Cuando descubrí la radio desde dentro, me dí cuenta de que en verdad era tan mágica como lo era por fuera. Tenía sólo 16 años y la ilusión romántica de toda adolescente. Me desencantó, sin embargo, poner rostro a esas voces de ensueño de la emisora de moda. Llegué a la radio por casualidad, en una asignación trimestral del Instituto. Nuestra profesora de Ciencias Sociales, en lugar de aburrirnos estudiando una temática trasnochada y que no nos serviría de mucho, decidió mandarnos un proyecto de investigación, dividiendo la clase en varios grupos, y al mío le tocó en gracia Media e Información. Visitamos el entonces único periódico de la ciudad, y las diferentes emisoras: la municipal Onda Da, la SER, RNE, Cope, y alguna más hoy ya desaparecida. El gusanillo me había picado de lleno en lo más profundo.
Pero ese no es el tema a tratar. Durante mis años en radio, trabajando o colaborando en distintos medios, he hecho una colección de pegatinas de los mismos que he encontrado medio abandonadas en una caja de lata de caramelos de El Avión. Su interior cerrado durante años me ha presentado una fina selección de posavasos (cuando los bares, discotecas y boites lucían posavasos de diseño personalizado y no las de publicidad de tu cerveza favorita), mezclados con antiguas tarjetas de Navidad, alguna postal perdida y estas pegatinas.
Mi paso por la radio fué un romance prolongado durante unos años que sólo concluyó cuando le encontré el gusto a la versión impresa. Aquellos años me dejaron maravillosas experiencias, algunas malas, otras mejores, que me enseñaron mucho más de lo que te cuentan en clase, desde luego. Conocí a gente interesante, insoportables aburridos, políticos coquetos, divas encantadoras, roqueros blandengues... Pero ese será otro post... Algún día.
Gracias a la emisora Municipal, que tenía programas radiofónicos hechos por y para jóvenes aficcionados, entré de lleno en un mundo que no sería, ni mucho menos, fácil. La España de finales de los 80' y principios de los 90' no estaba aún preparada para recibir a mujeres competentes en la profesión, algo que viví en mis propias carnes a la hora de buscar un empleo serio en el medio. A partir de ahí, hice muchos cursos, cursillos de radio, de locución, de producción, de informativos... Luego llegaría Imagen y Sonido, pero eso sería mucho después, y otros cursos relacionados de diferente manera.
Tuve la oportunidad de conocer a grandes profesionales del medio que me ofrecieron sus consejos y su sabiduría.
Naturalmente, el periodismo hablado y escrito ha cambiado mucho desde entonces, cuando lo primero que se nos enseñó fue que "El rumor no es noticia". Tal vez deberían darles un curso de rebozado a esa tribu de reporteros que pululan por nuestras pantallas e incluso en las páginas de las más prestigiosas publicaciones escribiendo artículos de dos columnas sobre un rumor que más tarde resultará ser infundado. Sí, señores, desgraciadamente en esta sociedad que va en retroceso, el rumor sí es noticia y da de comer a muchos mercenarios de las letras o el micrófono.
Pero ese no es el tema a tratar. Durante mis años en radio, trabajando o colaborando en distintos medios, he hecho una colección de pegatinas de los mismos que he encontrado medio abandonadas en una caja de lata de caramelos de El Avión. Su interior cerrado durante años me ha presentado una fina selección de posavasos (cuando los bares, discotecas y boites lucían posavasos de diseño personalizado y no las de publicidad de tu cerveza favorita), mezclados con antiguas tarjetas de Navidad, alguna postal perdida y estas pegatinas.
Mi paso por la radio fué un romance prolongado durante unos años que sólo concluyó cuando le encontré el gusto a la versión impresa. Aquellos años me dejaron maravillosas experiencias, algunas malas, otras mejores, que me enseñaron mucho más de lo que te cuentan en clase, desde luego. Conocí a gente interesante, insoportables aburridos, políticos coquetos, divas encantadoras, roqueros blandengues... Pero ese será otro post... Algún día.
Aprendí a desenvolverme en un mundo que aún no tenía la mala fama ni el desprestigio actual, y donde una simple credencial abría puertas que ahora se cierran con la sola mención de la palabra periodista. Era una adolescente con ilusiones y ambiciones que supe aprovechar y utilizar y que me enriquecieron personal y culturalmente. Numerosas son las anécdotas, los recuerdos y las aventuras vividas. Y sé que, de volver a la radio, hoy nada sería igual. Trabajábamos con cuñas de cartucho, pletinas, platos y un gran magnetofon de bovina. Cargáabamos en nuestros bolsos una grabadora de cinta que abultaba como un libro, y pilas, muchas pilas. Hoy todo ha cambiado, la magia se ha perdido. La música se almacena en un ordenador donde cualquier petición es posible en segundos sin tener que correr a la discoteca y buscar un álbum guardado, en el mejor de los casos, por órden alfabético. No hay que preparar intros ni jugar con el vinilo, mimarlo literalmente, para hacerlo sonar en el momento y el corte necesario. EL lenguaje radiofónico ha cambiado, supongo que las señales entre producción y locución también, esos aspavientos que parecían un código secreto al profano visitante. No he pisado un estudio desde los noventa, no quiero romper el encanto que aún perdura en mi memoria cuando enciendo el estéreo y oigo la voz del locutor (ahora se llaman Dj's, Dios, me hago vieja), quiero imaginarlo como lo recuerdo, aunque sepa que no es así. Como cuando ves una pelicula con final feliz y sabes que no es real pero...
El video mató a la estrella de la radio...
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