Esta fue mi agenda de teléfonos durante muchos años. Me la regaló mi hermana por un cumpleaños allá por los ochenta y podría considerarse mi "agenda negra". Su interior guarda cientos y cientos de teléfonos, de la mayoría de mis compañeras de clase, de amigos varios y de algún famosillo (número de la casa de Paloma San Basilio en El Puerto, de Rappel en Madrid, de cantantes de grupos pops ya desaparecidos). La utilicé fielmente hasta mediados de la década pasada, y luego la desterré al fondo de un cajón a cuya superficie ha aflorado ahora durante la mudanza. Con ella, he desenterrado más que números telefónicos ya casi con toda seguridad obsoletos: he desenterrado también uno de los esqueletos de mi armario, aquel en el que no me permití pensar durante años para que no me acosara.
Por otro lado, también me ha permitido recuperar nombres y apellidos de amigos y amigas que mi memoria había borrado, y sin duda alguna, trataré de usar esa información para tratar de encontrarlos en Facebook.
Pero volvamos al esqueleto. En 1995 pasé tres meses en Canarias, en Arrecife en la isla de Lanzarote, en concreto. Los tres peores meses de mi vida, de los que me niego a hablar por completo. He decidido borrar esos 90 días largos como si no hubieran sucedido jamás. Ni siquiera lo bueno, que fue poco, deseo recordar. Aún duele. Y me asusta. Y por eso, quizá, me olvidé de Carmen.
Conocí a Carmen en una carretera que unía mi lugar de trabajo con el centro de Arrecife, en una cabina telefónica. Yo salía de hacer una llamada cuando me encontré de lleno con su rostro repleto de moratones y sangre reseca. No pude disimular mi espanto, creía que acababa de sufrir un accidente e iba a llamar a la policía.
-¡Dios mio! ¿Qué le ha pasado?
-La vida, hija. Me ha pasado la vida -me respondió con sumisa calma. Y entonces comprendí.
-¿Su marido le ha hecho eso? ¿Necesita ayuda? ¿Quiere que llame a la policía y espere con usted?
-No. ¿Para qué? No tengo a donde ir. Sólo lo tengo a él.
Conversamos casi cerca de una hora, aquellos ojos castaños vacuos de emoción, rebosantes de resignación. Tenía 33 años y aparentaba más de cuarenta. Era un saco de huesos lleno de hematomas y miseria. Su marido era un alcohólico violento que la trataba como a una mierda. Asistencia Social le había quitado a los hijos, dos, momentáneamente. No sabía cuándo volvería a verlos.
Nos despedimos en aquella carretera polvorienta y calurosa en una tarde de Octubre. Pero no sería la última vez que la vería. Casi cada día, sobre la misma hora, estaba en la cabina, llamando a sus hijos que, cosas de la casualidad, estaban en una institución en Cádiz.
Llegada la Navidad, en la empresa donde yo trabajaba, que era una especie de SEUR o UPS familiar, algunos de los clientes nos trajeron regalos. Entre otras cosas a mí me dieron un cartón de huevos, y qué iba a hacer yo sola con tanto huevo, estaría comiéndolos durante un mes al menos. Decidí dárselos a Carmen. Sabía dónde vivía, me había señalado su puerta en más de una ocasión.
Su marido estaba allí cuando llegué. La casa hedía. A cerrado, a polvo, a una mezcla de alcohol y sudor y podredumbre. Pero no arrugué la nariz. Allí estaba ella, sentada en un sillón en la penumbra frente a la tele, tras las cortinas cerradas de la salita de aquel piso bajo. El no me habló en toda mi visita, que no duró ni veinte minutos.
En Diciembre regresé definitivamente a la península, a Cádiz. Fui a despedirme de ella, y al hacerlo, con la promesa de que dejaría a su marido y buscaría ayuda -jamás sabré si lo hizo o si se convirtió en otra estadística-, me dio un papel con su dirección, el nombre de sus hijos y la dirección del cura que estaba al cargo de ellos, que resultó ser de la Iglesia de San Francisco. Le aseguré que iría a preguntar por ellos, que hablaría con el cura.
Nunca lo hice. Al llegar a casa me enfrenté a mis propios problemas y no encontré el papelito hasta muchos meses después, en el interior de esta agenda donde aún sigue. La agenda había estado perdida durante meses, en una caja con otros trastos. No cumplí mi promesa y no pude ayudarla, porque me escondí en mi propia esquina oscura, lejos de los ventanales de la vida ajena y me olvidé de Carmen.
