miércoles, 19 de septiembre de 2007

COMPAÑEROS DE PISO (I): Los Aprovechados.

Los que hayan tenido que compartir piso alguna vez en la vida me comprenderán. He tenido numerosos compañeros de piso y, decididamente, puedo escribir un libro tanto sobre ellos, como de los posibles candidatos. En Cádiz compartí piso con dos chicos y la experiencia fue maravillosa, no tuvimos ningún problema de convivencia en los pocos meses que compartimos el mismo techo. Ningún roce. Ningún malentendido.
Pero fue llegar aquí a Limerick y encontrarme con unos personajes dignos de una película de Tarantino. No todos, por supuesto. He tenido compañeros de piso maravillosos, y curiosamente, eran españoles también. Aquí os voy a relatar hoy, en esta primera parte de mi experiencia con "flatmates", las hazañas de "los aprovechaos", esa especie desgraciadamente no en extinción que sufragan sus gastos a costa de los demás. O sus vicios.

Mi primera casa compartida en Limerick estaba al otro lado del río. Una casita de cuatro dormitorios, donde vivíamos cuatro chicas. Tres de ellas tenían novios de "los de mucho tiempo" y estaban allí todos los días, a todas horas, con lo cual yo, que era la recién llegada, era la única "desparejada", y en muchas ocasiones, no quedaba sitio para sentarse en el salón con tanta pareja. Pero nunca tuvimos ninguna discusión al respecto ni a mí me molestaba. Finalmente una de las chicas se marchó para casarse, se mudaba a su nueva casa, y cogimos a otra chica que trabajaba en una discoteca. De las que quedaban, una era azafata y la otra secretaria del obispo. Y ahí comenzaron un poco los problemas porque las llamadas telefónicas al fijo de la casa comenzaban a partir de las cuatro o las cinco de la madrugada. Finalmente la azafata y la secretaria se mudaron a un piso las dos y a la camarera y a mí se nos unieron dos chicas de campo, una un poquito... lenta de entendederas, digamos. Sin embargo no tuve problema con ellas, eran encantadoras. Iban a trabajar, volvían a casa, no hacían ruido y eran ordenadas y limpias. No así la que trabajaba en la discoteca, que nos mantenía despiertas desde las cinco de la mañana cuando volvía a casa, entre el teléfono sonando y las visitas que traía tras la disco. Luego llegó la desaparición de mis bragas. Sí, las encontré un día entre su colada. Ni qué decir tiene que le dije que se las quedara. Luego mi champú, perfumes y geles de baño empezaron a acabarse mucho antes de lo que solían hacerlo. Y empecé a reconocer los olores.

Finalmente por una cosa u otra la casa se puso a la venta y cada una cogimos nuestro camino. Y yo fui a vivir a una casa en el centro, bastante bien y donde ciertamente conocí a gente "peculiar". Cuando fui a ver la casa tras contestar a un anuncio en el periódico, no pude ver mi futura habitación. La chica que la ocupaba no estaba y cada habitación permanecía cerrada con llave en ausencia de su inquilino. No obstante se me enseñó la habitación contigua y se me dijo que era exáctamente como ésa. Una habitación cuadrada, de tamaño normal. Cuando me mudé, unos días después, me dí cuenta del gran engaño, pero ya era tarde: mi habitación era del tamaño de una caja de cerillas, la mitad de la que me habían enseñado. Tras colocar todas mis cosas (sólo había un armarito de una puerta y ahí no me cabía ni un cuarto de mi ropa) allí no cabía ni un cáncamo. Alguien me dió un armario, una cajonera y una estantería y a duras penas podía entrar en el dormitorio, todo estaba tan apretado. Sólo me quedé porque según se fuera mudando gente, tendría la opción de cambiarme de habitación, y la ubicación era ideal.

Cuando fuí a vivir allí, había una chica que en un año se iría, estaba esperando a que terminaran de construir su nuevo hogar. Su novio casi siempre estaba pululando por la casa. También vivía un médico al que casi nunca veíamos el pelo porque hacía horarios imposibles en el hospital. Y luego estaba Andrew, el que me había engañado con el tamaño de la habitación.

