallar el amor ansiado que compartiera aquellas puestas de sol a su lado.
Y una mañana sucedió. Paseaba por la Plaza de España, alimentando a las ávidas palomas con trocitos de pan, cuando atisbó el hermoso rostro de un joven tras la ventana de una torre. Sus ojos negros la cautivaron como nadie lo había hecho antes. Una paloma se alzó al vuelo ante su mirada y el rostro desapareció. Se quedó allí durante horas, observando cada ventana, esperando volver a verle, pero su espera fue en vano. Envió a su ama a preguntar quién habitaba la casa.
-Mi señora, me cuentan que la casa está deshabitada desde hace más de un cuarto de siglo. Era su dueño un joven mercante, que desposó a una joven de la zona. La joven tenía familia en Cuba y se embarcó para visitarlos. Su barco naufragó en una tormenta y la pobre chica pereció junto al resto del pasaje. Su esposo, el joven mercante, se dejó morir de amor.
-Es una hermosa casa. ¿Cómo es que nadie la ha adquirido aún? Ha de tener maravillosas vistas sobre el puerto.
-Dicen que está poseída por su dueño, que vaga por sus estancias gritando el nombre de su amada y maldiciendo a los Cielos. La casa pertenece ahora al hermano del joven comerciante, que decidió mudarse a ella por ser mayor que su hacienda. Tras una noche aquí, huyó despavorido, no pudo soportar los lastimeros gritos de su hermano, por más que le suplicó que acabase con su sufrimiento eterno.
Leonor regresó cada día, convencida, siempre, de ser observada en la distancia por aquellos penetrantes ojos de ébano. Una tarde que el ama corría como mozuela tras los pájaros de la Plaza, se acercó a las macizas puertas de madera. Espió por la ventana tras los raídos cortinones. Nada. Soledad y ratones, paredes en necesidad de una mano de cal, suelos polvorientos. Su mano se posó un segundo en el cristal. La retiró de inmediato.
Un latido. Un pulso.
La casa estaba viva, viva de amor y sueños, y la llamaba. Lo sabía. Era una locura, pero aquella casa tenía que ser suya. Suya y del dueño de esa mirada perdida...
Y lo fue. Las lenguas viperinas hablaban a sus espaldas en el pueblo mientras recogía sus más preciadas posesiones. Su holgada fortuna le dio la licencia necesaria para enfrentarse a sus padres e ignorar las miradas curiosas. Ni siquiera se llevó a su ama consigo. Contrató un grupo de doncellas que la ayudaran a adecentar su nuevo hogar y, antes de comprar muebles, subió a la torre, que, según le aseguró el vendedor, albergaba algunos de los antiguos muebles de sus anteriores habitantes. Su corazón galopaba en su pecho a medida que ascendía las escaleras de helada piedra. Se paseó por la estancia llena de apolillados enseres cubiertos de polvorientas sábanas grisáceas. Acarició las superficies lacadas, las yemas de sus dedos deslizándose suavemente sobre la madera como sobre la piel de un amante...
Se quedó algunos muebles. Poco a poco, con increible energía, convirtió la olvidada casona en un lugar habitable. Y aún no había avistado al objeto de sus sueños, la invisible sombra cuya presencia ignoraba y que sabía, casi de cierto, la espiaba mientras dormía en la cama que una vez fue suya, y aún así la esquivaba por los largos pasillos.
Un día, sin más, decidió hacerle frente. Sabía que estaba allí, tal vez le delató el ligero movimiento de las nuevas cortinas, o el cambio en el aire, o su olor mustio, de otros tiempos. Le hacía en un viejo traje, como aquellos que había encontrado en los baúles de la torre junto a los bellos trajes de mujer, mullidas faldas, pomposos sombreros coloniales, envueltos delicadamente en papel de seda y bolitas de alcanfor. Como el traje que vestía ahora. No sabía qué endemoniado impulso la había llevado a deslizarse en aquel sueño de gasa y muselina aguamarina. Quizá deseaba despertar alguna reacción en él. Y lo hizo, al parecer.
Leonor se sirvió otra taza de té y mirando al fuego, habló, a sabiendas de que era oída.
-Sé que estás aquí, quien quiera que seas. Y no te temo. ¿Cómo temer a esa mirada triste? Dicen que la casa está embrujada pero llevo aquí una semana y no me has sometido a la tortura a la que subyugaste a tu propio hermano. Háblame...
Pero él no contestó. Sabía que la observaba. Sus mejillas se tornaron sonrosadas, y casi le pareció sentir su aliento en el cuello, el titilar de sus cuidadas manos, apenas un roce, sobre la piel de sus hombros. Y luego nada. Así, día tras día, hablándole a la habitación, al sillón opuesto, a la silla vacía al otro lado de la mesa. Porque Leona siempre conocía el lugar exacto en el que se hallaba su desconocida sombra.
-Estoy loca -se dijo un día, desesperada-. Hablando a la pared. ¿Por qué habría nadie, o nada, replicar a una demente como yo?
-Porque estas sola... -susurró la voz en su oido. Cálida, resonante, seductora. Leonor aspiró aire y alzó la vista. Delante de ella, la imagen borrosa, débil, mínima, del ser más hermoso que había visto jamás, tal y como le había soñado, tal y como le había sentido.
-¿Quién eres? -acertó a musitar, y su voz sonó ronca, extraña y lejana.
-Armando. Y tú eres Leonor.
-Esta era tu casa.. ¿me odias por venir a interrumpir tu paz?
-Tú me has traído la paz, Leonor. -y desapareció.
Su amistad creció conel paso de las semanas. Leonor vivía felíz, enamorada de un ente, de un espíritu que le hacía compañía como ningún humano se la había procurado antes. Conversaban largas horas, leían juntos, reían, bailaban. Danzaban en la azotea, mirando al mar en la noche, sucumbiendo a la locura de la luna llena, riendo como almas posesas en un mundo irreal. Danzaban por las escaleras, como borrachos de licor al cierre de las tabernas. Danzaban en los corredores, en los patios y en las alcobas. Danzaban con la música silenciosa de sus mentes.
Las lenguas envidiosas no existían sólo en el pueblo, sin embargo. Pronto las supuestas excentricidades de Leonor atravesaron los muros de su casa, aquella donde nunca abría la puerta a nadie ni recibía visitas. Sus padres oyeron a los sobrinos de Torcuato transmitir los chismes de plazoletas y tascas. La bella Leonor, enloquecida de amor, encerrada en una cárcel de blancas paredes y cortinas de encajes, riendo y hablando sola, sirviendo té en dos tazas mientras se sentaba a solas en su recibidor. La habían visto a través de las ventanas, la habían oído corretear por las azoteas, hablando al viento y cantándole a las estrellas.
Se la llevaron una mañana de levante, gritando, con una camisa de fuerza. Se la llevaron lejos de Armando, lejos de su amado, arrebatada de desolación. La encerraron en un sanatorio, donde no quiso hablar con nadie. En su celda, a solas, repetía su nombre, acurrucada en el suelo, derramando lágrimas tan amargas como la hiel.
-No llores, mi amada -él la acogió en su pecho, como tantas noches, acarició sus largos cabellos, besó sus mejillas-. He venido para llevarte conmigo. Para siempre. Jamás nos separarán de nuevo.
Dicen que murió de amor, de loco amor, que la llevó a la demencia más profunda. La casa, la de la torre, la del portón de aldabas de bronce y muebles antiguos permanece todavía cerrada. Han pasado más de 80 años pero dicen que, si escuchas con cuidado, les oyes riendo y danzando alegramente bajo la luna de Agosto. Y si abres bien los ojos, puedes ver sus siluetas, perfectamente unidas, mecerse en las noches de poniente, ahí arriba, sobre la azotea, al otro lado de la Plaza.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué ilusión me ha hecho tu dedicatoria Candela! graciaaaaas :)jajaja ...pero te diré que esta historia me ha gustado mucho,así que sí voy a dormir hoy ;), porque aunque Leonor tenía que ser muuuy valiente para quedarse a vivir en ese lugar y enfrentarse a esa sombra,a mí me da algo,qué miedoooo :D,me ha parecido muuuy romántica pese a todo lo paranormal,me ha encantado Candela,estupenda historia ;)

