martes, 26 de febrero de 2008

HISTORIA DE UNA SUEGRA

Desconozco si Carmen vive o si está criando malvas en algún cementerio, o incluso si ha sido incinerada. Sólo le pido al cielo que de ser así, sus cenizas no fuesen esparcidas al viento ni sobre el Cantábrico, pues podría bien, con su mala leche, llegar a la orilla convertida en chapapote.

Han pasado muchos años desde la última vez que tuve el "placer" de verla, pero hoy, en conversación con una amiga, me ha hecho recordar lo zorra y sibilina que una suegra puede ser. Afortunadamente, el día que cerré la puerta a mis espaldas, dejando atrás a su precioso hijo, todo quedó en mera anécdota. Pero hay cosas que no se perdonan.

A Carmen no le gusté desde el principio, y ya de entrada se negó a conocerme mientras visitaba a su hijo en Cádiz. Los comienzos de un noviazgo no son fáciles, y menos si ya de primeras vas a conocer a su madre que ha llegado de vacaciones. Carmen era viúda, había teniado a su "tesoro" a los 42 años y ya contaba unos añitos. Cabezona como ella sola, y acostumbrada a hacer todo a su modo, se negó a conocerme porque mi estatura era mucho inferior a la de su hijito, de casi dos metros. No importaba si yo era una guarra, una yonki o una zarrapastrosa. Era bajita y eso me convertía en una paria en su vida.

