A veces, hay promesas que se deben romper. Por obligación, por emergencias. En mi caso, no es por principios.
Estaba dispuesta a mantener mi promesa y no ir a casa este año. Por muchos motivos que me corroen el alma, por uno muy importante que se llama rencor. Con ello salpicaba con mi decisión a personas que no tienen nada que ver con el tema, y renunciaba a ver a mis amigas, que son muy importantes para mí, y a mi hermana, que también lo es, aunque más de una vez acabemos peleando como cuando eramos pequeñas, porque hay cosas que, sencillamente, nunca cambian.
No puedo olvidar, sin embargo, que mis padres no pudieran retrasar el funeral de mi abuela un día, diciéndome por teléfono que era imposible, cuando fui a la funeraria tras mi llegada para que me dijeran personalmente que sí podrían haber realizado el funeral el Domingo en lugar del Sábado. Pero a ellos no les dio la gana esperar porque "llevábamos toda la semana por turnos en el hospital y estábamos cansados". Que digo yo que habría sido mejor tomar ese día para ir a casa y dormir, y descansar y hacer lo que les saliera de las bolingas e ir al funeral relajados y calmados. Pero no, era más fácil "quitarnos de encima el asunto cuanto antes" y si mientras yo me encuentro sobrevolando el mapa, qué más da.
Mis perdones los regalo muy caros cuando sé que no hay arrepentimientos y que cada gesto es una farsa que he vivido desde que tengo razonamiento. Pero ese es otro tema.
La muerte de mi abuela supuso un cambio de era en mi vida, uno que me ha hecho tirar al suelo lazos que me ataban de una manera u otra ya no solo con miembros de mi familia, sino con mi propia ciudad. Estoy segura de no poder encarar ciertos lugares, porque todos y cada uno de los rincones del casco antiguo me traen perfumes y añoranzas de una infancia muy feliz. Para mí ir a pasar las vacaciones y los fines de semana a casa de mi abuela, a escasos metros de la Plaza de España era descubrir la vida, vivir una infancia que se me negaba viviendo con los beduinos. Yo era "tirilla" pura. Aunque luego no conozca la mitad de los nombres de esas calles que me vieron crecer.
Me prometí no ir a casa este año y en Septiembre voy, rompiendo mi promesa. No he cambiado de opinión respecto a mis razones por las que no quería ir, y muchas lágrimas me costaba pensar que no vería a mi amiga Cynthia, que espera gemelos y llevarle un regalo. O no ver a algunas de mis antiguas compañeras de EGB, con las que me reencontré de nuevo hace menos de un año. Darle un abrazo muy fuerte en especial a una de ellas, Cristina, que acaba de perder a su marido víctma de un cáncer que se lo ha llevado a edad tan prematura. Darle mi apoyo, mis ánimos y comérmela a besos, a ella y a esa niña que se ha quedado sin padre.
Quiero meter los pies en la arena calentita de la Victoria, quejarme del calor insoportable (aunque voy en la segunda quincena de septiembre y espero no encontrarme el agobio pegajoso que padecí el verano pasado).
Voy porque tengo que hacerme una endodoncia en una muela y por lo que me cobran aquí (1500 euros) me voy unos días a casa. Aunque no quiera.
Habré de tragarme el orgullo y ver, también, a personas que no quiero o no me apetece ver, enfrentarme a situaciones que me producirán daño y mantener esa cara de poker que he llegado a perfeccionar durante años, fingiendo que a mí, según creen, todo me importa una mierda. Porque al final del día "tú vives en el quinto coño y no sabes de la misa la mitad".
Globalización. Una palabra que no ha llegado a Cádiz.
De momento, para desestresarme de lo que me viene encima, me voy unos de días a Dublín y Belfast.
Aclaración: a los habitantes de Cádiz se les llama "gaditanos", pero luego, interiormente, tenemos otros términos con los que nos diferenciamos, según se pertenezca al Cádiz de intramuros o al de fuera de las Puertas de Tierra. A los de intramuros, se les conoce como "tirillas" y a los que viven desde las Puertas de tierra hasta la salida de la ciudad, se les denomina "beduinos".
Y luego está el "gadita", que es aquel que además de ser gaditano lo ejerce como tal y es un fiel amante de su tierra.
De momento, para desestresarme de lo que me viene encima, me voy unos de días a Dublín y Belfast.
Aclaración: a los habitantes de Cádiz se les llama "gaditanos", pero luego, interiormente, tenemos otros términos con los que nos diferenciamos, según se pertenezca al Cádiz de intramuros o al de fuera de las Puertas de Tierra. A los de intramuros, se les conoce como "tirillas" y a los que viven desde las Puertas de tierra hasta la salida de la ciudad, se les denomina "beduinos".
Y luego está el "gadita", que es aquel que además de ser gaditano lo ejerce como tal y es un fiel amante de su tierra.