domingo, 31 de enero de 2010

EL DEDO MÁGICO DE BENITA

Benita creció como cualquier chica normal, con sus problemas, sus dudas y sus temores. Y sólo fue en la víspera de su decimoquinto cumpleaños que descubrió que poseía un poder desconocido que cambiaría el rumbo de su adolescencia.
Todo sucedió por pura casualidad. Había pasado la tarde con Paco, su mejor amigo, contándole lo triste y desesperada que estaba de ser la única de su pandilla sin un novio que echarse a los brazos. ¿Era demasiado fea? ¿Le olía el aliento? ¿Tenia las tetas pequeñas? ¿Habia algún problema con su pelo? Paco le aseguró firmemente que no esistía nada raro en ella, que era atractiva, inteligente y con buena imagen. "Si te lo propusieras, tan sólo con enredar un mechón de pelo en tu dedo y dar una patada en el suelo, te saldrían diez candidatos", había dicho.
Aquello la dejó pensativa, y de camino a casa, casi inconscientemente, jugueteó con un mechón de cabello y con parsimonia plantó su bota en el acerado. De inmediato, y como si estuviera en un sueño, diez maromos de belleza ultraimposible aparecieron a su lado. Cerró los ojos y tragó saliva, pero cuando los volvió a abrir, allí seguían ellos, con sus pectorales perfectos, sus ojos divinos y aquellas sonrisas que sólo había visto desde las páginas brillantes del Vale. Todos hablaban al mismo tiempo y Benita retrocedió un paso, intimidada. Cajas de bombones, flores, cadenas de oro, anillos, pulseras, aparecieron en las manos de sus apolíneos pretendientes.
¡Dejadme en paz! -gritó cerrando los ojos de nuevo, segura de que todo era producto de su desmesurada imaginación. Pero no, allí seguían con sus dientes de perlas- ¡Que os vayáis os digo! Si no me dejáis en paz... -su dedo índice se encaró al rostro que tenía justo delante y de repente éste desapareció tal como había llegado. El resto se quedaron mirándose entre sí. Benita se miró la punta del dedo, miró a sus admiradores y sonrió pérfidamente. ¿Podría ser cierto...?- ¡Puf! -señaló al siguiente como si le estuviera apuntando con una pistola y éste desapareció también-. ¡Puf! ¡Pam! ¡Pow! ¡Fuera! ¡Y tú! ¡Tururú! -y continuó hasta que cada uno de los diez regalos del cielo desaparecieron de su vista.
Benita caminó el resto del camino pensativa, sin dejar de estudiar la carne rosada que coronaba su falange. ¿Poderes? ¿Su imaginación? Tendría que comprobarlo en la intimidad de su cuarto. Y eso fue lo primero que hizo. Tomó asiento en la cama y cogió un puñado de botones que guardaba en una bolsita de la clase de costura. Los esparció frente a ella y los señaló:
—¡Convertíos en monedas de dos euros! -exclamó. Nada sucedió, de modo que lo intentó de nuevo con un tono... como más importante- ¡¡Convertíos en monedas de dos euros, alakazúm!! -nada.
Benita miró de nuevo su dedo. ¿Sería que sólo tenía poderes para atraer a tíos buenos? Intentó otros encantamientos varios:
-Aumentar tamaño de mamas: negativo.
-Cambiar color de ojos: negativo.
-Tener dieciocho años: negativo.
-Agrandar el tamaño de la habitación: negativo.
-Cambiar el fondo de armario por la última colección de moda primavera/verano de su tienda de ropa favorita: negativo.