Pocos meses después, me negó la entrada en su casa porque había decidido irme a vivir con su hijo en lugar de firmar los "sagrados" papeles del matrimonio. Hube de pasar la noche en una pensión, sola y nerviosa, mientras su hijo trataba de hacerla entrar en razón. Lo que en principio iba a ser una semana en su ciudad natal se convirtió en unas horas, a la mañana siguiente partimos para casa, la nuestra. Mucho después decidimos casarnos civilmente para tratar de solucionar las cosas con su madre. Se negó a asistir o aceptar un matrimonio que ante sus ojos "no era válido ante Dios". Tres largos años más tarde al fin la conocí, me permitió entrar en "su santuario", un pisito que aún conservaba el mobiliario original del día de su boda. Una cocina antigua, en la que hacía su vida, con un pequeño televisor con su antenita, en blanco y negro, y una estufa de hornillo que cualquier día le incendiaría la bata negra si se descuidaba, era todo lo que utilizaba de un piso con dos dormitorios.
Pero además, Carmen tenía su agenda oculta. A mí no me hablaba. Preguntaba a mi costillo como si yo no estuviera allí, cosas como "¿A esa le gustan las patatas?" o "¿Se va a comer un flan?".
Por supuesto, no se me permitía abandonar la cocina si no era para ir al baño, porque no iba a "vagar" por su casa como si fuera la mía. Y pobre de mí si se me ocurría tomarme un yogur una hora después de comer! Le estaba ensuciando una cuchara! Y por supuesto, a fregar con agua fría aunque afuera hiciese una temperatura cercana a los 0ºC, porque no le íbamos a hacer subir la factura del gas "a una pobre viúda".
Lo mismo sucedía a la hora de ducharme, que me explicó con claras instrucciones como si fuera una niña de cinco años: la ventana del baño (que caía justo en medio de la bañera), tenía que permanecer abierta, o de lo contrario el vaho podría estropearle el espejo sobre el lavabo. Naturalmente, la puerta del baño abierta, de modo que "corriera el aire" y no se concentrara la humedad. Y debía abrir la ducha, mojarme, cerrarla, enjabonarme, abrirla para enjuagarme el jabón, mojarme el pelo, cerrar el grifo, lavarme con champú, abrir el grifo para enjuagarme. Salir del baño. Todo ello en 10-15 minutos, para que a final de mes la factura no se notase. Cómo no pillé una pulmonía en pleno mes de Octubre con ventanas y puertas abiertas y en pelota picada, y cubierta de agua templada, es algo que nunca podré explicarme. Tal vez me salvó mi juventud y el miedo a quejarme, porque después de todo, estaba en casa ajena, donde no se me quería, y ella era una señora mayor que supuestamente merecía mi respeto.
Por supuesto, cuando se va de vacaciones uno no se preocupa de lavar ropa (al menos yo), y como por lo general pasábamos quince dias allí y luego otros quince en casa de mis padres, cuando llegábamos a Cádiz, mi madre se encartgaba de poner una lavadora con la tonelada de calcetines y ropa interior. ¿Por qué no la lavábamos en casa de mi suegra? Porque la señora tenía una lavadora que le compró su marido para "hacerle la vida facil", lavadora que ocupaba su sitio en la mínima cocina sin haber sido jamás usada, porque ella "para lavarme un par de bragas a la semana y cuatro cosillas, ya lo hago en el lavabo y se tarda menos". Y naturalmente, el consumo "era excesivo para su pobre pension de viuda".
Y entonces sucedió: todas las visitas de ser tratada como un trapo y callar por respeto, llegaron a un alto una noche de madrugada. Habíamos salido a cenar y al volver sobre las 4-5 de la madrugada, entré en el lavabo para encontrar toda nuestra ropa interior, camisetas y calcetines secándose en cordeles sobre el baño. La muy zorra había abierto nuestras maletas, donde íbamos echando en una bolsa de plástico nuestra ropa sucia. Lo había lavado todo a mano y tendido allí. Tuve que tragarme la furia hasta la mañana siguiente. Estoy segura de que nuestros gritos se oyeron por todo Gijón. Yo era una mala esposa y una guarra, que no era ni para lavar la ropa interior y que ella había tenido que restregar con sus propias manos, porque le avergonzaba mi comportamiento. Le eché en cara el no usar la lavadora, el tener que esperar a ir a casa de mi madre. Por Dios, que estábamos en el siglo veinte, y si yo no lavaba a mano en mi casa, desde luego no iba a hacerlo estando de vacaciones, que ya era bastante barrerle la casa dos veces al día, y como todo el suelo era de sintasol, me hacía limpiarlo de rodillas y con un trapo húmedo, una vez por la mañana, y tras el almuerzo, porque ella "no creia en fregonas". La pelea terminó conmigo dando un portazo y prometiendo cogerme el primer tren fuera de allí. Nunca me pidió perdón y tuve que quedarme hasta el término de las vacaciones debido a una huelga de Renfe.
Cuando volvimos al año siguente, su "tesoro" la había convencido de dejarnos usar la lavadora, pero como la cocina no tenía conexión de fontanería para ella, la susodicha funcionaba conectándola al grifo del fregadero, que a la vez ejercía de desagüe. Antes de introducir la ropa, Carmen me hizo sacudir cada prenda "para que la pelusa no le estropeara la maquina", y a mitad de ciclo la paró y una vez más tuve que sacudir todo antes de ponerlo a tender, a medio lavado "pues con eso es suficiente".
Mi venganza vino unas Navidades, creo que además, fue la última vez que la vi, o al menos la penúltima. La cena de Nochebuena la haríamos en casa de unos amigos de la familia que me querían mucho. Carmen, que ya me dirigía la palabra al menos para preguntarme cosas, había estado hablando conmigo sobre lo que cocinaríamos Julita y yo para la cena. Le dije que a mí me daba igual, porque yo, excepto conejo, comía de todo, y sabía que Julita no comía cualquier cosa que tuviera pluma, así que habíamos estado pensando en un rollo de carne rellena, cordero, un cochinillo o algo similar. Julita aseguraba que le daba igual si queríamos pollo o pavo, que ella se haría algo para sí misma, pero ante las claras opciones de cualquier otra cosa, su sacrificio no era necesario.
La mañana antes de Navidad Julita y yo fuimos a hacer la compra, comentando aún las posibilidades. "¿Qué te parece conejo?", me preguntó. "No", le dije, "Precisamente ayer lo hablé con Carmen y le dije que a mí me daba igual todo excepto el conejo, que me da mucho asco".
Julita soltó una carcajada. "No te lo vas a creer", me dijo entre risa y risa, "anoche Carmen me llamó y me dijo que le apetecía muchísimo comer conejo, que hacía siglos que no lo probaba y yo le dije que de acuerdo entonces. Pero no te preocupes. Compraremos conejo para ella y cordero para los demás."
Y así lo hicimos. Mientras ella aderezaba el cordero y preparábamos todo en su moderna cocina, yo le hacía un conejo al ajillo que cocinaba bastante bien, ya lo había hecho para su hijo, con una salsa de chuparse los dedos. La noche de la cena, Julita le dijo: "Como eras la única que quería conejo, lo hemos comprado sólo para tí, y si quieres luego cordero, pues también. Además, lo ha cocinado tu nuera." Cómo no se atragantó será siempre un misterio sin resolver.

