Juré que le querría para siempre. Para siempre. Cada noche, en casa de la abuela, tras despedirnos después de haber jugado juntos todo el día, me iba a la cama pensando en él. Mi último pensamiento de la jornada era para él. En mis sueños estaba él. En mis fantasías estaba él.
Habíamos crecido como hermanos, allí, tirados en el suelo de piedra rancia de los corredores, tumbados en el patinillo mirando las estrellas en las noches cálidas e insoportables de verano. Compartimos más de una vez un polo de Drácula, o un Frigo pié. Eramos como hermanos, pero no era mi hermano. Ni quería que lo fuera.
Bebía los vientos por él. Le esperaba ansiosa a la puerta de su apartamento, sentada en sus escalones forrados de sintasol barato asemejando madera clara tras la hora de comer. Tenía celos hasta de los niños del barrio si venían a buscarle para jugar al fútbol.
J lo era todo para mí, desde que tenía memoria. A los nueve años ya era una experta en los dolores del malquerer. Me había humillado un par de veces, cuando jugábamos al escondite y mientras yo contaba con la cara apoyada en el brazo sobre la pared encalada, él llegaba de puntillas y trataba de bajarme las calzonas, dejando al aire mi escuchimizado y blanco trasero de niña playera (el tanga aún no hacía furor en las playas).
Mis momentos más felices eran cuando elogiaba lo que llamaba "mis dos limones". A los ocho tenía dos garbancitos punzantes. A los 9 eran limones. A los 11 tenía ya un buen par de melones que atraía las miradas equivocadas. Pero J ya no estuvo allí a los 11.
Tras haber compartido años y años juntos, se trasladaron a vivir a un piso de verdad en San Fernando, ciudad dormitorio, un piso sin corredores de piedra ni partiditos reconvertidos en cocinas o dormitorios o habitaciones cambiantes. San Fernando, a media hora de Cádiz. El fin del mundo. La hecatombe. ¡Se marchaba al otro confín de la Tierra! Prometimos mantenernos en contacto. Nuestros padres lo hacían. Por teléfono. No volví a verle hasta el verano del 84. Teníamos 14 años.
En verano solíamos ir a la playa después de comer, con la sombrilla, la silla de mamá y las toallas y los bocatas. Llegábamos sobre las 3 de la tarde y no regresábamos a casa hasta al menos las nueve de la noche. Nos reuníamos con mi amiga Adelita y su madre y Cármen y su madre. Y ese verano se nos unió la madre de J y sus retoños, entre los que se encontraba, como no, el propio J.
Durante unas semanas fui la chica más felíz del mundo. Le pedía que me ayudara con la loción de zanahoria, un mejunje pringoso y maloliente que se había puesto de moda gracias a una campaña publicitaria con frase pegadiza (zanahorias, ¡que bronceado!). Organizábamos peleas de wrestling en la orilla, intentábamos meternos arena húmeda en la boca, en las orejas, en el ombligo y lo más importante... en el bañador. J trataba de quitarme la parte superior del biquini en el agua, yo me resistía (no mucho), pero al mismo tiempo deseaba sentir sus manos en mi piel. A cambio, yo tiraba juguetonamente de su bañador, sin éxito.
Y un día, mientras tenía la regla y me veía obligada a guardar toalla mientras todos se divertían en el mar (el támpax todavía no había llegado a mi vida), el corazón se me detuvo. ¿Había visto lo que creía que había visto?
Allá, en la distancia marcada por la marea baja, me parecía que Cármen estaba demasiado cerca de J. No, no podía ser. Qué tontería. ¿Cómo iba a fijarse J en ella, con ese cuerpo que comenzaba a pasos agigantados a parecerse a esa mole a la que llamaba madre? Cármen tenía un rostro bonito, ojos azules y pelo rubio natural. Rubio dorado. Cortado a lo garçon en aquella época. Pero de ella podrían sacarse 3 Js.
Salieron del agua con aire culpable. Al menos ella, que sabía que mi corazón jamás había dejado de latir por él. Seguro que mi amiga, mi propia prima, por muy lejana que fuese, no iba a hacerme esto a mí. ¡A mí! A mí que conocía a J desde que ambos usábamos pañales. Que habíamos comido del mismo plato, bebido del mismo vaso y chupado los mismos chupachups de Kojac de chocolate. El era mío. Sólo mío. Sólo podría ser mío.
Si se dignaba a mirarme alguna vez como lo que era, claro: una mujer con un par de tetas bien puestas y un culo redondito, y no la niña en calzonas rojas que gritaba "A por ellos" y "maricón el último" y que jugaba al fútbol como un niño (mucho mejor que un niño, dónde vamos a parar) y corría por las calles en bambas y camisetas de mi tío tres tallas más grandes.
Las miradas de complicidad lo decían todo y al fin tuve que preguntarle. Cármen me dijo que llevaban saliendo unos días. ¡Saliendo! Bueno, viéndose en secreto y a la vez públicamente allí en la playa, desapareciendo a intervalos para darse un besito a escondidas tras el chiringuito o retozar a solas en el agua.
No le hablé durante dos semanas, el mismo tiempo que duró su frugal romance de verano. Pero ya nada sería lo mismo. Me había dado cuenta de que para J, siempre sería "su hermanita pequeña", a pesar de que yo le sacaba nueve meses.
