Y en la oscuridad de su recámara, espiando tras los visillos del ventanal de su balcón, seguía observando los quehaceres diarios de El Llamas, tal vez elucubrando el mejor método posible para arrojarle una maceta sin ser vista.
Durante el día, vivía en su propio mundo de fantasía, ese lleno de algodones de azúcar, caramelos pringosos de color rosa, fanfarrias "chupipirulis" y música de tango que acompañaba con su voz de beata de misa de siete y que Fina pronto comenzó a detestar.
El trauma que causaría al pobre animalito sería, quizá, lo único que la salvaría en un futuro de convertirse en otra víctima de Einstein, que llegó a idolatrar los pasos de sus patitas. Fina demostraría tener cerebro y muy mala leche, pero esa es otra historia.
Pepona había adquirido extrañas costumbres tras su "retiro" del lupanar. Y aunque ansiaba volver a pisar los grandes salones de los más impíos burdeles, lo mejor de lo mejor ya había pasado y su poca paciencia, su boquita venenosa y el abuso que prodigaba a las muchachas la habían dejado como un mal recuerdo del pasado. De frente, los antiguos profesionales del gremio fingían respeto, a sus espaldas, contaban verdades como templos. Todos sabían que se le había ido la olla hacía ya mucho tiempo.
Pepona presumía de beber sólo Moet Chandon, pero lo cierto es que su nevera estaba llena de cervezas polacas de dudosa calidad. Cada San Valentín, cada Navidad, cada Cumpleaños, Pepona recibía sacos y sacos de correspondencia para felicitarla, ante la sorprendida mirada del portero (don Ramiro) y del Capitán Juanete, aunque éste ya sospechaba que se las enviaba a sí misma. Nunca las abría. Ya sabía lo que decían.
Y así, mientras Fina aprendía a vivir con aquella lunatica y a ignorar los acordes puntiagudos de los tangos de voz de vinilo de Gardel, la vida seguía en aquel conflicto de castillos y princesas, de fantasías y conspiraciones que sólo existían en la mente enferma de Pepona, con la fijación constante de que aquella basura del Llamas y toda la porquería que le rodeaba necesitaban una buena lección.
Poco imaginaba que la única que recibiría una lección sería ella misma... llamada soledad y olvido.
10 comentarios:
jajaja, qué buena la foto de la gata tapándose los oídos! a lo mejor se hace amiga de einstein, quién sabe. :D la otra, si se entretiene escribiéndose cartas a sí misma, mejor que dedicarse a tirar macetas desde las ventanas, es menos peligroso.
Niña, no hay mal que por bien no venga. Fíjate que cosas más estupendas estás escribiendo aunque te joda la musa, jajajajaja
Bsssssssss
Cloti
JAJAJAJA, ya sabía yo que era porque la gata estaba escuchando algo malo, malo de verdá, jajjajaja.
Bueno a ver, que a mi me gusta Gardel, eh??? Lo que a la pobre Fina no le gustaba era la voz de Pepona cantando encima...
Me ha gustado mucho.
Lo siento por el gato y me ha dado bastante asquito de la culona por guarra, pero, ese puntito psicoide le adorna mucho.
Besos, guapa.
¿De dónde te vendrá a ti tanta inspiración? Estoy con la Cloti.
XDDDDDDDDDD
Pobre Fina, que penita me ha dado! Eso de tener que escuchar a la Pepona cantando todo el día supone en un futuro, buenas dosis de psicoterapia...
fina bonita enrollate con einstein
Me encantan tus relatos; tienen mucha fuerza. Ya casi hasta les pongo caras a los personajes.
Espero ansiosa el siguiente capítulo de la saga.
Pobre, lo que sufre escuchando, jejejje. Voy a seguir leyendo a ver si acabo de ponerme al día en el blog
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