lunes, 8 de febrero de 2010

De helados, cabras y cuchillos (EL rincón de Lar)

La llegada del mes de Junio anticipaba el largo verano de días de playa y traía consigo nuevos sonidos, olores y sabores. Con él, llegaban los días de jornada intensiva en el colegio en las dos semanas que restaban de curso. El armario de nuestro dormitorio se vaciaba cada Junio. El nuestro tenía tres puertas: una individual y otras dobles, y dos cajones donde guardábamos las ropitas de nuestras Nancys y muñecos. El de arriba era el mío, el de abajo de mi hermana.
Mis ropas y las de mi hermana se encontraban en el punto medio al abrir las puertas de pomos plateados y madera oscura. Las de mi hermana colgaban a la derecha, donde estaba su cama; las mías a la izquierda. Y cada Junio sin falta comenzaba el ritual de cambiar las abrigadas prendas y apiñarlas en el lado individual, mientras los colores alegres, las flores y los vivos estampados se adueñaban del rail de plástico blanco. Al finalizar septiembre, la ceremonia se repetía en sentido inverso, condenando a la ropa de verano a pasar aquellos fríos meses oculta tras una puerta que no se abriría hasta el próximo Junio.
Pero la llegada del sexto mes del año tenía algo más: el fin de la cotidianeidad, el descubrimiento, como si fuera nuevo, de otras sensaciones. Las tardes de playa, la sal en la piel y en los labios, el sudor pegajoso de noches de insomnio y mañanas haraganeando en la cama. Las mañanas en casa traían consigo diferentes soniquetes: el timbre de la puerta a las 10 am anunciaba al panadero. Una timbrada larga y una corta. Una hora después, llegaba Juan,"el de los huevos" con sus dos llamadas largas, a quien las vecinas disfrutaban tortuando: "Juan, sube, que te cojo los huevos", "Juan, ¿cómo traes los huevos hoy?", "Juan, hoy no te cojo los huevos, pero si los traes bien gordos el viernes, te los cojo..." "Juan, a ver, enséñame los huevos..." Y a lo lejos, todos los martes, el son casi mágico del Afilador.
Pero antes de esto, cuando aún no habían concluído las clases y las tardes no pertenecían a la playa y el mar, las sobremesas se llenaban de libros y horas de estudio en preparación de los exámenes finales, y la tarde rebosaba de diferentes murmullos.
La llegada del mes de Junio traía también la aparición del personaje favorito de los críos del barrio. Con su uniforme inmaculado, su gorrita haciendo malabarismos sobre el pelo negro Patrico y su carrito de madera, el heladero hacía volar su voz hasta los pisos más altos mientras su generosa sonrisa provocaba un ligero temblor en los bordes de su bigote.
"Heladitooooooooooossss...
Qué riquitos son, qué riquitos son..."
Mamá nos daba cinco duros, a veces diez, y esperábamos con ansia a oir su melodía acercarse vigilando desde la atalaya de nuestra ventana, hasta que divisábamos la sombra de su toldillo bicolor y corríamos a esperar el ascensor con el mismo nerviosismo del que espera un tren o un autobús que le traslade a un destino exótico. Nos guiábamos por su voz y los niños que volvían con el helado ya en la mano, y hacíamos cola impacientemente para pedir nuestro Drácula o nuestro Frigopié, y si mama había sido generosa con el cambio, nos comprábamos un Negrito, que era bastante más caro.
