lunes, 30 de junio de 2008

ELENITA (El Rincon de Lar)

Elenita era una niña de mi clase, de cabellos rubios y ojos azul claro cuajados de tristeza. Elenita no había estado con nosotras desde parvulitos, no. Había llegado un año o dos antes y había sido objeto de burla y escarnio por las "chulitas de la clase" como las llamábamos antes de que hicieran acto de presencia términos tan sofisticados como mobbing o bully, esa especie cada vez más extendida en las aulas, aquellas de padres militares que pretendían gobernar el gallinero.
A Elenita le temblaba la voz al hablar y sus manos parecían prematuramente poseídas por un Parkinsons feroz. Padecía una enfermedad neurológica que la hacía así. Y para más inri, tenía lengua de trapo.

A mí Elenita me caía bien. Era una compañera fiel y amiga de sus amigas, y a menudo pasábamos el recreo comiendo Phoskitos junto a la reja, esperando la llegada de Pepe el chuchero para comprarnos pipas a 5 ptas y un par de regalíes de 2. O flash congelao, si era ya primavera. Los pequeños a 5 ptas y los grandes a 10. Aunque Elenita no podía comer flashes. Temblando y con su media lengua te explicaba su enfermedad. Y que pronto sus padres la iban a llevar a Madrid para una operación en el cerebro que detendría sus temblores y su deficiencia oral.

Elenita estaba eufórica de contento el día que se despidió de la clase. Cuando volviese, decía, sería una niña normal y sin complejos, capaz de leer el Senda sin equivocarse o perder el aliento. Capaz de escribir en la pizarra con la letra firme y no como si una corriente de electricidad sacudiese la tiza constantemente.

Elenita nunca regresó.

Llegamos una tarde a clase, a las tres. En el patio, esperando en la fila con nuestros babys azules de cuadritos, alguien dio la noticia. Silencio en el aula al entrar, muchas lágrimas, muchas. Principalmente de aquellas que la torturaron día sí y día también, con sus risas y sus burlas. La señorita Mari intentó comenzar la clase de Naturales. Con los ojos enrojecidos, se sentó y lloró. No hicimos nada durante esa hora. Nadie dijo nada, nadie habló.

Yo no lloré. No sé muy bien por qué, tal vez porque estaba demasiado enfadada con Angelita, con Luisita, con Eva María y con María del Mar. No lloré porque aunque Elenita me había caído bien, tampcoo había sido una amiga cercana y porque a veces me hacía sentir incómoda. No lloré porque quería gritar. A aquellas que lloraban y antes reían. A las que se burlaron y ahora firmaban notas de pésame. A las que nunca fueron mis amigas ni yo las quise. Y no lloré porque no podía dejar de imaginar a una Elena de cabello rubio con su melenita rapada y la cabeza abierta, yaciendo sin vida sobre una mesa de operaciones pálida y cubierta y de sangre.

Poco menos de un año después, un coche atropellaba a Isabelita, que tampoco había sido de nuestra clase, era repetidora de Séptimo, enviándola contra el muro frente al colegio, el que rodeaba el otro cole, "el de los niños", que decíamos, el Colegio Carranza. Isabelita tuvo "suerte". Sobrevivió. Quedó coja y "tontita". Y las mismas que la empujaban en el recreo, aquellas que la echaban de sus círculos por ser barriobajera y de familia pobre, iban ahora a visitarla al hospital, donde Isabelita apenas recordó su propio nombre durante los primeros seis meses tras el accidente.

Isabelita aún me ve por la calle y me reconoce, cojita y tontita.

6 comentarios:

Elphaba dijo...

En mi clase, con 10 años, también hubo un día así, negro, lleno de lágrimas y ojos enrojecidos. En ese caso murió Marta atropellada, alegre, sociable, popular, y mi mejor amiga.

Por cierto, es enfermedad neurológica. Neurálgica es otro tipo de patología.

Candela dijo...

Pensaba que era neuralgica al ser un problema nervioso.

Elphaba dijo...

También tiene que ver con los nervios, pero de una forma mucho más concreta, referido al dolor.

Ana I. dijo...

Una historia que se sigue repitiendo por fortuna cada vez menos. Sabes que trabajo con niños discapacitados y siempre hay el típico que los rechaza, el típico niño que jamás se convertirá en buena persona porque los que son malos de niños lo son toda la vida aunque esta al final los coloca en su sitio. Me ha encantado la historia. Por fortuna la mayoría de los niños con los que yo me he tropezado son muy cariñosos y protectores con mis alumnos, tanto que a veces los sobreprotegen. Un bico

Fermín Gámez dijo...

Una historia demoledora. Esa hipocresía que retratas en las inocentes niñas lamentablemente la seguimos viviendo en la sociedad de hoy. Parece que va con el ser humano. Y también va con el ser humano atajar estos comportamientos deplorables.

Anónimo dijo...

Esto es una prueba... a ver si llega...

Besitos