Bertha dijo...

A mi tambien me a gustado este relato, muy romantico, una foto mu sexi.
Yo digo como Sonia, yo no estaria hay ni loca, que miedo?

R.M dijo...

Precioso!!

Anónimo dijo...

Gracias, Candela!! Que ilusión la dedicatoria y además de un relato tan bonito a la par que un poco estremecedor, jejejeje. Bueno, tú que también eres administradora sabes que es un trabajo que se hace con gusto pero desde luego, se agradecen estos detalles. Gracias otra vez

Charo Barrios dijo...

Uno de tus mejores relatos. me ha encantado Candela. ¡qué imaginación y cuantos detalles!

SONY dijo...

Y a mí, y a mí!!! Quiero un libro dedicado y firmado de tus relatos cortos, jejejeje. Prometo no subastarlo por ebay cuando te hagas famosa...(se cotizará más que una nancy setentera, fijo) :)

chema dijo...

aquel espíritu no sólo no le daba miedo, sino que además se enamoraba de él. supongo que le proporcionó un comsuelo y una compañía que su marido nunca le dio. muy bonito relato, ruth.

Shirat dijo...

Precioso, como siempre. Me ha gustado mucho, me parece una historia con mucha nostalgia y romanticismo.

Me gusta cómo has recreado el ambiente, el clima, todo. Sigue así.

Salegna dijo...

Candela, he creado un premio, esta en mi blog, como tu también eres una chica de colores, es tuyo.
Si quieres puedes pasar a buscarlo.
Un beso