A veces teníamos espectáculo y ejercíamos de mironas desde nuestra torre particular. Les oíamos venir desde bien lejos, primero la trompetilla, luego los platillos, el organillo. Solían detenerse en la acera bajo nuestras ventanas y desde el décimo piso parecían figuritas en movimiento, colocando sus aparejos y sus escuálidos instrumentos alrededor de una escalerita de madera. Y nunca fallaban en asombrarnos cuando la atezada cabra subía hasta la cima, peldaño a peldaño, al ritmo de la música mientras la gitanilla pasaba el plato a los presentes. A mamá solía darle mucha lástima y siempre les arrojaba unas monedas dentro de una bolsa de sumermercado bien atada.
Y cuando acababa de limpiar la cocian, y si no teníamos exámenes al día siguiente, íbamos a la playa cargando con las sombrillas, las sillas, la merienda, las toallas...
Las noches venían cargadas de humedad y de un calor insoportable que no nos dejaba dormir. A menudo arrastrábamos los colchones hasta el salón. Papa quitaba una a una las ventanas del cierre de la terraza, para permitir que corriera algo más de aire, y tratábamos de robar unas horas de sueño acompañados por el compás del mar lamiendo el rompeolas al pie de la Bahía.
A veces la paz nocturna se veía inerrumpida por el grupo de "marujas" del bloque anexo, que habían tomado por costumbre jugar al amparo del fresco -y de nuestros balcones- al bingo hasta altas horas de la madrugada, cantando líneas entre risas y coplillas picantes. Y una noche, cuando las voces se alargaban más de lo habitual y algunos vecinos ya se habían quejado sin éxito, llegó la venganza. Papa llenó algunas bolsas de plástico de agua, en aquellos tiempos en los que no venían perforadas, y las lanzó en rápida sucesión. La primera hizo impacto en el centro mismo de la mesita de playa azul celeste, dejando a las mujeres ojipláticas. La segunda y la tercera refrescaron sus orondos cuerpos con una inesperada ducha. Tras los improperios, los gritos subidos de tono y algún que otro llanto, la paz regresó a la noche y Morfeo secuestró nuestros cuerpos hasta la llegada del amanecer.
En Junio bebíamos horchata y sorbíamos "flashes" congelados, y hacíamos polos caseros con colacao en aquellos moldes de tupper, esperando horas y horas a que se endureciese en el congelador, y luego los chupábamos con tanta ansia que los dejábamos blancos como la leche.
En Junio preparábamos nuestras coreografías para el baile de fin de curso, y estudiábamos nuestros cuerpos ante el espejo con el bikini nuevo o el del año pasado, tratando de ver si habíamos crecido algo más en los departamentos importantes.
En Junio, invariablemente, llegaba la magia de la niñez en estado puro, dispuestos a disfrutar los tres meses de asueto sin hacer otra cosa que jugar y "coger moreno". Era mi mes preferido del año, y sin importar cuánto tiempo haya podido transcurrir desde entonces, aún tengo en la boca el regustillo del colacao helado, de la horchata fresquita, de las patatas al ajillo de la playa y la música del afilador rayando el alma con sus cuchillos.

