Se acercaba mi séptimo cumpleaños y mamá había prometido comprarme una cadenita de oro que habíamos estado mirando la tarde previa en el escaparate de la joyería. Gavin estaba celoso. Hacía tiempo que quería un pequeño pendiente, de oro también, con un diamantito como el que lleva Beckham, su ídolo. Gavin es mi hermano y tiene cuatro años, así que mamá le dijo que se lo comprarí cuando fuera mayor.
Aquella tarde de Domingo, la que cambiaría nuestras vidas para siempre, era cálida y soleada, en contraste con el tiempo habitual en Irlanda. Mamá había ido a cada de Mareid, que vendía oro a buen precio, para comprarme la cadena. Aparcó el coche fuera de la casa y nos dijo que no nos moviésemos de allí. Mareid no vive en la mejor parte de la ciudad. No habían pasado ni dos minutos cuando Gavin y yo oímos un golpe de cristal roto y lo siguiente que recuerdo es que todo mi cuerpo ardía, quemaba, el humo negro no me dejaba ver a Gavin, pero podia oir sus gritos desesperados, y los de mamá, llamíndonos, mientras me asfixiaba, gritando con todas mis fuerzas, "Mamá, por favor, mamá".
Una mano me sacó a rastras, y el sólo tacto en la piel me hizo gritar más, confundiendo mis gritos con los de la ambulancia.
No supe nada de Gavin hasta días después. Estábamos en dos hospitales diferentes, a muchos kilómetros de distancia. Sólo tengo siete años y Gavin sólo tiene 4 pero oigo a las madres murmurar en el hospital y mirarme con una mezcla de curiosidad y compasión, y yo no entiendo nada. Las enfermeras son buenas conmigo, y mamá anda a caballo entre dos ciudades atendiéndonos a Gavin y a mí, porque Gavin está muy malito. El cocktel molotof (no sé que es esta palabra, pero lo oí de labios de la madre de Mary, que ocupa la cama contigua a la mía), nos convirtió al parecer en antorchas humanas, y a mi hermano se le derritió una oreja, como si fuera un helado. No puedo imaginarme a Gavin con una oreja derretida. ¿Me partiré de la risa cuando lo vea? Quizás no, porque hace tiempo que no río. He de llevar, durante muchos años aún, un traje especial para las quemaduras que cubren mi cuerpo. El pelo ya me esta creciendo, llevo aquí cuatro meses. No sufrí graves quemaduras en la cara, pero mamá me dice que Gavin está peor y yo quiero ir a verlo. Mi cumpleaños pasó y mamá me compró la cadenita de oro, pero le dije que la cambiara por el pendiente para Gavin. Mamá dijo que no podrá ponerse el pendiente. Claro, le falta una oreja. Y Gavin es taaaan vanidoso. Más que yo, que soy una chica.
Mañana me dejarán salir al jardin del Mater Hospital a caminar un poco. Hoy ha estado aqui un periodista del Post, me ha hecho fotos con los otros niños de mi planta y me ha dicho que me darán una medalla de oro. Una medalla! Se la regalaré a Gavin por Navidad, que ya está a la vuelta de la esquina. Me han elegido persona valiente del año, o algo así. No sá. Yo no sé mucho. Vivo en un barrio pobre de Limerick, pero aquella tarde de Domingo, cuando aquellos tres pedazos de escoria se ensañaron en nuestro coche sólo porque mamá no había querido llevarles a la ciudad, pensé que vivía en Belfast.
Aquella tarde de Domingo, la que cambiaría nuestras vidas para siempre, era cálida y soleada, en contraste con el tiempo habitual en Irlanda. Mamá había ido a cada de Mareid, que vendía oro a buen precio, para comprarme la cadena. Aparcó el coche fuera de la casa y nos dijo que no nos moviésemos de allí. Mareid no vive en la mejor parte de la ciudad. No habían pasado ni dos minutos cuando Gavin y yo oímos un golpe de cristal roto y lo siguiente que recuerdo es que todo mi cuerpo ardía, quemaba, el humo negro no me dejaba ver a Gavin, pero podia oir sus gritos desesperados, y los de mamá, llamíndonos, mientras me asfixiaba, gritando con todas mis fuerzas, "Mamá, por favor, mamá".
Una mano me sacó a rastras, y el sólo tacto en la piel me hizo gritar más, confundiendo mis gritos con los de la ambulancia.
No supe nada de Gavin hasta días después. Estábamos en dos hospitales diferentes, a muchos kilómetros de distancia. Sólo tengo siete años y Gavin sólo tiene 4 pero oigo a las madres murmurar en el hospital y mirarme con una mezcla de curiosidad y compasión, y yo no entiendo nada. Las enfermeras son buenas conmigo, y mamá anda a caballo entre dos ciudades atendiéndonos a Gavin y a mí, porque Gavin está muy malito. El cocktel molotof (no sé que es esta palabra, pero lo oí de labios de la madre de Mary, que ocupa la cama contigua a la mía), nos convirtió al parecer en antorchas humanas, y a mi hermano se le derritió una oreja, como si fuera un helado. No puedo imaginarme a Gavin con una oreja derretida. ¿Me partiré de la risa cuando lo vea? Quizás no, porque hace tiempo que no río. He de llevar, durante muchos años aún, un traje especial para las quemaduras que cubren mi cuerpo. El pelo ya me esta creciendo, llevo aquí cuatro meses. No sufrí graves quemaduras en la cara, pero mamá me dice que Gavin está peor y yo quiero ir a verlo. Mi cumpleaños pasó y mamá me compró la cadenita de oro, pero le dije que la cambiara por el pendiente para Gavin. Mamá dijo que no podrá ponerse el pendiente. Claro, le falta una oreja. Y Gavin es taaaan vanidoso. Más que yo, que soy una chica.
Mañana me dejarán salir al jardin del Mater Hospital a caminar un poco. Hoy ha estado aqui un periodista del Post, me ha hecho fotos con los otros niños de mi planta y me ha dicho que me darán una medalla de oro. Una medalla! Se la regalaré a Gavin por Navidad, que ya está a la vuelta de la esquina. Me han elegido persona valiente del año, o algo así. No sá. Yo no sé mucho. Vivo en un barrio pobre de Limerick, pero aquella tarde de Domingo, cuando aquellos tres pedazos de escoria se ensañaron en nuestro coche sólo porque mamá no había querido llevarles a la ciudad, pensé que vivía en Belfast.
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