miércoles, 5 de septiembre de 2012

Rencores, traumas y manías

Reconozco que hay frases, dichos y diretes que no llegan a mi entendimiento. Yo no comprendo frases como "perdono, pero no olvido", porque perdonar para mí supone olvidar lo sucedido como si nunca hubiese pasado. Ergo, me considero una persona muy rencorosa. 
Si perdono, perdono con el alma. Pero si no olvido algo, es que no lo he perdonado, y nunca lo haré si ese suceso sigue molestándome aunque haya jurado haber perdonado. Yo lo siento en el alma pero hay cosas que ni olvido, ni perdono.

Cada año, ir a casa para mí supone un suplicio mayor del que nadie pueda imaginar. Los que me conocen desde hace tiempo, saben de mis desavenencias familiares, desde mi infancia y juventud ultradisciplinada hasta mi escapada de casa para poder estar con el que posteriormente fuera mi marido, hoy alguien a quien no he perdonado pero sí olvidado, hasta tal punto que a veces estoy convencida de que solo fue un figmento de mi imaginación y que lo inventé todo. O lo soñé. O mejor dicho, sufrí una pesadilla de las que no me gustan, porque por lo general, me divierto mucho con mis pesadillas, son como mirar una película. En 3D.
El caso es que a veces, toca enfrentarse con fantasmas a los que no tienes ganas de ver la sábana. O volver a oir. Pero mi hermana, que siempre fue un poco débil en todo, se encarga cada año de repetir la misma cantinela siempre que tiene ocasión, como una abuela pesada en su mecedora mientras teje una bufanda que nadie se va a poner en la vida. Estas conversaciones recurrentes siempre acaban en lágrimas para ella y en rabia para mí.
Mi hermana y yo somos polos opuestos. Otra frase que no comprendo es esa de "los polos opuestos siempre se atraen". En la física, sí señor. Pero en la realidad para nada es así. Yo quiero muchísimo a mi hermana, pero a veces la molería a collejas. Mi hermana nació para ser mártir. Yo para meter el dedo en la llaga y además, reirme. 
Mi hermana siempre ha sido muy sensiblera. A mí, sin embargo, me educaron con el "si lloras por algo que no te afecta personalmente, te voy a dar yo mil razones para llorar". Ergo, he visto reportajes en telediarios (como el de la niña Omayra que murió ahogada en un agujero de agua cuando se le quedó la pierna atrapada bajo una viga tras la erupción de un volcán en México), sin que se me permitiera llorar. Nunca he derramado una lágrima por una película de las de mucha pena. No en público, desde luego. Me enseñaron a no hacerlo, y el interior de mis labios tiene cicatrices suficientes para probar que fui buena alumna. 
Mi hermana lloraba con la canción de "La Gata Bajo la Lluvia" de Rocío Durcal y el "Cocoguagua" de Enrique y Ana. Y yo, contrapunto de su dolor, me descojonaba viva. Qué queréis que os diga. Puedo comprender que mi hermana con cuatro años llorase escuchando como un pobre pollito buscaba a su mamá que sin duda había acabado en el puchero del granjero, pero lo de La Gata Bajo la Lluvia no me llega al seso. 
Mi hermana siempre ve el telediario y llora. Y no por los recortes. Mi hermana me llamó llorando hace un año o más cuando oyó en el telediario la noticia de aquel submarino o barco ruso al que no enviaron o no quisieron enviar ayuda a tiempo y cuya tripulación al completo pereció asfixiada. Que sí, es una noticia muy trágica y ciertamente triste, pero no comprendo por qué tenía que llamarme a moco tendido a las diez de la noche cuando nunca hemos tenido ni un amigo medio ruso. Que no significa que la historia no me parezca tremenda, repito, pero no comprendo ese martirismo y ese santiteresismo que hace que incluso cuando ve una rata espachurrada por un coche al lado de la carretera se le salten las lágrimas como si fuera  Lassie. Que a mí también se me saltan las lágrimas, pero tratando de evitar las arcadas.
En ese otro sentido, mi hermana es más fuerte que yo. no en vano es enfermera dental e higienista y se ha chupado muchas asquerosidades con las que mi estómago no puede. Yo veo una aguja y entro en coma. Si la sangre no es la de mi propia regla puedo acabar inconsciente en cero coma uno. Sin embargo, he estado presente en dos autopsias sin que me temblara una pestaña (vip vaporub bajo la nariz incluido). He tocado manos de momias y he visto muertos (no como el niño de la película, yo los he visto en su caja en los velatorios de aquí), y tampoco me tiemblan las pantorrillas ya. A todo se acostumbra uno. Pero no me enseñes una aguja que me sigo cayendo redonda. 

