En Sevilla había una casa,
y en la casa una ventana
y en la ventana una niña,
que las rosas envidiaban...
Abuela cantaba coplas mientras cocinaba, mientras quitaba el polvo de sus escasos muebles y mientras "escamondaba" el suelo de piedra tosca del corredor con la fregona que olía a Ajax Pino.
A mí esa copla me daba escalofríos, y le pedía que no la cantase, que no me gustaba. Todavía hoy en día me produce repelús, no sé por qué. Nada tiene que ver el triste final de su historia, ni el romanticismo sevillano ni su música cadenciosa. Nunca me he podido explicar por qué ciertas canciones, ciertas melodías me producen tal sensación de incomodidad.
Mi abuela me miraba, y cuando dejaba el corredor bien "escamondaíto", se sentaba conmigo a la fresquita, en el escalón junto a las escaleras, justo delante de la puerta del cuarto, y me contaba antiguas leyendas, de otras niñas y otras tragedias.
Me fascinaban las historias que me contaba en las calurosas tardes de verano, al murmullo de la radio de Ramoni, mientras la mayoría del vecindario dormía la siesta.
Y así, me contó la leyenda de la Casa de los Espejos. Fue la prmera vez que la oiría, pero no la última. La Casa de los Espejos se encuentra en la Alameda, justo enfrente del monumento del Marqués de Comillas. Cuenta la leyenda popular, que todavía puede oírse por los rincones más típicos del Cádiz colonial, que en la casa habitaba un capitán de barco con su esposa y su hija, y que ésta gustaba de coleccionar espejos, por lo que su padre le traía uno a la vuelta de cada viaje. Tantos, que pronto la colección aumentaba con los años y había espejos por todas partes. La niña creció, convirtiendose en una atractiva adolescente que su padre mimaba regalándole hermosos espejitos. Su madre comenzó a sentir celos de la relación paterno-filial y, aprovechando una de las largas ausencias de su esposo, envenenó a la niña. Nadie sospechó nada. Al regresar el capitán y conocer la noticia, se le rompió el corazón.
Dicen que la imagen de la niña apareció en cada espejo, su reflejo acongojado relató a su padre el motivo de su muerte, su mano acusadora señalando a la madre, que aterrorizada confesó su crimen. Ella fue detenida y encerrada para siempre en una sucia celda. El capitán, desolado, partió, abandonando la casa para siempre. Nunca regresó, nunca se supo nada más de él. Pero su historia permaneció en aquella casa deshabitada, en aquella ciudad amante de leyendas.
En las tardes soleadas, mis abuelos me llevaban a La Plaza de España a alimentar a las palomas, y luego caminábamos por las murallas de San Carlos y bajábamos hasta la Alameda, dejando atrás la ya desaparecida Cruz de los Caídos y su olor a pis.
A veces íbamos a la Plaza de Mina, y de ahí directamente salíamos a la Alameda Apodaca. Mi abuelo me contaba historias de las torres mirador, de los Baños del Carmen e, inevitablemente pasábamos por delante de la Casa de los Espejos, cerrada a cal y canto. Siempre me imaginaba a una niña de hermosos tirabuzones negros con lacitos y un traje con pololos, con una muñeca de porcelana bajo el brazo, jugando tras aquellos ventanales. Y siempre me recorría el más extraño escalofrío.
Años después, en pleno ardor de pubertad, me atreví a entrar en la casa con un par de amgos más. No era difícil. Creo que media población infantil y preadolescente gaditana supo cómo encontrar su camino dentro de las casas deshabitadas del casco antiguo. Todo era tan inocente, tan fácil y tan aventurero... Nos bastó empujar lo suficiente el gran portal de madera medio carcomida. La cerradura cedió sin problema. El interior era espectacular.
En aquel tiempo yo era bastante escéptica, y pensaba que las leyendas estaban para explorarlas y averiguar qué había de cierto, pero solía ser muy lógica y cabal y no me creí del todo aquellas historias de casas encantadas y espíritus atrapados en espejos. Pero aquello... aquello era un sueño de lugar para cualquier mente imaginativa.
Tras el pequeño y oscuro corredorcito a la entrada, se abría un patio señorial rodeado de columnas y mucha luz, un patio colonial con una gran escalera de mármol o de piedra desgastada, no recuerdo bien. Todo estaba lleno de trozos de espejos rotos. El suelo del patio, las paredes, las escaleras... Comenzamos nuestro ascenso en silencio, con las bocas abiertas, con cuidado, esperando ver aparecer la figura de largos tirabuzones y ojos verdes en cualquier rincón, pero nunca llegamos a la primera planta. Un gato salió a nuestro encuentro, un gato negro y reluciente que nos amenazó con sus fauces abiertas y unos colmillos demoníacos. Ni qué decir tiene que salimos de allí a más velocidad de la que entramos, el corazón palpitando en el pecho a velocidad de vértigo. Cruzamos la calle y nos sentamos en la Alameda, más para descansar que para trazar un nuevo plan. Creo que Anita lloró de puro terror. A mí nunca me gustaron los gatos, embrujados o no. Estaba sin aliento. Jose, aunque era el único chico del trío, reconoció que casi "se lo hace" en los pantalones. Sentados en el banco de piedra de espaldas al mar observamos la casa. Arriba, en una de las ventanas, una cortina se movió tras los cristales del balcón cerrado.
La casa sigue desierta hoy en día por lo que sé, su puerta reparada, el interior restaurado. Ya no corren niños curiosos en su interior, ya no quedan restos de cristales en el suelo, y creo que el ático de la torre está alquilado. Pero siempre que vuelvo a Cádiz visito la Alameda y paso por delante de aquel edificio que me fascina y me atrae como un imán, para decir hola a aquel rostro de niña neoclásica que nunca apareció en la ventana como en la canción que cantaba mi abuela.
6 comentarios:
Yo también soy escéptica, pero no hubiera entrado :P.
Por cierto, que no conocía la leyenda.
Gracias, me acabo de dar cuenta de mi error garrafal. Por no leer una vez acabo...
Bueno, creo que esta casa está actualmente en rehabilitación para convertirse en pisos de gran lujo....
en Sevilla, hay también una leyenda referida a la "Casa de las Sirenas", en la Alameda también. Dicen, que el hijo del dueño estuvo envuelto en un crimen pasional homosexual, que huyó, y que nunca más se vió al viejo propietario, ni dentro ni fuera de la casa. Actualmente es un Centro Cívico municipal.
Seguimos con las historias antiguas....
jo, a mí también me daría mal rollo entrar en esa casa... y si eres un niño y nada más entrar ves a un gato con gesto amenazante, normal morirse de miedo...
Hola, yo soy de Costa Rica y hasta acá me llego la leyenda de dicha casa pero me llego por medio de una canción de un grupo español llamado Saurom, lo cual demuestra que la música y la cultura no tienen fronteras!!!
Muy buen relato, está de que pongas un post en el que se hable de gente que haya visto a la niña actualmente...Mmm, si puedes pasa por mi blog: www.boostertower.blogspot.com
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