viernes, 21 de diciembre de 2007

UN DIA CUALQUIERA (37º ALBANTA)


La cocina de la yaya Juana, un día cualquiera, no huele a gloria, ni a pan recién horneado, ni a ambrosía de los dioses. Huele a guisos caseros, a especias y a hierbabuena, aliñados con su voz cadenciosa que repasa los clásicos de las coplas más típicas del Corral de la Pacheca. Mientras Merceditas y yo jugamos a maquillar a las cabezonas que nos dejaron los Reyes pasados, el rumor lejano de una radio nos trae de vuelta al presente con canciones de Parchis, alejándonos de los tiempos oscuros de callejuelas estrechas en los que vivía la hija de Don Juan Alba. Es un día más de verano, y he venido a pasar un par de semanas en el cuartito de la abuela, donde me gusta dormir entre dos butacones y jugar sobe la alfombra con los taquitos de madera que un día fueron el "tente" de mi tío, allí en los años cincuenta, que me parecen tan lejanos y místicos. Todos duermen la siesta y la voz de Elena Francis me inunda en un sopor sólo interrumpido por los ronquidos temperamentales del abuelo. Cansada de los taquitos, los devuelvo a su bote de Colón de no-sé-cuantos kilos y preparo toda una batalla campal con mis "cawboys" de a peseta. Todos tienen caras inexpresivas del mismo color que el resto del cuerpo, y pronto me canso también. Tardes aburridas de un verano cualquiera en los setenta, aroma salubre del mar, viento de poniente y chicles bazoka.

Cuando Merceditas regresa de su siesta, salimos de nuevo al corredor para seguir jugando a ser mayor. Mientras, la abuela Juana sigue sus tareas en la cocina, ahora inmersa en la preparación de la cena y en poner otro terremoto de lavadora, cantando sin cesar aquello de... "Ay pena, penita pena... pena! Pena de mi corazón..." y poco a poco los ruidos rutinarios del inmueble vuelven a su normalidad.

La bruja de negro del fondo del corredor ha dejado a Azrael, la gata, suelta de nuevo, y se abanica con parsimonia desde la entrada de su casa, sentada en una silla sevillana de asiento de estuco y cuerpo de madera pintado de verde. De tanto en tanto nos manda callar cuando nos reimos demasiado alto. Nuestra jovialidad le impide concentrarse en sus pócimas, dice Merceditas entre dientes, y nos reimos con fuerza de nuevo. Azrael rechufla y salimos corriendo hacia el otro lado del corredor, inventando nuevos pasatiempos por el camino. De trapos hacemos vestidos, los taquitos de madera son churros envueltos en papel de periódico, usamos el maquillaje de las muñecas y los billetes del Monopoly son nuestra moneda de cambio.
Los días de verano se suceden calurosos, rápidos, demasiado tímidos a veces para quedarse un rato más y deleitarnos con unas horas de juegos que ya jamás volverán. Los días, unos detrás de otros, días cualquiera de nuestra infancia, de nuestra vida, se quedan atrás para no volver.

Continúo mirando esas fotos de la infancia y me vienen a la mente otras canciones, otros olores, otros recuerdos.

"Ah, como hemos cambiado..."

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