Después de este rollo para poneros en contexto de lo que sigue, solo puedo advertiros de que os estoy abriendo una compuerta muy grande a lo más oscuro de mi alma. E indirectamente, a la de mi hermana, debido a la infancia y pre-adolescencia que hemos "sufrido" en manos de mis padres. Más de mi madre que de mi padre, que a fuerza de años de mi hermana de ver cosas de las que yo ya no he tenido que ser testigo, ha llegado a la conclusión de que -como en casi todo hogar-, la que lleva los pantalones es mi madre, pero que mi padre, a veces, no ha sido más que un pelele manipulado por su mala leche. Y de ello, son fe los numerosos cardenales y castigos que ambas hemos sufrido, yo más que ella, porque mi hermana es mártir pero no tonta, y siempre fue un corderito mientras yo me parecía más a un vampiro de True Blood, enseñando los dientes si me mostraban la mano que había de besar. Y así me las dieron todas sin paños calientes.
Mi hermana asegura andar por la vida con varios traumas a cuestas con los que ha lidiado de la única manera que ha podido: haciendo lo contrario de lo que se nos intentó enseñar. Yo también lo he hecho así pero yo nunca lo vi como un trauma. Y ahora es cuando estáis todos a cuadros pensando de qué carancho estoy hablando. Pues os lo voy a explicar.
Mis padres siempre han sido muy estrictos con todo. Y además, tacaños al máximo. Tacaños con nosotras, porque manda cojones que tu madre te diga que no se puede gastar las 12,000 pesetas que cuestan tus lentillas, aunque el oftalmólogo le haya dicho que mi miopía ya se ha estabilizado y que es mejor usar lentillas en lugar de gafas, porque mi visión se centrará más. Pero claro, mi madre dice que no se gasta ese dinero porque soy una irresponsable que seguro que pierde la lentilla a la primera de cambio y no va a estar comprándome nuevos pares cada mes. Luego, cuando oyes que la cocina que van a instalar la próxima semana les ha costado 200,000 pesetas de los años ochenta, ya te queda claro por qué no podían comprarme algo que a larga iba a ayudarme con mi visión. 
A los 17 años tuve mi primer trabajo remunerado, y con mi primer sueldo me compré un par de lentillas. Me duraron casi cuatro años y nunca, jamás, hicieron amago de perderse ni de caerse de mis ojos. Solo una vez he perdido una lentilla desde entonces, y como ahora las uso desechables, pues tampoco fue mayor problema. 
¿Mi trauma? Creo que el día que tenga mi propia casa y tenga que comprar una cocina entera lo voy a tener difícil, porque siempre recordaré los grios, los llantos y las broncas por no poder tener lentillas y seguir con aquellas gafas de pasta horribles, que se podían doblar y hacer un burullo y no se rompían, hasta que cobré mi primer sueldo.
Segundo caso, que es común a mi hermana y a mí y con iguales consecuencias: mi madre se quejaba siempre de la cantidad de papel higiénico que usábamos a juzgar por lo poco que duraba el rollo de papel. Que nunca hemos tenido pruebas de que no lo gastase todo ella, ojito. El problema de ser hijas es que te crees todo lo que te dice tu madre. Así que el papel, racionado. Consecuencias a día de hoy: mi hermana y yo compramos papel higiénico en cantidades industriales, y lo usamos sin miramiento. Aquí no se ahorra.
Con las compresas/tampones, también tenemos trauma. Mi madre solía comprar, naturalmente, las compresas más cutres y baratas del super; a veces, sí, en cantidades industriales. Durante cierta temporada, tuvimos compresas de algodón a mogollón provenientes del hospital. Mi hermana y yo las odiábamos, y yo estaba extasiada con esos anuncios del o.b donde podías ir a la playa sin pantalón corto para que no se te notase el "bulto" (que ahora veo fotos mías en la playa de la época y sé cuándo tenía la regla, en todas en las que llevaba las calzonas rojas!), esos anuncios donde te podías meter en el agua porque no pasaba nada, nada, NADA! Mi madre ni quería oir hablar de ello.
Consecuencias: mi hermana se compra las compresas más caras del supermercado. Yo nunca he sido capaz de volver a usar una desde el día en que ¡por fin! pude comprarme mis propios tampones. Veo una compresa y me producen un asco inmenso.
Cuando tenía 14 años, quedé un sábado por la mañana con una amiga para ir las dos tranquilamente a visitar el Museo Arqueológico. Lo habíamos visitado con anterioridad con la clase, pero queríamos verlo sin prisa, para pasar la mañana del sábado. Con esta amiga, casi siempre quedaba el fin de semana,  mañana o tarde para ir a su casa a jugar, a la playa o de compras. Y nunca me habían dicho en casa que no. Fue decirles que iba al museo, y mis padres me montaron el mayor pollo de la historia. ¿Qué era eso de dos chicas solas en un museo? ¡Podían atacarnos dentro! ¡Meternos en alguna habitación y hacernos algo! Yo lloré, grité en arameo y les llamé cada nombre de la Biblia. No salí ese sábado ni los tres siguientes. Oh, al museo fuimos, claro que sí, mintiendo y diciendo que íbamos a dar un paseo, al mercado a comprar o qué se yo. Mi amiga nunca comprendió por qué no me dejaban ir a un inocente museo. Yo, a día de hoy, tampoco.
Consecuencias: creo que mi hermana, testigo mudo y aterrorizado del numerito circense que se montó en mi casa, jamás ha visitado el Museo Arqueológico, y estoy segura de que si ve abrirse o cerrarse alguna puerta pensará que va a salir el monstruo desconocido a violarla y convertirla en estatua de sal o algo. En cuanto a mí, conocía el museo como la palma de mi mano. Hasta que lo renovaron.

