Hoy he abierto la vieja caja de latón medio oxidada que encontré sobre el armario, olvidado por el tiempo. Lo he abierto con lentitud, temerosa de encontrarle dentro. Y le he hallado. He encontrado sus viejas cartas, su letra tan conocida, su caligrafía nítida, firme, desgastada por el tiempo pero salvaguardada de la humedad.
He desdoblado el papel amarillento con cuidado. Aún huelen a su colonia. Dentro de algunos de los sobres con sellos descoloridos, había fotos, imágenes en sepia de gente que sólo conocí en narraciones de tiempos pasados. Y algunas flores, viejos recuerdos marchitos que no retienen su aroma.
He llorado. Hace tanto que se fue, y todo lo que me dejó fueron sus misivas, las cartas que escribió desde lugares lejanos, mientras aquí nos moríamos de hambre, de dolor y de preocupación. Yo nunca vi sus cartas. Madre las escondió con tanto ahínco que es sólo hoy que se revelan ante mis ojos sus palabras en tinta. Esas fotos de lugares, de paisajes borrosos y rostros desconocidos. Tan desconocido como el suyo, olvidado recuerdo de una infancia cubierta por la espesura de la memoria de una niña de apenas cuatro años. Mientras intento oir su voz a través de las letras negras bajo la luz amarillenta de la lamparita de la sala, la lluvia comienza a caer en el exterior y me estremezco.
Hay algo más en al caja. Felicitaciones navideñas, tarjetas de cumpleaños. Todas dirigidas a mí. Pero yo nunca las vi. Y ya nada importa, porque los años cayeron tan inexorablemente como el telón al final de una obra y permanezco inmune a los sentimientos.
O quizás no, porque descubro una lágrima rodando por mi mejilla y de pronto soy un mar embravecido, una marabunta de amargura y sinrazón. Perdí la llave secreta que encierra las emociones el día que cruzó la puerta, cerrándola de golpe y Madre simplemente abrió una botella de anís y se sentó junto al fuego, con la mirada vacía. Jamás abrí la bóveda de mi alma para hacer balance de su triste saldo. Y hoy, del modo más inesperado, desenmascaro el secreto de toda mi existencia, deseando no haberlo hecho.
He vaciado la caja a mis pies. He recogido cada una de sus fotos, cartas, flores resecas y calendarios caducos. He sopesado en un segundo el peso de tan liviana carga en mis manos. Tan insoportable en mi corazón.
Y las he tirado al fuego.
7 comentarios:
La facilidad con que nos transportan unas cartas hacia algún rincón del recuerdo.
Me encantó lo que escribistes.
BEsos
Muy bonito Candela, tienes un don para el relato. Por cierto, este final me ha encantado, no todo el mundo hubiera tenido valor para tirar todos esos recuerdos del padre que les dejó, aunque yo hubiera hecho lo mismo. Muy bueno.
Los pelos de punta....Simplemente genial....como siempre...Bsts
Precioso relato. Las cartas son magicas. Pueden llevarnos de vuelta a momentos ya vividos y a volver a recordar sentimientos pasados.
Besos
precioso relato, ruth. describes muy bien el cúmulo de emociones de la protagonista: alegría de saber que alguien muy importante escribió esas palabras exclusivamente para ella, tristeza por pensar que esa persona ya no está, y resentimiento hacia quien escondió las cartas...
Me ha encantado el relato, cuántos recuerdos y sentimientos pueden encerrar las líneas de unas cartas...
Cuantos recuerdos y sentimientos puede desencadenar una simple carta! Buen relato
Publicar un comentario