Mis pasos me encaminaron aquella soleada mañana hasta donde tan solo hace unos meses aún había una recia puerta de madera malpintada. El paseo matutino me había llevado a lugares que fueron importantes en mi pasado, incomprensiblemente, como por inercia. Fue tan solo cuando me encontré mirando aquel pórtico de cristales que lo comprendí, ese portillo nuevo que todavía olía a barniz y trementina.
Decidí entrar en el antiguo patio, ahora casi irreconocible. El suelo de piedra irregular ha desaparecido, sustituído por un diseño ajedrezado de losas pulidas. El viejo pozo cubierto ya no existe. Hay un ascensor salido de la nada en lo que antes era el dormitorio de la anciana Dolores. Lola, en realidad. Un ascensor de hojas plateadas y reluciente que carece aún de vida.
Subí tratando de emplazar en mi mente antiguos habitáculos, ubicando en la imaginación dónde estaban las cocinas, los dormitorios, los zaguanes y los saloncitos de mesa camilla y brasero que ahora ya no están. He visto las nuevas particiones, los tabiques y muros de ladrillo que han destronado a las voluminosas paredes encaladas. Se lo han llevado todo.
Cualquiera que me hubiera visto sonriendo a una terraza vacía, solitaria, habría pensado que estoy loca. Pero recordé las palabras de la abuela cuando dijo que los peores fantasmas son aquellos que se pueden ver, los que caminan a diario entre nosotros, los vivos. Éstas son almas atrapadas en las paredes que nunca los dejarán salir, porque tampoco desean irse. Son las almas del zaguán, capturadas para la eternidad en mi retina... como en una foto.
Las escaleras son estrechas, cortas. Nada que ver con aquella piedra negra, desgastada, que ascendía para siempre a las espesas oscuridades del descansillo donde vivía la señora del chucho y la familia de Rosita.
Subí tratando de emplazar en mi mente antiguos habitáculos, ubicando en la imaginación dónde estaban las cocinas, los dormitorios, los zaguanes y los saloncitos de mesa camilla y brasero que ahora ya no están. He visto las nuevas particiones, los tabiques y muros de ladrillo que han destronado a las voluminosas paredes encaladas. Se lo han llevado todo.
Y llegué al rellano. Aquel donde una vez tuve un pasado. La cocina era ahora un dormitorio y el empedrado corredor, una inmaculada salita con una puerta a la derecha que da a un lujoso baño. Sus ventanas, de aluminio y no madera apolillada, no volverán a desprender ecos de pucheros y platos, de mujeres tarareando canciones ni radios encendidas con nostálgicas armonías.
Han tratado de acabar con los rumores del ayer, exiliar a los viejos fantasmas que, desde que tengo razón de ser, han habitado este centenario inmueble. Décadas de soledad les añadieron solera y han pretendido expulsarlos lejos del único hogar que conocen. ¡Qué ilusos!
No me percaté de su presncia hasta que estuve a punto de marcharme, mientras deshacía el camino andado. La brisa acarició la curva de mi cuello y el aroma tan familiar llenó mis sentidos, el aire, y detuvo el tiempo tan brevemente que los vi allí, en el descansillo, mirándome sin ser vistos. Meras sombras. Bocetos. Son los fantasmas que me acompañaron en silencio hace ya tanto tiempo, amigos invisibles empujados a lo más hondo de mi memoria, aunque siempre supe quiénes eran, dónde estaban.
Sonreí complacida. Aún siguen allá, dispuestos a convivir con esas almas que lleguen con sus ilusiones, sus metas y sus sueños a los nuevos hogares ocultos tras la misma fachada de siempre. Ahora sé que están allí, esperando, continuando esa clase de existencia mística que los simples mortales nunca llegaremos a reconocer.
Y en la calle, con el aire del mediodía en las mejillas, miré hacia arriba, a los balcones inyectados de unos lustros más de vida, renovados con lozanos cierres recién pintados, y vi sus rostros sonriendo, saludando -o quizás despidiéndome- hasta que nos volvamos a ver, su familiaridad y calor haciendo juego con el sentimiento de mi corazón.
