martes, 5 de agosto de 2008

EL COLOSO EN LLAMAS (El Rincón de LAR)

Sucedió sobre las dos o tres de la madrugada, en una calurosa noche de primavera. Mientras en algún pueblo (no recuerdo si El Puerto o Chiclana) celebraba su feria, en Cádiz la noche era cálida y tranquila. O casi.

Yo compartía dormitorio con mi hermana y aunque hacía calor, nos ha gustado siempre dormir con total oscuridad, de ahí que la persiana estuviera completamente cerrada. Mi padre irrumpió en el cuarto de golpe, haciendo que nos sentásemos en la cama sobresaltadas. Al principio pensé que había dormido más de lo normal, que era pasada "la hora prudente" hasta la que nos quedábamos en cama un Domingo cualquiera. Pero estaba oscuro, a pesar de que mi padre abrió la persiana a destajo y ordenó que nos vistiésemos enseguida. Sin comprender, alargué la mano para encender la luz de la lamparilla. No funcionaba. No había electricidad. Mi madre apareció por el pasillo, visiblemente agitada. Nos explicó que el edificio estaba ardiendo, que nos viestiéramos deprisa y fuésemos a la terraza.

Al parecer el fuego había comenzado en el octavo piso, aunque eso no lo supimos hasta mucho después. Nosotros vivíamos en un décimo y estábamos atrapados. Mi padre había intentado salir a la macetilla pero el calor en el pomo le había dado la respuesta que no quería.

En el dormitorio, a oscuras, encontré una minifalda de tablas negra y una camisa que me eché sobre la camisetilla del pijama. No pude hallar mis zapatillas y todo lo que acerté a encontrar bajo la cama fueron un par de zapatos de tacón rojos que me acababa de comprar. De esa guisa salimos a la terraza. Mi madre explicó que sólo se había despertado porque había escuchado gritar a la vecina de abajo.

Según nos contó luego, su hija había ido a la feria y esperaban su llamada para ir a recogerla en coche. Se despertó al oir un "ting" del teléfono y entonces se dio cuenta de que se había ido la luz, su despertador electrónico no funcionaba. Tras comprobar que no había línea tampoco, salió al salón, donde pudo divisar el resplandor bajo la puerta y corrió al lavadero interior. A través de las ventanas que daban al descnsillo, sólo pudo divisar un muro de llamas que la aterró como nunca la había aterrado nada antes. Comenzó a gritar por el patio como una posesa, hasta quedar afónica, tratando de alertar al resto de vecinos, y con una escoba golpeó en el techo para despertar a mis padres. Nosotros hicimos lo mismo con los vecinos contiguos y los de arriba.

Estábamos atrapados, sin electricidad, ni agua ni teléfono. Y según las horas se iban sucediendo, casi sin esperanza. A mí lo que más me preocupaba fue que mi madre dijo que antes de dejarnos morir abrasadas, nos tiraría a mi hermana y a mí por el balcón y luego nos seguiría. Y yo mantenía un ojito desconfiado en ella, no fuese que decidiera que el momento había llegado antes de lo previsto.

Los bomberos y la mayoría de vecinos estaban en la calle, con el cuello estirado y haciéndonos señas. Por medio de los altavoces nos dijeron que si el humo se hacía insoportable, empapásemos pañuelos y paños de cocina en el agua de las cisternas. Del séptimo piso para abajo todos estaban a salvo, pero de ahí hasta el 11, las cuatro familias de cada planta sólo tenían el consuelo de la terraza y la espera de la salvación.

Casi dos horas después oímos las campanillas de la puerta, esas campanillas metálicas que siempre habíamos tenido colgadas del techo en la entrada y que al abrir anunciaban la llegada de alguien. "Aquí estan ya los bomberos", pensamos, pero al salir al salón todo lo que encontramos fue el resplandor de las llamas que habían comido la puerta y a través del agujero trataba de envolver el resto del piso. Cerramos la puerta del hall, sabiendo que el papel de la pared no tardaría en servir de combustible para aquella hambruna ciega y desatada y una vez más abracé a mi hermana y me alejé de mi madre, temiendo que el vuelo diez pisos más abajo en caída libre no sería acotado por ninguna manta como en las películas.

No sé cuántas horas estuvimos así, en la terraza, entre gritos de ánimo de los vecinos y mensajes de los bomberos que nos conminaban a esperar, estaban subiendo.

