viernes, 19 de octubre de 2007

CONCHAS


Es una gran verdad que nunca apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos. O que las mejores cosas en esta vida son gratis.
Estoy de vacaciones en mi tierra natal, y como siempre, me encanta pasear por la playa, mi playa, y mojarme los pies (hoy, tambien, me he llegado a mojar el bajo de los pantalones pirata y el ruedo del vestido, pero no me importa), en ese mar en que aprendi a nadar como Esther Williams, poco despues de nacer.
Caminando por la orilla bajo un sol de justicia, observaba las debiles olas de la marea que bajaba, dejando al descubierto una coleccion de piedrecillas lisas y desgastadas y gran cantidad de conchas. Despues de mucho pensarlo, he comenzado a recogerlas, enjuagarlas en la mar y guardarlas en el bolso como mi mas preciado tesoro. No lo hago desde que era niña. Es mas, estoy segura de que cualquier temporada estival que me haya visto bajo la sombrilla y la tumbona, no me habra visto si quiera notar una concha o el color de cualquier piedrecilla. Pero hoy me han llamado la atencion sus colores, sus texturas. Las he recogido de todos los tamaços, enormes, medianas, pequeñas. Blancas, rojas, rosadas, grises, ocres, oscuras, claras. Lisas o con ondas.
No se que voy a hacer con ellas, pero me acompañaran a Limerick de seguro. Estoy pensando en, tal vez, como en regresion, dedicarme a hacer esas ratitas con conchas que las monjas nos enseñaban a hacer en el colegio, ¿por que no? Mi madre tiene dos en casa que hice yo en edad escolar, una de mi clase y la otra la que le hice a mi hermana cuando le llego el turno, porque nunca ha sido buena con las manualidades.
He perdido hoy veinte años en poco mas de media hora, volviendo mi infancia mientras sin duda los pocos bañistas y los que aprovechaban los ultimos rayos de sol del año me miraban pensando que debo ser una loca o una completa gilipollas. O tal vez, envidiando mi inhibicion mientras se me mojaba la ropa en la orilla y guardaba mis hallazgos en el bolso.
No, nunca apreciamos lo poco que tenemos. Lo que de verdad es tan cotidiano y normal, que solo lo añoraremos cuando no lo tengamos mas. Los que no vivan en lugar de playa, los que no hayan crecido oliendo la salubridad del mar, transportando media playa a casa con la arena en cada hueco de la piel, no comprendera el sentimiento, pero la prueba se extiende a cualquier urbanita de igual manera. Volver a una ciudad tras mucho tiempo fuera, hace que te fijes mejor de los detalles. Cuantas veces habre pasado por la misma calle sin haberme fijado en nada, absolutamente nada, quizas demasiado ocupada mirando al suelo para evitar las cacas de los perros. Ahora descubro losas, plantas, colores, torretas, esculturas, volutas... cualquier cosa.
Haz la prueba y cuentame.
No se necesita ni un centimo para entretenerse en el viejo rincon de nuestro mundo habitual.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ruth, es una gran suerte poder escribir y describir sentimientos, momentos, situaciones, lugares etc... como haceis las escritoras.
En tu relato me he visto yo, por ejemplo cuando camino por las huertas de mi pueblo,o junto al rio.Tu puedes describirlo con belleza.
Si es que ahora me pena no haber hecho "letras" pero bueno que levamos hacer ja...ja...ja...
Ruth, es muy bonito Besotesss...

COILET dijo...

Yo la primera vez que vi el mar, fue en el viaje de octavo de EGB y quedé maravillada por una playa alfombrada de conchas, de multitud de formas y colores, me causó una impresión que dificilmente podré olvidar. Fue en una playa portuguesa, de la zona de el Algarve. Aunque por supuesto en tu Cadiz natal seguro que hay playas preciosas, aunque solo pase muy de refilón en aquella época por las marismas...
Disfruta y relajate. Besitos, SONY