Podría contaros muchas más cosas, pero creo que acabaría aburriéndoos y alguna me la reservo porque merece post aparte. Solo puedo añadir como final que, a dia de hoy, soy incapaz de entrar en el dormitorio de mis padres. A veces, cuando he ido de visita, mi madre me ha dicho, "ven al dormitorio que te quiero enseñar algo", y yo he permanecido bajo el quicio de la puerta. No es hasta que me mira extrañada y me dice "pero entraaaaa", que no me atrevo a dar un paso dentro de la habitación. Hay cosas que se aprenden a golpes y están ahí para quedarse.

Y no, no le perdono nada.


11 comentarios:

BLAS dijo...

Sin duda, en todos lados cuecen habas. Yo creía que me llevaba bien con mi hermana más o menos, hasta este verano en el que nos ha dejado bien claritos sus rencores, traumas y manías, si. Es una costumbrita con la que ya lleva tres o cuatro años. Yo lo llamo el Festival Estival de B. Este año ya me ha desbordado y mi paciencia se ha esfumado, así que también he protagonizado el "Festival".

Respecto a "Cocoguagua" de Enrique y Ana: Yo también lloraba. De hecho, aun se me parte el corazón. Debe ser un trauma mío escondido en el subconsciente porque no lo resisto, oye.

Ángeles dijo...

Glups, fuerte lo que cuentas y mira que si yo te contase también alucinarías, pero eso es otra historia .
Lo mas angustioso es que al ser tu familia no puedes borrarlos de tu vida, en el supuesto claro que lo quisieras hacer.
Un beso

chema dijo...

son cosas que no se olvidan, sin duda. se habla de "honrar a tu padre y a tu madre", pero eso hay que ganárselo también.
cualquier tipo de maltrato, psicológico o físico, deja huella. se desarrolla un sexto sentido para detectar cuándo esa persona está de malas, con sólo ver su expresión facial o escucharle decir una palabra.

enigma dijo...