El final del verano llegó, y el comienzo de las clases, como la marea que barre la arena, se llevó mi mal de amores. A J no le volví a ver hasta tres años más tarde, cuando comenzaba a hacer mis pinitos en la radio. No recuerdo cómo nos reencontramos, pero con motivo de una maratón anual nocturna que organizábamos cada verano en las ondas, le invité a pasar la noche con mis compañeros de radio y conmigo en el estudio. Solíamos llevarnos comida, cerveza y postres, y a las cinco de la mañana alguien iba a por churros y chocolate.
Esa noche J intentó besarme. Así, sin más. Sin palabras bonitas y sin previo aviso. El momento que había deseado desde que era una criaja con pintas de machorra. Tras tres o cuatro horas de conversación aburrida y futil. Poco a poco me di cuenta de que tenía a un ídolo con pies de barro sobre un pedestal, y que, desafortunadamente, la caída iba a ser inminente.
Le rechacé de plano y aprendí que nada es lo que parece y que idealizamos las cosas por cómo las queremos ver y no por lo que son.
J no era la herramienta más brillante de la caja, precisamente. Y la vida siguió, con herramientas más modernas, mejor equipadas y en cajas más... coloridas.
14 comentarios:
Ainss que bonito irse a dormir después de leer esta historia tan bonita! gracias..
Preciosa historia, me has hecho recordar mis amores platonicos de infancia y juventud, que bonitos, aunque algunos dolorosos en su día ahora los recuerdo con cariño.
Besitos
Como siempre un placer me ha encantado!!!!... Me recuerda a una historia que me ocurrió a mi pero yo era algo más mayor, me quedé loquita por un niño que habiamos visto una amiga y yo en el autobús, no sabia su nombre no donde vivia ni nada...El caso es que tiempo después le volví a ver en un bar de Pozuelo, resulta que era de la zona, le conocí.....y....una cosa llevó a la otra... vamos que al final fué para mi... Que recuerdos...
Mil gracias Ruth...
my idol!!!....xiqui...que historia mas bonita!!!...joooooo hace saltar a los momentos...mas dulces de la vida!!!...cady,eres magia cielo
besitos
Cuantos ídolos de pie de barro dejamos atrás... Pero los desengaños forman parte de la vida, precisamente para luego saber ver lo más auténtico...
Todas hemos sufrido un desengaño que nos marcó en mayor o menor medida. Tu historia me ha encantado y me ha recordado muchas cosas...
Bs
Ponga un J en su vida, sufra y hágase fuerte para lo que la vida, con toda seguridad, le va a deparar.
A mí me ha dado un poco de pena la reflexión que haces al final en la que dices..."nada es lo que parece e idealizamos las cosas por cómo las queremos ver y no por lo que son"...qué triste me ha parecido...¿estaré muy sensible hoy o realmente sería muy triste que eso siempre fuera cierto? no sé,en fin...qué penita...sniff :D
Sonia, a lo que me refiero con la reflexion es que despues de conocerle desde que era una niña, despues de estar literalmente "enamorada" de el y de pasar tanto tiempo juntos, nos reencontramos cunado ya somos adultos y me doy cuenta que intelectualmente estamos a miles de millones de kilometros y que era la persona mas aburrida y simple que conociera. Y no era asi como le recordaba, claro. Quiza no lo quise ver siendo niña, pero en los ojos de adulta, perdio todo su encnato...
Ay, qué triste.
Hace tiempo leí en algún sitio que desear algo puede ser mejor que tenerlo, y creo que en este caso es así.
Tanbien a mi me has echo recordar, tiempos pasados, amores no corespondidos, en el cole, que pena yo ya no lo bolvi a ver mas, pero yo era muy enamoradiza,o sea que, otro?
Despues conoci a mi F PARTICULAS?
¡Bieeeeennnnnnnnnn! ¡hombres que no sirven pá ná!
ese chico te gustaba y no te correspondía y lo pasaste mal por él. al cabo del tiempo ya le habías desidealizado, te diste cuenta de que no era lo que parecía. cuando fue él quien te buscó a ti ya era tarde... aparte de que su acercamiento fue muy poco hábil.
yo creo que sólo desidealizamos a las personas a las que antes hemos idealizado. mientras veamos a la persona que tenemos enfrente de forma realista, como una persona normal y corriente que es lo que somos todos, no habrá desengaños. lo que pasa es que cuando nos enamoramos es difícil no idealizar a la otra persona...
Lo que pasa es que a esa edad lo normal es idealizar, y supongo que forma parte del encanto. Me ha encantado la historia. La verdad es que es curioso como la vida nos llega a alejar años luz. Yo todavía me pregunto qué coño vi en mi primer novio "serio". Pasé años sin tratar con él, y al volver a verlo no daba crédito. Madre mía, se había estancando en los 15 el pobriño. Tambien me ha ocurrido con alguna amistad, así es la vida. Precioso el relato. Muacs!
jo, vaya frase que me ha salido en el otro comentario: "yo creo que sólo desidealizamos a las personas a las que antes hemos idealizado." parezco el bush diciendo que las importaciones vienen del extranjero. :D
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