domingo, 16 de septiembre de 2007

EL NUMERO (Albanta)


Se sentó ante el espejo como ha hecho cada noche durante las tres últimas semanas. Miró su rostro y trató de difuminar las arrugas con el espeso maquillaje que lleva en escena, tratando de engañarse a sí misma y soñando con un mundo que ya sólo existe en su imaginación. Mañana dice cumplir 55 pero quiere aparentar unos años menos. Bastantes años menos. Ella, la Gran María Carletti, famosa niña portento de la escena, aclamada actriz del celuloide... ahora denigrada y olvidada, su nombre en letras menores en la marquesina de un viejo y poco conocido teatro de boudeville en la parte más baja de la ciudad. Su número comienza en 30 minutos y ha de cambiarse. No habrá cámaras como antaño, ni lentejuelas ni fotógrafos a la salida de su camerino, ni flores al final del día. Sólo el aplauso cansino de una docena de perdedores que no relacionarán a esta María, intérprete de un insignificante monólogo, con la Gran María Carletti, La Bella Carletti. La Sublime Carletti.
Esa era ella. Había vivido envuenta en seda y celofán, cubierta de oro y gemas preciosas, viviendo una vida que parecía prestada, rodeada de lujos, casas, coches y ... hombres. Hombres bellos, con dinero, sin dinero, con alma o sin ella. Hombres que sangraron su corazón y su cuenta corriente como vampiros de la noche, noche a la cual volvieron una vez sus venas se tornaron secas.
Pero ahora no puede hablar. Por Dios. Quedan 20 minutos para su número. A esto se ha visto reducida tras sus muchos éxitos, tras el glamour y la alfombra roja de su día a día. Un momento. Tiene la garganta seca. Malditas botellas. Ni el vodka es hoy en día lo que solía ser. Estas botellas son demasiado pequeñas, no albergan apenas líquido en su interior. Vodka barato, de la tienda de la esquina. Antes solía saciar su sed con Moet cuanto menos. Así de bajo ha caído. Pero le es imposible salir a escena, presentarse ante ese público que sólo quiere cinco minutos de evasión y que no recordarán a la María del blanco y negro llevada a la polvorienta escena de un tetatrillo de variedades.
Alguien llama a la puerta de su camerino. Al menos en eso sí que fue tajante: un camerino para ella sola, nada de compartilo con esas chicas de cuerpos delgados y jóvenes, nada de plumas o lentejuelas a su alrededor. Necesita concentración para su número. Quedan diez minutos.Nerviosa, se retoca el cabello ante el espejo de luces amarillas. No es un monólogo lorquiano ni mucho menos, solo una pieza escrita por un desconocido que es el dueño de este teatrucho. Le tiemblan las manos. Tiene por ahí un par de valiums, rebusca en el bolso... nunca sale de casa sin ellos. Antes no los necesitaba, antes de que la primera arruga la asaltara sin avisar, antes de que las carnes se aflojaran y el director que la descubrió y que prometió convertirla en una mujer decente le volviera la espalda, antes de construir sólidamente su mezquina reputación, mentiras de tabloides ávidos de carroña. Le volvieron la espalda cuando más los necesitaba. Poco a poco tuvo que ir vendiendo sus posesiones más preciadas, Hacienda era la única que no se había olvidado de ella.
La llaman por última vez. Sale al corredor apestando a destilería y trastabillando con sus altos tacones. Las jovencitas emplumadas la miran con lástima, y los chicos que parecen más mujer que ella la saludan con admiración.
María espera con ansia la aperutra del telón de terciopelo rojo y ribetes gualdos y cuando es recibida por el público, que nunca será el suyo, abre la boca, recita su texto con voz entre temblorosa y ronca, voz de cazalla forjada con los años. De repente calla dramáticamente. Se lleva una mano al pecho, abre los ojos sin poder creerlo y se desvanece casi parsimoniosamente, quedando allí tendida, sobre las tablas resquebrajadas de su carrera desintegrada. El público se pone en pié, exaltado, gritando "bravo" una y otra vez.
Las cortinas se cierran y no vuelven a abrirse. María ya no saldrá a saludar como lo ha hecho cada noche estas últimas tres semanas, ni siquiera ha terminado su breve monólogo. María acabó su vida como lo desean todas las estrellas de verdad: sobre el escenario en su último número.

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