En fin, decirte que te entiendo perfectamente y que me siento totalmente identificada contigo. El episodio de las lentillas a mi me pasó con mis dientes que necesitaban unas fundas porque los tenía horrorosamente toricidos y nunca me habían puesto aparato... Mi madre dijo que si a ella no le compraba mi padre un abrigo de visón, yo no tendría mis dientes. Mi pobre padre, que es un bendito pero un calzonazos claudicó para que yo pudiera tener una dentadura de la que no me avergonzara.
Yo no he perdonado y tampoco he podido olvidar. Hace 10 años decidí apartar a mi madre de mi vida... curiosamente, mucha gente a la que le contaba mi historia y que ni siquiera conocía a mi madre me miraban como si estuviera contando una "aberración" y se separaban de mí. Pero, como le dije una vez a una psicóloga: "
¿ No aconsejais a las mujeres se tienen que separar de los maltratadores? ¿Por qué los hijos no pueden hacer lo mismo si quieren conseguir la paz y el equilibrio?"

Bulma Salgueiro dijo...

Como dice Blas, en todas partes cuecen habas. Y como bien remarca Chema, son tu familia y no puedes borrarlos (aunque realmente te apetezca). Yo con cierta parte de mi familia he vivido (y aún vivo) episodios subrealistas. Con el tiempo he logrado que no me afecten, o que me afecten menos.

Pero luego piensas, joer, son mi familia. ¿No se suponen que están ahí para apoyarme, para lo bueno y lo malo? Y acto seguido, añades: joder, mejor sola que mal acompañada ^^U

DACHA ARTESANA dijo...

¡Como te entiendo!
Besos

Geno dijo...

¡¡Ay, las familias!! Creo que la mia es medianamente normal aunque a nada que se rebusque también apareceránc osas raras como en todas. De todo lo que has contado, las cosas pueden tener hasta su media lógica (con lo cual no quiero decir que sean razonables, ojo) pero lo que no acierto a comprender ni en lo más minimo es lo del museo ¿¿??

Candela. dijo...

Pues no lo sé, Geno. Ya te digo que a día de hoy, aún no lo entiendo. Si un hijo mío de esos que no tengo y nunca tendré me dice "mañana me voy a visitar el museo", le doy 20 euros pa que se compre algo en la tienda. Que un museo es cultura y no un antro de depravaciion. A menos que vayas al museo que hay al lado del Mouline Rouge, claro, ese es otro... tema. Pero como mis padres son muy mal pensados y son unos tocapelotas, pues mira... decidieron hacerme la puñeta. Pero una aprende y claro, miente. Que no estaba haciendo nada malo. Y como digo, al museo iba cada dos por tres, era gratis, silencioso, aprendía cosas y veía a las momias que era lo que mas me gustaba.

Mercedes dijo...

Estoy de acuerdo en que en todas las familias cuecen habas, y si todos nos pusiésemos a contar aquí las batallitas de cada una tendrías unos comentarios larguísimos, jejeje... De todas maneras, aunque es cierto que no puedes dar de lado a tu familia, hay algo que me llamó la atención de un amigo, el cual había tenido muchos problemas familiares, que me dijo: yo no creo que la sangre sea quién tenga que decidir quién soy y lo que siento. Me dió mucho qué pensar, la verdad. Un beso, Candela.

COILET dijo...

Eso es lo malo, que cuando no confian en tí y dan por hecho que eres una "casquivana", pues más argucias buscas tú para librarte de ese férreo yugo, más mentiras y más excusas, yo tb pasé por eso... te entiendo perfectamente. En mi caso además mi madre era una experta en comparar (afortunadamente ya ha dejado de serlo, se ve que ha asumido ya que no voy a cambiar de marido ni de status...) pero eso sí, me comparaba con quién le convenía, que lo único que conseguía era minusvalorarme y hacerme sentir mal, hasta que a una se la hinchan... claro, ya la salté antaño alguna vez: Menos mal que no te he salido drogata, no? Coñe, que ya una se cansaba... Aún así mi madre siempre ha sido muy contenida en mostrar sus sentimientos, supongo que eso tb se aprende a su vez, pq mi abuela materna era una "rancia"... en finss...

megg dijo...

Por casualidad he caido en tu blog y me he topado con este pist con el que por suerte o por desgracia me siento tan identificada, sobretodo en la parte de la relacion con tu hermana. Gracias por compartir algo tan personal. Un saludo