Merceditas llamó a la puerta del cuarto de mi abuela con exitación. En verano, manteníamos la puerta abierta todo el día, una cortina corrida sobre ella para preservar en cierto modo la intimidad interior, pero que dejaba correr el aire. Pero en invierno, la puerta se cerraba. Y en esta ocasión era invierno, debía ser Octubre o Diciembre. La familia de Merceditas había comprado un vídeo, el primero en el barrio, lo cual suscitó muchos comentarios por parte de los vecinos. Su familia apenas tenía lo justo para comer, con un padre desempleado y alcohólico y una madre limpiando escaleras para subsistir. Si a su marido le venía en gana, una buena paliza aseguraba que el fruto de su fregoteo fuera a parar a sus manos, y de ahí a las de Paco por una botella de Valdepeñas y unos cuantos carajillos por las mañanas. A pesar de ello, medio vecindario se presentó a visitar a la pobre Pepa para ver de cerca aquel objeto recién sacado al mercado.
Merceditas se iba a la cama muchas noches con el estómago medio vacío y las orejas calientes, pero con la mente llena de imágenes de Bruce Lee tras visionar películas a media tarde. El mismo día que le trajeron el aparato, un vídeo Beta cuya marca no recuerdo, corrimos felices por las calles oscuras de una tarde invernal, atravesando Columela hasta el Palillero, donde solíamos saludar a la abuela de Jose y Esme, que vendía periódicos en la esquina de la farmacia, aunque a esa hora ya había terminado su jornada laboral. Pasamos la Plaza de las Flores y nos metimos en Simago, primer videoclub oficial donde alquilar "modernas" películas. Creo que por aquella época nos tragamos todo lo Made in Hong Kong que tenían en stock, sin importar que algunas contuvieran una dosis más de sexo de la que era pertinente a nuestra edad. Merceditas era unos años mayor que yo, debía tener 15, y yo unos 10 u 11. Pero nos sentábamos en la cama de su madre, en la habitación que se dividía entre dormitorio y salita (durante el día hacían vida en la cocina, escuchando sin cesar a Carlos Cano en el viejo radiocassette), y mientras nos atiborrábamos de gominolas de dos por una peseta, nos tragamos cualquier cosa que alquilaran. El vídeo entonces nos parecía un aparato mágico, único, irreal. Una revolución tecnológica inigualable. Su vídeo Beta cargaba las cintas mediante una pestaña superior, era todo plateado y brillante, y nos maravillaba poder tener esas películas y detener la imagen cuando nos viniese en gana, pausar al actor de turno a media frase y observar su gesto con los ojos medio cerrados y la boca abierta. Más de una vez nos revolcamos por el suelo partidas de risa.
Aunque di la tabarra a mis padres para comprar un vídeo, no entró ninguno en casa hasta 1982, un VHS. Para entonces el Beta se había convertido en un artículo obsoleto con una selección muy limitada de cintas y un futuro en extinción. De hecho, el video que compraron mis padres, un Panasonic, aún funciona como el primer día, aunque su uso ha sido suplantado por el del Dvd.
Pero la magia del primer vídeo nunca retornó jamás.
3 comentarios:
Jejeje, ese Simago que tenía un encanto especial, con su sección de discos y sus escaleras mecánicas. En mi casa entró el vídeo más tarde, sobre el 85 más o menos. Un beta también, que trajero mis primos al venir a pasar su veraneo a mi casa. Y también cayeron varias de Bruce Lee. San Bruce Lee, patrón de los videos beta.
Que buenos recuerdos... yo en ves de una "Merceditas"... Tenia a mis primos que vivian en el piso de abajo... Y lo nos tragabamos lo que fuera... Como siempre un placer...
Besotes
Lar
en una asignatura de economía que tuve en la carrera nos hablaban siempre del caso del vhs y el beta como un ejemplo de cómo un producto se puede imponer en el mercado gracias a una buena estrategia y a un conjunto de circunstancias favorables.
yo también recuerdo los tiempos en los que un video era el último grito en tecnología, jejeje.
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