Señaló, jugó con su pelo, pataleó, tocó, utilizó cada dígito, uno dos, tres, los diez juntos. Nada. Quizá, después de todo, lo había soñado. ¿Qué puñetas ponían en el café de Pastas María Elena, el pequeño salón de té donde había quedado con Paco? Y no, no iba a intentar de nuevo conjurar a diez hunky dorys con el poder de su dedito. A su madre le daría un patatús si le daba por entrar y se encontraba allí con una reunión de surferos hormonales...
Se olvidó del tema hasta la mañana siguiente durante el receso en el instituto. El estúpido de Borja Mari y dos de sus acólitos la acorralaron en el patio y la empujaron de tal modo que su sabroso bocadillo de chorizo con queso de bola acabó en el suelo gris de cemento.
—¡Friki! -le espetó Borja Mari- ¿Bocata de chori con queso? ¡Se te va a poner el culo como una mesa camilla!
—¡Eres un gilipuertas, Borja María! -sin notarlo, blandió su poderosa arma frente al rostro de avutarda con granos, y moviéndolo en espiral recorrió en el aire una parábola hasta su mitad inferior- ¡Miren quién habló de culos gordos! ¡Así se te encojan los gayumbos!
Y antes de que le diera tiempo a girar sobre sí misma, Benita comprobó asombrada cómo el elástico de los pantalones del chandal de Borja cedía y estos caían hasta sus tobillos, dejando al aire unos calzoncillos de dibujos de cerditos rosas que empezaron a encoger ante sus propios ojos. El adolescente mancillado, manos en sus pudendas y pantalones a la altura de los calcetines, salió corriendo en dirección a los lavabos, dejando atrás la estela de su vergüenza, mientras Benita lucía una sonrisa complacida que sólo ella podía comprender.
Naturalmente, el episodio quedó grabado en las mentes de los pocos testigos como algo casual y en ningún modo conectado con el dedo de Benita.
A partir de ahí, su adolescencia se vería cambiada. Tardaría aún un par de años en encontrar un novio por medios naturales, sin la necesidad de castigar la suela de sus Converse, pero sabría vengarse veladamente de aquellos que sin aparente motivo buscaban el daño ajeno. Sus hazañas no acabarían con el incidente de los calzoncillos de Borja Mari. También incluirían el despelote de dos niñatos que se las daban de chulitos en la playa, dejando al aire dos cositas poco importantes para tanto musculito, un cuarentón barrigón que aguantaba la respiración en pleno parque para tratar de impresionar a una chica que podría haber sido su hija vió altar los botones de su pantalón y aumentar el ya de por sí inflado apéndice abdominal, y el chorreo del tinte del pelo de un guaperas que aseguraba que el rubio era su color de cabello desde que naciera.
Curiosamente se dio cuenta de que sus "poderes" se limitaban a dar lecciones a los hombres. Nunca pudo hacer que los calcetines se cayeran del sujetador de Mariló, que presumía de tetas cuando era más plana que la tabla de planchar de mamá, ni que se le levantaran las faldas a Lolita, que se creía la más cool pero llevaba bragonas a lo Bridget Jones.
Benita un día creció y con la marcha de su inocencia y la llegada de la adultez, perdió aquellos poderes que tantas sonrisas le había procurado y que había aprendido a controlar y utilizar con cuidado. Pero ahora sabe que un dedo sirve para algo más que hurgarse la nariz, hacer gestos soeces o rascarse la oreja... Y sabe que de haber conservado semejante "poder", lo habría utilizado, quizá, de manera bastante indebida.

11 comentarios:

chema dijo...

qué bueno!! muy divertido el relato, ruth. que tire la primera piedra quien no desearía tener ese poder para dar alguna lección de vez en cuando a los que van de listillos...

Cloti Montes dijo...

Preferiría el teletransporte, pero no está mal lo del dedito, jajaja
Bsss
Cloti

Geno dijo...

Jajaaa, no está mal ese poder, no... Muy bueno, Candela

Esperanza Cabello Izquierdo dijo...

No nos vendría mal, no. Estaría estupendo contar con algún tipo de poder que sirva bien para dar lecciones.
Saludos

A.L.Zarapico dijo...

Muy entretenido y divertido, aunque para mi gusto muy cortito me quedé con ganas de más.Un beso.

Inma dijo...

Muy bueno, y tiene un aire a guión de comic. ¿No os parece?

Joan dijo...

Genial! Un poder así vendría de perlas más de una vez para dar lecciones. Muy bueno el relato!

Bertha dijo...

Me a gustado mucho tu relato y como la gran mayoria de la gente/personas, no encantaria poder tener un poder o otro?

anele dijo...

Qué maravilla poder tenerlo para darle unas cuantas lecciones una que yo me sé, ja,ja, ja.

Muuuy tentador. Lástima que mi dedo no funcione.

Darthpitufina dijo...

...y nos tocó el euromillón!!

(Por lo menos).

Me encantó el cuento, es fabuloso.

Besotes mágicos.

Candela dijo...

Me ha divertido mucho, alter ego.

Yo creo mucho en los poderes de los dedos. De hecho, creo que mis dedos tienen poderes ;-)

Besos, guapa.