Esa vez, al menos, el tiro le salió por la culata.

Muchos recuerdos amargos me traen estas historias pero al menos, hoy por hoy, me puedo reir de ellas. Ella siguió con su amargura y su "amargor", y yo quedé libre de sus garras tan afiladas como su lengua viperina. Esta es la mujer que le hablaba a mi ex de las hijas de sus amigas en edad casadera y sus logros, delante mía. La mujer que le pidió al párroco del barrio que no me dejara entrar en su iglesia porque era "una perdida" que le había robado la razón a su hijo. Y ante la negativa del párroco, que la amonestó por su actitud poco cristiana, se cambió de parroquia. La misma que nunca permitió que conociese al resto de la familia. La que nunca me regaló nada. La mujer que cuando su marido murió, envió a su único hijo a un colegio interno a 300 kms de distancia porque "no podía permitirse mantenerlo", y "nunca había trabajado en su vida y no iba a hacerlo ahora". Por un hijo y su bienestar, se pone una a limpiar fondos de váteres con las manos desnudas si es preciso. No se le envía a Salamanca con ropa de segunda mano para verlo sólo dos veces al año.
Hay mujeres que nunca deberían ser madres. Y se convierten, luego, en peores suegras.

7 comentarios:

Elphaba dijo...

Lo que pasaste para tí se queda, pero al menos cuando la perdiste de vista te quitaste su amargura de encima. Ella se envenenó (o envenenará) con ella hasta su muerte, y espero que más allá.

Haces bien en reirte de ello.

Riesgho dijo...

Tu suegra es de las personas a las que yo catalogo como "brujas" que van a misa a ganarse las alas, cuando realmente lo unico que les falta pa volar es la escoba, jaja.
Menos ál que te libraste de semejante harpía. Lo único que siento es el mal recuerdo que te dejó de mi tierra.

Candela dijo...

De tu tierra no tengo mal recuerdo, lo tengo de ella y de "su tesorito", y si no voy es por no encontrarmelos, porque ya se sabe que aunque Gijon sea una ciudad grande, siempre te puedes dar de bruces con gente a la que no esperabas ver. A mi me ha pasado en Madrid cunado he ido, y mira que Madrid es grande!

R.M dijo...

Bueno, bueno, bueno, menos excusas, Candelita, para venir a vernos a nuestra tierrina jajaja. Prometemos no dejar ke te cruces con ninguna bruja con o sin escoba jajaja.

Menuda elementa!! La verdad es ke yo no hubiese aguantado ni la mitad. Pero bueno, ya pasó. Ahora toca reirse y pensar ke la vida pone a cada uno en su sitio...

Y me alegro tambien de ke te libraras de semejante marido, ke permite ke su madre le haga eso a su mujer. Ke poco caracter!!

Hala, a reirse y olvidar. Besos

Inma dijo...

Hay otro tipo de suegra, aparentemente mejor pero letal en el fondo. La q te trata con educación distante, sin un gesto de cariño, con superioridad,demostrandote mil veces q es mejor q tú y q no vales lo q ella y sus genes.
Mi marido se partía de risa y a mí me mataba. Y digo mataba y no mata porque los años no perdonan y ahora yo tengo la sartén por el mango. Todo es esperar.

Anónimo dijo...

Hay gentes que cuando se muerde la lengua se envenena.
Lo bueno es que ya pasaste de todo eso Candela. Lo mejor es no recordarlo.

SONY dijo...

Con esa madre.... no me extraña que saliera así el hijo... estas tu segura que no la cogio Hitckcok para el reparto de ... Psicosis? jajajaaja....lo que pasa es que le dejo tirado... seguro que tenía tb un moño decimonónico de esos a juego con la bata negra...jajajaja.

Mejor reirnos ahora... esas madres posesivas hacen hijos dominantes... que es lo triste...Al final solo quieren quedarse con "su tesoro", pues eso que se aguanten mutuamente, amén.