Y al fin llegaron. Escuchamos unas voces llamando, "¿hay alguien ahí?", unos haces de luz nos deslumbraron. Yo recordé mis preciosos zapatitos de charol rojos e imaginé el agua en las escaleras. Los dejé allí en medio, y a oscuras corrí al dormitorio y me tiré bajo la cama, rescatando mis viejos zapatos negros de diario. Qué me impulsó a hacer algo así, no lo sé. Tal vez los nervios, el miedo. Todo lo que podía pensar en aquellos momentos era en que esperaba que el agua del piso superior no dañara el techo del salón ni acabara con mis pocos discos (Luis Miguel, Parchís, Michael Jackson), y mis preciados tomos de Esther, que me habían costado cada peseta de mi "salario" semanal. Con mi hermana abrazada por los hombros nos precipitamos escaleras abajo, oliendo a humo, manchándonos la ropa de la negrura pegadiza de las paredes calcinadas. A mí me caía toda el agua que chorreaba por el hueco, cálida al principio, cada vez más fría en los pisos inferiores. Fue un largo descenso, en cada planta éramos recibidos por bomberos y algún vecino rezagado.

La luz de los coches, las antorchas, los flashes de los primeros periodistas nos cegaron en la entrada del edificio. Tenía el pelo y la camisa empapados, los pies chorreando. Un cartón de leche me fue pasado, se lo entregué a mi hermana, yo quería una cerveza y una ducha. La primera persona en llegar a mí y abrazarme fue mi tío, que vivía solo unos bloques calle abajo. Jamás le he visto llorar desde entonces. "Creí que os había perdido", nos dijo. Vecinos, cientos, se acercaban a nuestra salida, buscaban los nombres de todos los últimos que quedaban arriba, Margari, Charo, Angelita. Sí, todos bien. Los del once, ya llegan! La alegría, la dicha que nunca más sería compartida, el saber que no hubo bajas.

Según nos contó mi tío, el jefe de bomberos había dado órdenes de que del octavo piso para arriba, si no había más remedio, dejaran todo arder, no quería exponer la vida de sus hombres, pensando que todo el mundo estaba ya a salvo. Fueron los propios vecinos, y mi tío, los que entre gritos les dijeron que había familias enteras atrapadas en las tres últimas plantas.

El fuego comenzó en el octavo piso, nos dijeron. El hijo de la ex-prostituta del Octavo B se había encerrado en el cuartito de ventilación a fumar porros con dos amigos. Una colilla mal apagada había prendido en un viejo colchón y en los trastos que nunca debieron ocupar aquel espacio. Una especie de hueco abierto por el que corrían los cables de electricidad, tuberías de agua, teléfono y el gas había actuado de chimenea para extender el fuego a todas las plantas. El gas había sido cortado sólo seis meses antes, gracias al cambio de leyes que había estimado un peligro tener tuberías de gas corriendo por los edificios de estas características. Gracias a ello ese bloque de doce plantas con vistas al mar no estalló por los aires aquella madrugada.

Sucedió en 1986 o 1987, yo debía estar en 3º de BUP o COU. Era una cálida noche de sábado en primavera, y jamás olvidaré aquel tremendo olor a humo que se pega a la piel durante días. Ni el nombre que la prensa utilizó en sus titulares: El Coloso en Llamas de la Bahía.

4 comentarios:

anele dijo...

Madre mía! Soy incapaz de imaginar el pánico que debisteis sentir, sobretodo teniendo en cuenta lo larga que fue la espera.
Y menos mal que no se os llegó a quemar la casa, porque debe ser tremendamente duro perder todos tus recuerdos, fotos, etc.; toda una vida reducida a cenizas...

Elphaba dijo...

Casi lo he imaginado mientras lo leía. Es curioso, pero no me acuerdo de aquello para nada, y desde mi casa imagino que se vería el "show". Qué suerte que todo quedara en daños materiales, y que no os quedárais sin casa.

chema dijo...

jo, qué angustia debisteis pasar, y qué alivio también al ver que salisteis todos ilesos... una experiencia así es para no olvidar en la vida...

Anónimo dijo...

Hija mia Candela!
Esto es para coger un "telele triple" y además para no olvidarlo jamás.
Dios mio, que suerte que todos os salvasteis y sanitos.
Aún no entiendo como podiais estar tan serenas tu hermana y tu.
!!!Candela EL LIBRO !!!siempre te lo digo, pero es que cada día lo veo más claro.
Martaminguella.