A través de la ventana diversa que proporciona mi cámara de fotos, he visto muchas imagenes bellas y dignas de mencionar. Y he visto otras que aún no estoy preparada para contar.
En 1995, recién acabada la guerra en Bosnia, comenzaba otra guerra: la mía personal conmigo misma. Una mala separación puede ser tan devastadora para el organismo como la peor de las guerras y yo me embarqué en una cruzada donde no me importaba qué sucedería mañana. Por eso subí a un convoy de una ONG rumbo a Goraszde, sin importar lo que podría pasarme. Nuestra mision: entregar los alimentos, ropas y medicinas recaudados durante una campaña de ayuda a Bosnia.
Esperaba capturar imágenes de Pulitzer en la Minolta, pero no sabía que hay imágenes que se plasman en la mente como un cuadro, como una ventana abierta al abismo eternamente.
Nos advirtieron de no llevar dinero encima, sólo unas monedas para comprar botellas de agua o chocolatinas en cualquier gasolinera. Viajamos por buenas y malas carreteras, dia y noche, atravesando Francia, bordenado Italia, con el temor acallado del que no sabe qué va a encontrar.
Nunca llegamos a Goraszde.Una frenchie contra nuestra sien en un pueblo de frontera impronunciable y unas instrucciones imprecisas nos ordenaron dejar el contenido de los camiones en el puesto de Cruz Roja. Mientras los chicos de la ONG hacían eso, yo me adentré entre las callejuelas, disparando aquí y allí como soldado en la guerra, por toda arma mi cámara y por munición los numerosos carretes que llenaban mis bolsillos, carcasas repletas de retratos innombrables. Se puede mirar por una ventana, protegidos por el frío cristal, parapetados tras la ilusión de que es sólo una imágen, un figmento del tiempo, sin saber que algunas vistas quedan grabadas en la memoria para siempre.
Fotografié rostros desconfiados de ancianas enjutas y arrugadas como el papel fino, niños sucios y malolientes, mutilados con aspecto de zombies y edificios que en otro tiempo tuvieron ventanas y puertas, techos y paredes. Fotogrtafié sangre aún fresca sobre muros que nada envidian a los de nuestra Guerra Civil, manos tendidas en busca de un mendrugo no sé si de amor o de pan. A través de la seguridad de mi ventana capturé imágenes que deseo no volver a ver mientras viva.
De vuelta al camión, soldados envalentonados por el tamaño de sus armas, los mercenarios exigieron la entrega de los carretes, me quitaron la Minolta también. Sólo conservé un carrete, escondido en mis calcetines. Nunca lo he revelado.
Me quitaron fotos duras, tristes, horribles. Pero no pudieron quitarme el olor a muerte, a podredumbre, a miedo. El olor que permanecerá en mí, como las miradas sin color de aquellos rostros cansinos. Dicen que los ojos son las ventanas del alma, y en las mías, el único paisaje que permanece en las noches sin sueños, es el de la muerte. Y el olor agridulce de sangre reseca, de cuerpos pudriéndose bajo tus pies en alguna fosa sin marca.
Se llevaron mis fotos, mi cámara y mi temor. Cerré la ventana para siempre a las visiones de las que aún no tengo fuerzas para hablar. Cerré la ventana al dolor y no deseo volver a abrirla jamás.
En 1995, recién acabada la guerra en Bosnia, comenzaba otra guerra: la mía personal conmigo misma. Una mala separación puede ser tan devastadora para el organismo como la peor de las guerras y yo me embarqué en una cruzada donde no me importaba qué sucedería mañana. Por eso subí a un convoy de una ONG rumbo a Goraszde, sin importar lo que podría pasarme. Nuestra mision: entregar los alimentos, ropas y medicinas recaudados durante una campaña de ayuda a Bosnia.
Esperaba capturar imágenes de Pulitzer en la Minolta, pero no sabía que hay imágenes que se plasman en la mente como un cuadro, como una ventana abierta al abismo eternamente.
Nos advirtieron de no llevar dinero encima, sólo unas monedas para comprar botellas de agua o chocolatinas en cualquier gasolinera. Viajamos por buenas y malas carreteras, dia y noche, atravesando Francia, bordenado Italia, con el temor acallado del que no sabe qué va a encontrar.
Nunca llegamos a Goraszde.Una frenchie contra nuestra sien en un pueblo de frontera impronunciable y unas instrucciones imprecisas nos ordenaron dejar el contenido de los camiones en el puesto de Cruz Roja. Mientras los chicos de la ONG hacían eso, yo me adentré entre las callejuelas, disparando aquí y allí como soldado en la guerra, por toda arma mi cámara y por munición los numerosos carretes que llenaban mis bolsillos, carcasas repletas de retratos innombrables. Se puede mirar por una ventana, protegidos por el frío cristal, parapetados tras la ilusión de que es sólo una imágen, un figmento del tiempo, sin saber que algunas vistas quedan grabadas en la memoria para siempre.
Fotografié rostros desconfiados de ancianas enjutas y arrugadas como el papel fino, niños sucios y malolientes, mutilados con aspecto de zombies y edificios que en otro tiempo tuvieron ventanas y puertas, techos y paredes. Fotogrtafié sangre aún fresca sobre muros que nada envidian a los de nuestra Guerra Civil, manos tendidas en busca de un mendrugo no sé si de amor o de pan. A través de la seguridad de mi ventana capturé imágenes que deseo no volver a ver mientras viva.
De vuelta al camión, soldados envalentonados por el tamaño de sus armas, los mercenarios exigieron la entrega de los carretes, me quitaron la Minolta también. Sólo conservé un carrete, escondido en mis calcetines. Nunca lo he revelado.
Me quitaron fotos duras, tristes, horribles. Pero no pudieron quitarme el olor a muerte, a podredumbre, a miedo. El olor que permanecerá en mí, como las miradas sin color de aquellos rostros cansinos. Dicen que los ojos son las ventanas del alma, y en las mías, el único paisaje que permanece en las noches sin sueños, es el de la muerte. Y el olor agridulce de sangre reseca, de cuerpos pudriéndose bajo tus pies en alguna fosa sin marca.
Se llevaron mis fotos, mi cámara y mi temor. Cerré la ventana para siempre a las visiones de las que aún no tengo fuerzas para hablar. Cerré la ventana al dolor y no deseo volver a abrirla jamás.
2 comentarios:
No sabemos lo que tenemos, Creo que despues de una guerra civil como hemos tenido, hemos escarmentado. Espero que en Los Balcanes tambien pase lo mismo, despues de la tormenta viene la calmo ¡o no!
Besotess Manuel
Yo por desgracia soy más pesimista, Manuel. Creo que la humanidad está dotada de muy poca memoria y no hay quien me quite de cuando en cuando el escalofrío en la espalda por lo que pudiera venir detrás de la paz. ¿O no es tanta la paz?
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