Aún recuerdo con detalle la vieja Biblioteca en casa de Grandmamá. Su olor, el lomo de los libros, la palidez de la madera...
La Biblioteca nunca fue una biblioteca de verdad. Se trataba de una estantería de conglomerado, sin pintar ni barnizar, con una cortinilla de tela verde con enormes amapolas coloradas. Estaba encajada al milímetro entre la pared y el sofá tapizado de algo semejante al cuero, de un color verde horrible y demasiado antiguo incluso para los años setenta, en un rincón de la oscura salita.
La niña que habitaba en mí adoraba sentarse en la esquina, encender la gran radio de madera que descansaba silenciosa sobre la estantería hasta mi llegada, y oir música de fondo mientras hurgaba entre las ajadas espinas de volúmenes de otros tiempos.
La Biblioteca era tan mágica como la cocina de Grandmamá, donde se creaban verdaderas joyas culinarias que olían a delicias de otro mundo. La Biblioteca era mágica porque entre sus estantes deslucidos nunca figuraba el mismo libro. Cada día cambiaba su contenido, ofreciendo tesoros para el alma de diversa temática. Así, un día aprendí todos los ríos que recorrían el continente africano por países, sus afluentes y las cordilleras montañosas que recorrían en su periplo hasta el mar. Otros días me perdía entre las aventuras licántropas de un ser que daba más pena que miedo. Los Sábados eran como una matiné cinéfila: podía perderme durante horas en intrincadas aventuras a medias entre el romance y la acción, la comedia o la ciencia ficción.
No recuerdo en qué momento dejé de acudir a la Biblioteca para llenar mi vida de adrenalina. Probablemente dejó de existir en la mudanza que auguraba mejores tiempos para Grandmamá. Nunca comprendí del todo por qué le gustaba vivir en aquel estado de semipobreza, con cuatro muebles que habían conocido tiempos mejores y que quedarían atrás para siempre. Solo le pregunté el día de la tediosa mudanza, mientras Grandpapá envolvía preciados recuerdos en papel de celofán.
-Por amor, querida, por amor -respondió con aquel brillo en sus ojillos negros, mirando hacia Grandpapá que en esos momentos se sacudía la chaqueta gris justo delante de la Biblioteca.
No fue hasta mucho después que comprendí que no se refería a Grandpapá, sino a la Biblioteca que la había acompañado desde su juventud, en la antigua casona, aquella de la que me hablaba con el mismo resplandor en la mirada, y que se apagaban al relatarme los sucesos de la noche del fatídico fuego.
La Biblioteca ya no existe. Desapareció la misma velada en la que Grandmamá se diluyó en el tiempo, dejando atrás el aroma de sus guisos, el perfume de sus vestidos elegantes y un solo libro: aquel que nunca me atreví a abrir...
10 comentarios:
No te puedes hacer una idea de hasta que punto te entiendo cuando hablas asi de cosas de tu abuela y tu niñez...
Ya me dieron ganas de conocer esa biblioteca que solo tenía una estantería conglomerada simple cubierta por una tela de grandes amapolas. Yo también quiero sentarme en ese sillón viejo a escuchar la vieja radio y mirar libros descatalogados.
Y por supuesto, el libro que nunca abriste me ha dejado la miel en los labios!!
Hay libros que no es necesario abrir.
Y la estanteria tenia 4-5 baldas... no una sola... XDDD
qué bonita entrada sobre tu abuela. a mí también me atraen los libros antiguos. dan ganas de leerlos aunque si hay muchos y son gruesos uno no sabe en cuál embarcarse. y las radios antiguas, cómo molan!
Un homenaje muy lindo, de los que dejan con una sonrisa nostálgica en los labios...
Quilla!! Una estantería con varias baldas! Mira que eres literal!! Con una sola balda no vamos a ningún lado. xDDDDDDD
Yo, como buena cotilla bibliófila, sobre todo me dedicaba a abrir los libros que no debía abrir. Y más aun si estaban lejos y había que cogerlos subida al último peldaño de la escalera, jejeje...
Qué bonita entrada. Cuántos recuerdos pueden esconderse en una estantería, en un olor o en un sólo sonido. Ay.
Estoy con Blas, es dificil vencer la tentación de abrir un libro que tienes delante XDDD
Creía que era la única a la que se le había dado por rememorar episodios de su niñez, lo cual me parecía en cierto modo un poco acojonante;"¿no soy un poco demasiado joven para empezar con las batallitas?", me preguntaba, pero veo que es perfectamente normal recordar escenas de nuestros primeros años de vida, experiencias grabadas para siempre en nuestras memorias y que deseamos compartir con los demás. A mi particularmente me encanta leer estas historias.
Bss!
Gen, tengo toda una seccion dedicada a recuerdos y episodios de mi infancia: el rincon de lar.
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