14 comentarios:

marian dijo...

Ayyyy esos polos caseros ¡¡que buenos¡¡ hasta de kas de naranja los haciamos nosotras.

KIRA dijo...

Ainssss que nostalgia de esos veranos largoooos y calurosos...
a todo lo que nos has explicado yo le añadiria las excursiones en bicicleta con los amigos/as y las noches de tertulia en la calle, las madres en casa de la vecina del entresuelo (desde donde nos podian vigilar) y nosotros a nuestro libre "albeldrio", quiero volver a ser pequeña pero en esa epoca que la niñez de ahora no me gusta na'de na'....
Bsts

chema dijo...

me ha encantado este relato. he ido visualizando todo lo que contabas.
me encanta rescatar la ropa de verano, y comprar alguna prenda más para el repertorio.
me acuerdo del helado de cono 'negrito' y del anuncio: "ahí viene el negro, negrito...". hoy en día igual lo considerarían políticamente incorrecto, glups.

Inma dijo...

¿Esa nostalgia veraniega en pleno mes triste, lluvioso y oscuro de febrero?

Candela dijo...

Jajaja, Inma, es que estoy sentá al lao del radiador...

María José dijo...

¡¡hija, que bonito lo cuentas y como nos haces revivir esos momentos!! cada uno el suyo aunque parecidos, claro esta por cercania, por el sabor del mar y por esos chistes con el tio de los huevos, jajajjaja

besitos

COILET dijo...

Qué recuerdos tan bonitos, para mí el mes de Junio tb significaba el terminar de las "obligaciones escolares" (quién tuviera ahora sólo ese tipo de obligaciones y nos quejábamos...) para luego pasar esos mesecitos de absoluta haraganería, como bien dices, levantándome cuando me placía, corriendo por el pueblo, sin más horizonte que helados, bicicletas, reuniones de pandilla en los soportales por la noche para contar anécdotas o historias de miedo (leyendas urbanas-o pueblerinas- de esas exageradas) y jajajaja), baños en el río (cuando aún se podía una meter en los ríos con mis sandalias cangrejeras rojas...) y sensaciones que no se olvidan... ainsss

Luis Antonio dijo...

Evocar ese mes significa nostalgia.

Pobre febrero, ¡nadie lo quiere!...

Pues yo soy Piscis febreril y acostumbro a celebrarlo

Un abrazo

Candela dijo...

Yo soy Piscis tambien, pero de Marzo... Y Febrero me evoca otras sensaciones... El fio de las noches de carnaval persiguiendo chirigotas, el olor a fino y manzanilla, la peste a pis en las calles a ciertas horas,,, el barro formado de la mezcla de papelillos, orina y alcohol... los disfraces, el olor del maquillaje, de la polvora de los fuegos artificiales, el dolor de pies... las resacas malas-malas...

Bertha dijo...

Yo tanbien tengo mucho recuerdo, el pan con nocilla, unos vasito de metal que ponia en el conjelador con leche le ponia un palillo y cuando estaba helado, nos lo comiamos como si fuera un polo, los flanes caseros y natillas con caramelo echo con azucar quemadito, que si sobrava lo ponia en el marmol de la cocina con un palillo y cuando se enfriavan, nos poniamos las botas, que buenos y a si un montos de cosas mas, que recuerdos?

BLAS dijo...

El panadero en mi casa no llamaba al timbre, pero se escuchaba cómo dejaba la bolsa en el tirador y allá que íbamos a pillarlo tan caliente que incluso quemaba. A nosotros no nos traían los huevos, pero sí la leche. No recuerdo su nombre, pero era "er niño de la leshe". Se podía escuchar de tanto en cuanto a alguna vecina diciendo: "Niñooo, que la leshe que me trajiste ayé estaba cortá, ya me está trayendo otro litro", mientras le devolvía una jarra llena de requesón...
Para mi el verano empezaba a partir del momento en que ya llegada la tarde, despues de la siesta, comenzábamos a llamar al "telefonillo", para esperar a nuestros amigos/as en las "casapuertas" y jugar al elástico, la cuerda, el contra...
Tooooodas las tardes del verano.
Y en la playa, esperar al hombre de los cucuruchos de camarones, que vaya si sabían ricos los camarones en la playa!!
Qué rápidos pasaban esos veranos. Y que lejos han quedado.
Me has hecho recordar, mala cosa...

Geno dijo...

Me siento identificada con bastantes cosas de las que cuentas ¡ainnnnssss, que tiempos aquellos de tres meses de vacaciones sin preocupación alguna!

Rosana dijo...

Qué bonitooooooo!!
No me siento muy identificada ni en lo de las noches de calor insoportable ni en lo de esperar al heladero, ni en lo de oir a las vecinas en la puerta, pues siendo chica del norte y de ciudad, esas cosas no pasaban, pero sí que me reconozco en otras. Y me ha encantado!!
Besitos

Rosana dijo...

Qué bonitooooooo!!
No me siento muy identificada ni en lo de las noches de calor insoportable ni en lo de esperar al heladero, ni en lo de oir a las vecinas en la puerta, pues siendo chica del norte y de ciudad, esas cosas no pasaban, pero sí que me reconozco en otras. Y me ha encantado!!
Besitos