Pocas semanas después comencé a sufrir del "síndrome De Luz de Gas". No sé si habéis visto esa fantástica película con Ingrid Bergman, Joseph Cotten y Charles Boyer, donde Ingrid Bergman empieza a perder cosas y cree que se está volviendo loca. Eso mismo me pasó a mí. Cada viernes hacía mi compra de comestibles, pero a pesar de estar segura de haber comprado ciertos productos, cuando los necesitaba no aparecían. Como cierto Lunes, en que iba a cocinar lentejas y fui a buscar mi bolsa de 2 kgs de patatas. Por Dios que no aparecían por ningún lado. Le pregunté a Andrew si sabía de su paradero, porque estaba segura de haberlas comprado... Y me contesta que necesitó patatas el fin de semana y las había cogido. !Dos kilos de patatas!! !En tres días!! Me dijo que ya las repondría, pero le contesté que las necesitaba en ese momento y que las patatas que yo compraba eran nuevas (y españolas) y no las amarillas llenas de tierra que producen aquí. Fue a la tienda y prácticamente me tiró el saco a la cara (para más inri). No pensé más sobre el asunto hasta que latas de atún desaparecían misteriosamente, los huevos volaban, latas de guisantes se esfumaban por arte de magia... Y ya un día empecé a encontrarme mis botellas de refresco abiertas también, que había comprado limonada, naranjada y cola porque venía una amiga a cenar al día siguiente y no sabía qué bebía. La chica que vivía con nosotros me dijo que Andrew tenía la costumbre de coger lo que le apetecía de los muebles de los demás. Una vez, al regresar de quince días de vacaciones me encontré mi despensa medio vacía, a pesar de que la había dejado bastante repleta. Incluso un brazo de gitano que me regalaron la noche antes de irme y que no iba a comer, y se lo dejé a Jay y desapareció antes del desayuno esa mañana. Ni siquiera lo vio. Si dejabas una chocolatina sobre la mesilla del salón, volaba como una paloma impaciente.

Una noche nos entraron a robar en casa. El médico dormía en la habitación de la planta baja y había dejado la ventana abierta. Nos entraron por el patio trasero y a él le dejaron la habitación con los muebles y las sábanas. Se lo llevaron todo: una colección de casi 100 Cds, toda su ropa, zapatos, el estéreo y una bicicleta. A mí me quitaron una chaqueta motera que tenía en el salón. Tras esto el chico decidió mudarse y yo creí que me iba a tocar su habitación, pero cuando me di cuenta ya teníamos nuevo inquilino instalado.

Ni qué decir tiene que cuando Jay se mudó al piso (así fué como le conocí, era mi compañero de piso y ya llevamos más de 7 años juntos), a Andrew le sentó mal que me sintiera inmediatamente atraída por él, y cuando comenzamos nuestra relación me echó un sermón como si fuera mi padre o algo así. Le dije lo que pensaba: que no era asunto suyo y que si terminaba en lágrimas tampoco era de su incumbencia.
Poco después encontró trabajo en Dublin y se marchó. Nos llegó una inquilina española, Laura, a la que inmediatamente tomé gran aprecio. Un Domingo por la tarde en que yo trabajaba, recibí una llamada de Laura diciéndome que un tal Andrew estaba allí preguntando si podía dormir en el sofá porque había perdido el tren, se iría por la mañana. Accedimos en consenso. Por la mañana se marchó, sí. Después de tomarse todo el desayuno que Laura tenía para el día. La pobre se acababa de mudar tan sólo ese fin de semana y había comprado lo justo y suficiente para sobrevivir un par de días hasta cobrar sus sueldo semanal: un par de cajitas individuales de cereales, un botellín pequeño de zumo de naranja y un cartoncito de medio litro de leche. Se lo comió y bebió todo, y se marchó para nunca más ser visto ni oído, porque una semana más tarde descubrimos también que se había marchado llevándose el dinero que le habíamos confiado para pagar las facturas pendientes, de las cuales se encargaba cada mes. Nos había dejado colgados con el gas y la electricidad, pero el teléfono estaba a su nombre y nos embarcamos en la divertida labor de llamar cada día sin problemas hasta que nos lo cortaron. Creo que la cuenta llegaba casi a 400 euros. Conseguimos el número de teléfono de su hermanao en Dublín, con el que se alojaba, pero nunca nos atendió.


Si algún dia le encuentro frente a mí, le ofreceré mi franca y sincera opinión sobre su persona. Hasta aquí los aprovechados. En otro post os seguiré contando mis experiencias con ciertos parásitos.


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