domingo, 16 de septiembre de 2007

EL MAR (Albanta)


El Mar nunca se queda lo que no le pertenece. Es un viejo dicho marinero y uno que creo a pies juntillas.
Hoy me levanté tonta. No lo puedo evitar. Lloro porque puedo. Y porque quiero. Me he levantado así, dichosa de mi felicidad, porque soy feliz. Mi vida ha llegado a un punto donde puedo alzar la barbilla y sentirme satisfecha de lo que tengo, aunque sea poco. Aunque no sea nada.
La vida se compone de pequeños retazos de sueños, ambiciones y deseos. Y algunas mañanas me levanto y me siento tan pletórica que cualquier serie de Tv del pasado me hace llorar. Porque sí, así sin máa, tal vez para dar un poco de balance a tanta euforia. Y es el mejor sentimiento en esta vida, porque no lloro por nada más que por el tiempo pasado, por la adolescencia desperdiciada de mala manera. Desperdiciada, sí, porque en la adolescencia queremos correr demasiado para llegar antes al lugar al que más tarde desearemos no haber llegado tan pronto. querremos volver el reloj atrás, volver a vivir lo que ya es imposible. Sentir, oler el aire, oler el mar y que huela tan salado y tan puro como antaño.
Una de mis tareas favoritas es coger un libro que no he leido en mucho tiempo, cerrar los ojos y olerlo. Huele a ayer. A gotas de lluvia, a viento de levante y a hoja de palmera mojada. Huele a dolor y a rabia contenida, a desesperación y engaño. Huele al hogar, ese que odiaba con toda mi alma. No odio las paredes, ni los muebles, ni el lugar donde se alza junto al mar, balcón sobre las olas de la bahía encorajada. Odio a quienes la habitan, a lo que han hecho de mí o a lo que aspiran a convertirme. Odio el sentir la mordaza invisible que me impide decir nada porque soy una cobarde que no puede expresar que deseo con toda mi alma que me quieran. Los odio por no ser como los otros. Me odio por no ser como los demás. Me odio por no saber lo que es el segnificado de la palabra maldita, aquella que nunca pude pronunciar sin sentirme culpable. "Familia" es un susurro prohibido.
Me averguenzo. Me averguenzo siniestramente por las mentiras que tuve que tejer para tener una vida normal, para creer que mi vida era normal. Me odio por odiar. Me averguenzo por odiar. Me arrancaría el alma si tuviera uñas, pero tal vez por todos los años de odio reprimido, por los años de no saber, de no pertenecer, de no encajar, tal vez por eso me muerdo las uñas.
Solo deseé una caricia a tiempo, un abrazo y una charla normal, no una reprimenda constante y el miedo a abrir la boca, asustada de decir lo incorrecto, enmascarando mis sentimientos tras una coraza de frialdad que no me corresponde y con la que tuve que seguir viviendo, pese a todo, durante años, hasta que me levanté esta mañana y me enfrenté a los fantasmas ocultos en las fotos desgastadas por el tiempo, en los retazos del pasado que aún conservo en una caja de latón azul de Cola Cao del año de la nana. Me quité la mascara y tiré de la cadena.
Cuantas veces soñé con arrojarme desde aquel balcón, contemplando el tráfico lejano del puente, y esperando a que el viejo viento de levante me hiciera caer sobre las aguas oscuras de mi mar hermoso. Es mi mar. Estaba en mi ventana cada mañana. Pero nunca lo hice, porque el mar no quiere lo que no es suyo.
Ahora, desde hoy, desde este mismo momento, ya no lloraré por el pasado lamentando el amor que no me disteis, y si lloro, lejos del mar, sólo lo haré porque haya muerto Chanquete.

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