Han pasado 14 años. Es inútil hacer nada, esos niños ya son hombres, pero el esqueleto ha salido pitando escaleras abajo y siento que, de algún modo, me he librado de él al escribir esta historia. Necesitaba hacerlo.
21 comentarios:
¡Pobre Carmen! Esperemos que al final se decidiera a dejar a su marido
Yo también tengo alguna agenda de esas, de hace años, con nombres que ni siquiera recuerdo quienes eran, jajajjajajaj
Ay Ruth, estos rincones también sirven para empezar a recuperar las fechas negras. Sigue escribiendo y on el tiempo todo se volverá al menos gris.
Bsssssssssssss
Cloti
Vale, ya lo has escrito, lo has compartido, y ahora se acabó, ¿ya lo has olvidado, a que sí...? Todos hemos tenido agendas de ese estilo, con algún que otro recuerdo esquelético y negruzco que es mejor que se lo lleve la marea... Lo importante es que ahora tus armarios estén llenos de ropa o zapatos, y que no haya ya ni una tibia, ni una calavera, ni nada esquelético... Saludos Candela!!
Ah, y yo tenía la agenda que hacía juego, de Benetton ¿no?
Si, es de Benetton.
Ufff se me ha puesto el bello como escarpias!!!
Vaya recuerdos más duros!!
Mi niña si es eso realmente lo que te pasó puedo decirte que alguien de fuera de su entorno es imposible que pudiera hacer algo si Carmen no lo hubiera hecho por si misma.
A lo largo de la vida te encuantras con muchas familias desestructuradas como esta, y apenas se puede hacer algo sin la ayuda de si mismas la pena son los hijos los verdaderos incomprendidos que el dia de mañana pueden ser otro padre como el suyo.. esa es la realidad de este sistema..
Besos cielo y gracias por compartirlo con nosotrossss
pobre mujer, ojalá encontrara una salida a la situación en la que estaba atrapada...
hay recuerdos muy dolorosos que necesitan mucho tiempo para que puedan salir a la luz... hoy por fin has podido contar esa historia...
Qué lástima que estas historias se repitan con tanta frecuencia y qué bien que hayas podido quitarte ese peso de encima compartiéndolo.
Comprendo que tu estancia en una isla tan pequeña y carente de recursos y viniendo de Cádiz te haya resultado difícil de llevar, imagino que unido a otras circunstancias.
Besos. Loli
¿He dicho agenda...? Cada día se me vá más la perola, la "cartera", tenía la cartera a juego... Qué cabeza por Dios... Y también me la regalaron, a mí una de mis amigas.
Con tu historia me ha venido a la memoria algo que me ocurrió no hace mucho. Y yo no soy de meterme para nada en la vida de la gente, no me gusta arriesgarme a que me digan "métase en sus asuntos", que hay gente para todo... Pero en esta ocasión me dió mucha pena. Ya había tenido a mi hijo y de hecho era la revisión del primer año tras el parto. Estaba fuera de la sala de espera porque como siempre me encontraba enganchada al tlf. y no me gusta que me escuchen parlotear, menos aun reirme a carcajada limpia con una amiga... En la consulta de mi clínica ginecológica suele haber montones de barrigudas felices en su estado, tal y como fué mi caso, recibiendo buenas noticias y haciéndose pruebas satisfactorias. Pero me hallaba yo fuera charlando, cuando por el rabillo del ojo ví a una chica como de mi edad con un poquitín de barriguita a la que le daban un sobre grande, de los que me constan que llevan los resultados de las pruebas (una de las múltiples que se hacen durante el embarazo), y la enfermera de turno le hacía una sonrisa de esas de "lo siento". Salió y rápidamente sacó del bolso un kleenex, se retiró a una esquina, cercana a donde yo estaba (porque tampoco había más sitio), abrió el sobre y se puso a llorar a moco tendido. Cogió su tlf. y llamó llorando, con lo que yo me retiré lo más lejos que pude porque no me gusta escuchar. Pasó un rato, ya había colgado y yo volví a salir de la sala de espera porque tenía otra llamada, y ahí continuaba dando la espalda en una esquina, como si estuviera castigada, pero se la veía fatal. Me acerqué a ella para ver si necesitaba ayuda, alucinando conmigo misma, y me lo agradeció mucho pero me negó con la cabeza y con unos lagrimones como monedas. En ese momento me llamaron a mí y se lo dije a la enfermera de mi médico, a mi ginecólogo y a la auxiliar, y se movilizaron, constándome que la hicieron entrar y la calmaron, porque cuando ya salí estaba sentada con ella una de las comadronas y otro gine que también conocía. Cuando pasé por su lado me acarició el brazo y me sonrió. Me sentí muy bién por mí misma, pero hecha polvo porque sé el pánico cerval que se siente cuando te hacen esas pruebas y te surge la duda de la mínima posibilidad de que algo no pueda ir bien en tu estado... Siento haber soltado el rollo, pero tampoco se lo había dicho nunca a nadie y mira por dónde, me lo has recordado...