Cualquiera que me hubiera visto sonriendo a una terraza vacía, solitaria, habría pensado que estoy loca. Pero recordé las palabras de la abuela cuando dijo que los peores fantasmas son aquellos que se pueden ver, los que caminan a diario entre nosotros, los vivos. Éstas son almas atrapadas en las paredes que nunca los dejarán salir, porque tampoco desean irse. Son las almas del zaguán, capturadas para la eternidad en mi retina... como en una foto.
¿Y tú... los puedes ver? Siguen ahí... Tras las sombras del cristal.
16 comentarios:
Ya apetecía leer algo de estas cositas tuyas que atraviesan.
Bssss
Cloti
Hola Candela,
Qué hermosa entrada, colmada de hermosas ideas y una fácil visualización gracias a tu capacidad narrativa.
Muchas felicidades por compartir una vivencia tan especial y hacerlo de una manera tan hermosa.
Te mando muchos besitos desde Den Haag y deseo que tengas una bella primavera, con encuentros tan maravillosos como el que nos compartes.
Me ha gustado.
Si te compras una y compartes tu espacio con tus fantasmas, invítame, me encantará conocerlos.
Un beso, alter ego.
uuuh, no, no tengo intencion de comprarme una casa en cadiz, no, jeje
Hola, Candela:
La frase que te dijo tu abuela, la de temer a los "fantasmas" que están entre nosotros, es lo que siempre me decía mi madre cuando de pequeña me despertaba en mitad de la noche porque había tenido pesadillas con fantasmas. Sí, los peligrosos son aquellos con los que nos cruzamos cada día por las calles.
¿Viviste tú o tu familia en ese edificio antes de ser rehabilitado? Y por lo que dices, ya ha perdido toda su magia aunque gracias a tus recuerdos, parte de esa "magia del pasado" sigue viva. Esta entrada me ha pinzado algo por dentro, :)
¡Un abrazo!
si, polilla, mi abuela vivio ahi. Alli pase toda mi infancia.
Qué guapo el relato Candela. Aunque triste. Cuando voy a Cádiz no me atrevo a pasar por algunos sitios con demasiados fantasmas, no quiero dejarme atrapar...
Es una suerte que estén rehabilitando las casas del casco antiguo basándose en su antigua estructura, pero como dices, en esas nuevas paredes ya no se escuchan los mismos sonidos de antes a cacerolas y sintonías de la radio, ni huele a ropa tendida (o a coliflor, depende de la hora), ni siquiera la luz que entra es la misma.
Hola, ya fue el congreso. Como en realidad sólo se trataba de proyectar la película (aparte de otras actividades propias de una reunión mundial de bibliotecarios)pues la cosa no fue ni bien ni mal,pasó y otra línea más para el curriculum. A destacar que para ser una selección mundial de cortos sólo se proyectaron once pelis, no creía que serían tan pocas. La mayoría alemanas, que para eso eran los anfitriones. Pero había dos españolas, el Biblos y una de Gran Canaria. Te pongo la programación por si sabes alemán.
http://www.bibliotheksportal.de/index.php?id=1192
Gracias, Gerardo!! Cualquier info para ese articulo que te debo sera muy bienvenida!
pues a mi me ha emocionado y todo... anda que no tengo yo un día espeso....!!!!!
Preciosa entrada, lo que daría yo por saber expresarme así...
Precioso.
Qué sensibilidad tienes a la hora de plasmar en el papel tus sentimientos.
Me ha encantado el relato.
es un relato muy evocador. y me gustan las fotos, que creo que las hiciste tú cuando estuviste hace poco en cádiz. esas paredes habrán visto muchas cosas...
mu bonito pero ¡¡ que zuzto joe!!!
besos
Te noto nostálgica pero lo que has contado sonaba muy bonito. Me gusta cuando hablas de casas viejas, ya te vine a visitar en otra entrada de éstas, hace tiempo.
A mí me encanta que rehabiliten casas viejas que el tiempo destina a la decrepitud y el derribo. Siempre guardarán esa esencia, los fantasmas, dentro.
Besos
Que bonito que hayas vuelto a visitar esa casa pero que penita verla tan cambiada ¿no?
Un relato estremecedor y poético a la vez. Da mucha penita pensar en tanta gente que va dejando sus casas,sus cosas, sus recuerdos...
Hasta que también se olvidan de ellos, aunque sigan estando allí.
¡Estupendo tu retrato!
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