domingo, 16 de septiembre de 2007

LA MENTIRA (4º Albanta)


Sus mentiras me llevaron al borde del suicidio. Escribir esto me cuesta más que lágrimas, me cuesta la misma vida que él intentó robarme, como robó mi dinero, mi libertad y hasta mi pensamiento, como robó mi existencia.
Descubrí su mentira el día que encontré en el interior de su cartera la foto de aquella... mujer, por llamarla de algun modo. Debía haberse olvidado de que la tenía allí, porque cuando le dije que iba a coger cambio, no opuso resistencia. Fue entonces cuando el cielo y el infierno se encontraron en nuestro piso, en una lucha de poderes que él terminó ganando. Aquello me llevó a una depresión tremenda en las siguientes semanas. Más que depresión, era una tristeza profunda que no lograba sacudir de mi mente. ¿Por qué me había quedado con él aún cuando no pudiera perdonarle en la vida?: Por nuestros hijos, aquellos dos querubines inocentes que no sabían qué clase de padre les había tocado en suerte.
Accedí a ir al médico en su compañía precisamente por ellos, y lo que sucedió aquella fatídica tarde lo recuerdo como sumergida en un sedante, esos a los que me acostumbraría pronto. Marcos abrió la boca y las mentiras fluyeron a través de sus labios del mismo modo en que salía el humo de su cigarrillo. No me dejaron articular palabra. No pude defenderme. Una hora después, gritando como una histérica, me habían encerrado en una especie de celda, atada a una camilla con correas de cuero que olían a desinfectante comercial. Dejé mis cuerdas vocales flotando en la estrecha estancia a mi alrededor, encharcadas con mis lágrimas de impotencia.
No sé cuándo conseguí quedarme dormida, pero al abrir los ojos de nuevo no me sentí descansada. Las correas habían desaparecido y un rostro amable me instó a levantarme y acompañarle hasta un despacho con un ficus en una esquina y un escritorio repleto de papeles, a cuyo frente me senté. El doctor trató de explicarme que debía permanecer allí. Mi estado mental no era... ¿Cómo lo llamó?: Estable. Me enseñó unos documentos firmados: mi ingreso voluntario. Pero yo no había firmado nada, aquello era otra mentira de Marcos, estaba segura.
Según su historia, me estaba convirtiendo en un ser deprimido e imprevisible y había mostrado signos de violencia contra nuestros hijos. Pero yo jamás había levantado un dedo contra ellos...
Marco vino a verme tres días más tarde. Le grité a la cara, le exigí que me sacase de allí, sabía que estaba con aquella fulana mientras decía a mis hijos, carne de su carne, que su madre estaba loca. Se rió de mí. Perdí el control y casi le arranqué la piel del rostro con las uñas. Aquello convenció a los módicos de mi debilidad mental. La sedación se me comenzó a administrar aquella misma noche. Las enfermeras me miraban con lástima. Los médicos con prudencia. Se me interrogó en numerosas ocasiones. Qué había pasado en mi vida para sentir que el mundo se había vuelto en mi contra. Por qué ese odio aférrimo para con el hombre que me amaba y que se preocupaba por mí. Yo continué intentando, como una idiota, convencerles de lo que ya dudaba fuera mi verdad. Mi mente estaba embotada de barbitúricos y medias verdades. Cambié mi táctica. Les diría lo que querían oir. Me mostraría sumisa y cooperativa. Así, pronto me dejaron ir al comedor y a la sala de ocio, donde podía ver la televisión con los otros pacientes. Marco trajo a los niños. Pregunté cuándo me iba a llevar a casa. Pronto, me dijo. Pero reconocí la mentira en su voz y fue difícil fingir que mantenía la calma, que todo estaba bien en este paraíso de batas blancas y culos al aire. Prometió volver al domingo siguiente.
Le ví caminar por el pasillo. El muy hipócrita me traía flores, como si estuviera ya muerta. Hizo ademán de abrazarme. Le clavé el tenedor en el cuello con todas mis fuerzas mientras le gritaba que era un cabrón y un hijo de puta y que deseaba que se pudriera en el infierno. Se lo clavé una y otra vez con saña hasta que al fin lograron alejarme de él, pero ya era tarde. Murió en pocos minutos.
Saldré de aquí en menos de un año. La locura de la que Marcos me acusó me ha ayudado a eludir una condena mayor que la de vivir a su lado el resto de mi vida sabiendo que me engañó con aquella perdida. Nada me mantendrá ya lejos de mis hijos como él planeaba. Saldré de aquí en menos de un año y su mentira me habrá liberado para siempre.

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