Es mejor pnesar que por fín Carmen sacó a la valiente que tenia dentro y se fué dejando atrás aquella penuria. Para que pensar otra cosa???
Todos tenemos una o dos agendas de esas guardadas ene l fondo de algún cajón.
Hace unas semanas encontré una de ellas y como tú dices, busque algúnos nombres en facebook.
Y sorpresa!!! encontré a una chica de Madagascar a la que conocí en Limoges. No sabes la ilusión que me hizo. Espero que tú tengas la misma suerte.
Besinos guapa.
Otra desahogada.... ¡TE QUEREMOS, BLAS!
Agendas de antaño, tenemos todos, yo guardo la del insituto con mis poesias, las dedicatorias de mis compañeras...
Y de malos recuerdos, todos tenemos intentamos borrarlos de nuestra memoria... pero a veces surgen por arte de magia.
Es bueno sacar fuera todo lo que nos hace daño, es bueno contar con amigos/as que estan ahi para escuchar cuando lo necesitas y tenderte una mano...
Espero y deseo que Carmen tuviera suficiente fuerza para alejarse de ese monstruo, buscar a sus hijos y ser feliz...
Vete tú a saber que fue de la pobre Carmen. De esas Carmenes hay cientos en España.Ojalá le haya ido bien.
Ya te había escuchado hablar de tu estancia en Lanzarote. Yo sólo he estado de vacaciones, probablemente las mejores de mi vida. Para mí, es un lugar lleno de magia, tan negro y misterioso. Es curioso como un mismo sitio puede significar cosas tan diferentes para dos personas.
Todos tenemos esqueletos en agendas o en distintos sitios, que no hemos podrido ayudar o resolver, tu aunque no pudiste ayudarla, por tener tus propios problemas, ahora ya con el tiempo que paso, se habrar resuesto o no, ya no se puede hacer nada o casi nada, espera que alla pasado lo mejor posible y no te tortures con ello?
Vaya Candela, menuda historia, que dura es la vida algunas veces, espero que Carmen encontrara el camino.
Besos
Es bueno que te hayas desahogado... A veces el decir las cosas negativas y autobiográficas,ayudan a sacarlo todo, y sientes como si te quitases un peso de encima,y qunque el problema no se vaya o no se olvide "respiras". Me alegro que hayas descargado un poquito, y yo tengo fe en que carmen estará bien. Muchos besotes
que historia más escalofriante... Quiero pensar que Carmen dió un giro a su vida y hoy vive feliz rodeada de sus hijos... Bsts
hola wapa, eres mi librito de noche jaajajaja, ala noche me paro y te leo con calma, yo ya no tengo mi agenda pero quedan recuerdos raros(ejem. un bolsillo de un pantalon)^-^ .
pasate a mi blogsss tienes un premio ajajaja.
Esas agendas son una cápsula del tiempo que nos viene del pasado. Ahora con los móviles no aprendemos ni un teléfono.
Menudo esqueleto... no me extraña que saliera corriendo. Si no lo hace él lo haría yo, pues es de los que meten miedo de verdad.
A veces es necesario hacer esos ejercicios de "enterramiento" y cuando pasan los años que lo ves todo de manera diferente igual puedes atreverte a desenterrar un poquito...
Qué historia tan dura. Y qué impotente se debe sentir uno al no poder hacer nada.
Ojalá Carmen haya podido dejar atrás sus fantasmas y huir de esa miseria de vida.
Me has recordado a otro esqueleto que a veces me acosa y me hace sentir culpable; debería hacer terapia como tú y dejarle salir a la luz.
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