sábado, 17 de noviembre de 2007

LA FOTOGRAFIA (ALBANTA), No presentado.

Esa de la fotografía, la que está apretujada junto a Sor María, soy yo, Margarita Pí. Era fin de curso y tenía nueve años. Mis ojos no parecen felices, como los de las otras 23 niñas de la clase. La foto en blanco y negro está desgastada, ajada en una esquinita. Han pasado ya muchos años, pero recuerdo perfectamente el día que nos hicimos el retrato escolar aquella tarde de Junio de 1979. Nunca me había llevado bien con algunas compañeras, y a menudo se han reído de mi por sacar más nota, por llevar esas gafas de montura de pasta o por simplemente haber nacido. El día de la foto se rieron de la opción de traje que mamá había escogido para mí. Ellas, muy modernas, iban todas en vaqueros y camiseta. Yo llevaba ese vestidito de faldita plisada y escote palabra de honor que picaba a rabiar.
Hace veinte años que no veo a ninguna de ellas, nunca mantuve el contacto desde que dejé el colegio. Sus burlas y sus constantes zancadillas en el patio me hiceron odiarlas para siempre. Pero esta noche es la reunión de las Antiguas Alumnas de la Promocion del 83. Mucho ha llovido desde entonces.
Me he acicalado casi tanto como si fuera a una cita con un hombre. Llevo esperando este momento mucho, mucho tiempo. He escogido un vestido que me hace parecer una Femme Fatale, negro de satén, ajustado al cuerpo, mostrando estas curvas de vicio que no tenía con nueve años. Llevo joyas que muchas de ellas sólo han visto en sueños, y mi larga melena rubia cae por mi espalda como una cascada dorada. En el bolsito de terciopelo, escondida bajo una bufanda de seda blanca, esta mi pequeña Glock, reina de las venganzas que se comen tan frías como el postre.
Nos hacemos la foto de reunión, imitando a la perfección la original, cada una ocupando el puesto que ocupó hace veinte años. Sólo que Sor María no está, murió hace cinco años, retirada ya de las aulas. Antes de la cena se nos ofrece la posibilidad de descargarnos la foto de inmediato a nuestro iPod. Encantada, acepto y comparo las dos fotografías, haciéndome familiar con los rostros maquillados.
Cuántas historias detrás de cada mirada. Cuántos fracasos, cuánta envidia, cuánta miseria tras las caretas que han decidido colocarse la mayoría. No las he visto en veinte años pero sí les he seguido la pista a cada una de aquellas que me torturaron durante la infancia.
Después de la cena, la gente se dispersa en grupitos para hablar y rememorar. Yo, como nunca pertenecí a uno, puedo escapar sin ser añorada y llevar a cabo mi plan. Es más facil de lo que pienso. Ana es la primera. Asustada por la boca negra del Glock, le doy con ella en la sien y la ahogo a fuerza de golpes de cisterna. En el jardín me encuentro a Amalia. Pobre. Una zancadilla y se acaba de romper la crisma contra el borde del banco de piedra. Me encuentro a Pepi visitando la capilla. Qué silencio. Contrasta con el alboroto del baile en la sala de actos. Un tiro en la nuca que nadie oye. Por último, Berta. La peor, la que metía arañas peludas dentro de mi mochila. Me ha reconocido y ha leído mis intenciones. Forcejeamos. No importa. Las clases de karate me han hecho fuerte. Berta Martínez se balancea colgada de la viga del techo de nuestra antigua clase, el aula numero cinco, mi número favorito. La fiesta ha terminado, me voy a casa.
Al día siguiente leo que han arrestado al jardinero del Convento de las Hermanas Filipinas por el asesinato de cuatro ex-alumnas. Sus manos sucias habian tocado más de una vez lo que no debían. La Glock apareció en su caja de herramientas, así como las fotos incriminatorias de chicas desnudas en el vestidor del gimnasio, tomadas desde el agujerito que había habilmente oradado con tal fin, fotos de todo tipo. Yo le vi allí, mirando. Haciendo fotos de nuestro mundo inocente.
La fotografia no estará completa en otros veinte años, para la propuesta segunda reunión. Faltarán cinco ex-alumnas en ella: Ana, Amalia, Pepi, Berta y yo, Margarita Pí. Ya no tiene objeto.
Rompo la imagen en blanco y negro y camino por la desierta playa, en paz.

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