sábado, 14 de octubre de 2017

El viaje accidentado - rumbo a Toronto

Hay días en los que Murphy y su ley te lo joden todo. Literalmente.

Hace un par de sábados partíamos rumbo a Toronto. Teníamos todo planificado al dedo, pero ese día,nada saldría bien y esperaba que no fuese la tónica para el resto de las vacaciones.

Nuestro avión partía de Dublín a la 13.35 y decidimos coger el autobús de las 6.30 que nos dejaría allí sobre las 10 de la mañana. La tarde antes, había acudido a mi peluquera para alisarme el pelo  y sanear las puntas y la mañana anunciaba lluvia. La parada del autobús está a unos 20-25 minutos andando con maletas, por lo que decidimos no arriesgar a empaparnos y coger un taxi.

Una vez llegados a nuestro destino, tal y como el guiri se baja del taxi, le pregunto: "¿Y tu mochila?" Y entonces me dice que se la ha dejado en casa. No es que contuviera su pasaporte, o dinero; pero tenía su cámara de fotos y el cargador del móvil, cable USB y algunas cosillas. Y sin ellas significaba que tendríamos que usar solamente mi cargador o perder tiempo comprando otro. Le hice subir de nuevo al taxi y volver a casa. Tenía 15 minutos para ir y volver y afortunadamente lo hizo justo cuando el autocar estaba ya aparcando. Porque si de algo estaba segura es de que si le tenía que dejar atrás, le dejaba, por mucho que este viaje hubiera sido el regalo de cumpleaños que le hice, XD. No se puede ser más despistado!

Una vez en el aeropuerto todo fue bien. El embarque se hizo sin pérdida de tiempo y a mí ya me rugían las tripas cuando nos sentamos en el avión (a pesar de haber tomado un desayuno irlandés hora y pico antes), aunque llevaba conmigo algunos snacks aptos para diabéticos: cookies sin azúcar y unas galletitas cubiertas de yogur. 

Y entonces anunciaron por megafonía que teníamos a alguien alérgico a los frutos secos en el aparato y que nos abstuviésemos de consumir productos que pudieran contener cualquier tipo de fruto o trazas. Tras un breve estudio de los paquetes de mis snacks, y después de consultarlo con la azafata, me quedó claro que si en le paquete ponía "pude contener trazas de..." no podía abrirlo. Me quedé con la intriga de saber por qué una persona que puede estar sentada a diez metros de mí podría tener una reacción alérgica a algo tan distante y cómo desarrolla su vida en un ámbito normal caminando por la calle, en un supermercado donde vendan a granel o en un restaurante. El caso es que yo abrí y me comí discretamente un paquetito de mini cookies y allí no se murió nadie. 

Llegamos al aeropuerto de Toronto tras un vuelo de 7 horas y ver dos películas y deleitarme con las vistas mientras sobrevolábamos el sur de Groenlandia. Unas vistas maravillosas.

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Llegamos a las 4 de la tarde local, y nuestro plan era coger el Rocket bus hasta la estación de Kipling donde cogeríamos el metro a la estación de Sherbourne, a solo un par de manzanas de nuestro hotel. Estaba todo, como dije al principio de este post, perfectamente planeado. Tendríamos tiempo suficiente de dejar las maletas y quizá bajar al centro a dar una vuelta y cenar.

Pero no lo quiso así el destino o el puñetero de Murphy porque a pesar de que llegamos a las 4 (media hora antes de lo planeado), habíamos embarcado nuestras maletas y también había huelga del personal de tierra encargado de las mismas, por lo que estuvimos UNA HORA Y MEDIA esperando a que "liberasen" nuestros bultos, entre un caos de pasajeros considerable. Nadie de la compañía daba la cara y el pobre del mostrador, que para más inri era de otra aerolínea, no sabía ya que decirnos. La tragedia casi llega a su cúspide cuando una empleada del aeropuerto llegó con unos formularios y que teníamos que rellenarlos porque no saben dónde están nuestras maletas y si acaso ya nos las envían a casa. Mi inyección para mi diabetes, que ha de viajar en frío iba dentro de la maleta, en una bolsa térmica con dos bloques de plástico de los que se congelan para farmacia y que mi farmacéutico amablemente me había dado. Con esto la medicación puede mantenerse en temperatura frigorífica (y más en bodega) durante bastantes horas, pero si tardaba en aparecer el equipaje, podría estropearse. Con las lágrimas ya colgando, cansada y con el cuerpo cortado, me dio un pequeño mareo pero en cinco minutos nos dijeron que los bultos iban a salir ya.

Todo este estrés añadido a 3.5 h de autobús, más 7 de vuelo, más hora y media esperando las maletas, me hizo decidir que ya me podrían cobrar lo que les diera la gana pero me marchaba en taxi. No quería tener que buscar la parada del rocket bus, ni esperar hasta que llegase, ni esperar al metro y luego caminar unos bloques hasta el hotel ya de noche y sin conocer la zona. 58 dólares menos después llegamos al hotel, rendidos pero aliviados de estar en destino.

Subimos las maletas a la habitación y dimos una vuelta en redondo para volver al hotel porque no teníamos alma para ir a buscar un restaurante y el hotel disponía de uno en la zona del sótano, perteneciente a una cadena bastante buena. Y cenamos muy bien, la verdad. Después de eso y un par de pintas, caímos en la cama rendidos, y al día siguiente nos levantamos bien tempranito, cruzando los dedos para que nada se volviera a torcer...

1 comentario:

chema dijo...

qué desastre lo de las maletas. deberían ser un poco más eficientes con eso, porque efectivamente una maleta puede contener algún medicamento o cualquier cosa de vital importancia.
las fotos son preciosas. son alucinantes las vistas desde un avión...