domingo, 30 de septiembre de 2012

Traumas Gastronómicos

Hace poco os hablé de esos "traumas" que arrastro -algunos compartidos con mi hermana- desde la infancia/adolescencia.
Para mí, hablar de ello ha sido una terapia (totalmente gratuita) al comprobar vuestro apoyo y la cantidad de gente que "sufrió" episodios similares o no se lleva bien con sus biológicos. Soy consciente del sentimiento de sentirte mala hija, descastada, sin sentimientos o demasiado dura, cuando en realidad, simplemente hemos tenido la mala suerte de tener malos padres. 

Si hay cosas que compro a mansalva, llámense tampones o papel higiénico, también hay otras que me producen un sudor frío cuando las veo y que no he vuelto a probar. Son cosas que pasan, imagino.

A mí me encanta el queso. Lo adoro. En todas sus formas, de todos los países, de todos los sabores. Camembert, Emmental, Goulda, Stilton, con frutas, fresco, parmesano... sin embargo al Cigarral le tengo una manís insana. Si me lo ponen delante, me lo como sin rechistar y probablemente ni me daré cuenta de que es Cigarral. Pero a la que me lo digan, no pruebo ni un cachito. ¿La razón? Como he comentado con anterioridad en el otro post, había cosas que mi madre compraba al por mayor. Para ella más barato y para nosotras un suplicio. 


Mi madre hacía y sigue haciendo una compra mensual y luego cada martes hace la compra de productos más frescos como fruta, verdura, y cosas que se vayan acabando. Pero todo lo que es "de despensa", se compra al mes. En mi adolescencia, el embutido para las meriendas y desayunos se compraba para todo el mes, llámese un chorizo entero y medio queso cigarral. O uno entero. Ella no podía comprar una cuña, no. Y ojito, que hasta que no se acababa una cosa, no se podía abrir otra. Es decir, si empezabas el queso, no podías merendarte un bocata de chorizo hasta que éste no se acabase, porque mi madre vive con la teoría de que dos cosas abiertas a la vez se acaban antes o se estropean al mismo tiempo.
De modo que me he llevado semanas enteras comiendo queso para merendar. Y luego un chorizo (Revilla o similar), que ya era una porra de granito. Ademas mi madre, con dos cojones, cortaba unas rodajas de casi un centímetro de grosor. No me extrañaría que todos mis problemas dentales provinieran de comer chorizo de cantimpalo. De la parte dura del palo. 

Consecuencias: lo dicho anteriormente. No me menciones el cigarral, que no lo como. Tampoco he vuelto a comer chorizo comprado en barras y poco me falta para sacar el metro y comprobar el grosor de cada loncha. 



Una tarde que mis padres salieron, mi madre me dijo que había naranjas en la nevera, por si queríamos hacer zumo. Hacía poco que había comprado el primer exprimidor eléctrico que hubo en casa (y el último porque se ha usado más bien poco), y a mi hermana y a mí nos hacía ilusión hacer turnos para exprimir. Lo único que nos dijo mi madre es que las naranjas de zumo estaban en una fuente, que no cogieramos las naranjas de comer. 
Cuando abrimos la nevera, había dos fuentes idénticas llenas de lozanas naranjas, redondas y brillantes. Pero ni pajolera idea de cuál era la de zumo. Teniendo en cuenta que yo debía tener por entonces unos 12 años y mi hermana unos cinco menos, podéis imaginaros la escena. Bueno, qué coño: a día de hoy no distingo una naranja normal de una de zumo. Ni que me importe, porque soy incapaz de exprimir mis propios zumos, no sea que no esté licuando la fruta adecuada. 
Estudiamos las naranjas con cuidado. Las olimos, las tocamos, las medimos unas junto a las otras, razonando que las que parecían más jugosas debían ser la de zumo. Teníamos un 50% de posibilidades de elegir la opción equivocada y la ley de Murphy, como no, compinchada con mis padres, hizo que exprimiésemos las que no eran.
Bronca monumental al llegar a casa, que nunca comprendí tal drama. Conseguimos sacar un litro de jugo de un kilo de naranjas que no estaban destinadas a ello. Los gritos de "sois unas inútiles" y "se acabaron los zumos", seguidos de "inútiles, buenas para nada, vaya criz me tocó con estas dos imbéciles" aun resuenan en la cabeza  de mi hermana. En la mía solo hay una boca de culo de pollo abriéndose y cerrándose, hace tiempo que aprendí a silenciar a mi madre, al menos de memoria para dentro. Y no he vuelto jamás a comer naranjas. Mandarinas, y con cuenta gotas. Esas sé que no se exprimen.



A mí me encantaba la mermelada de ciruelas. Con moderación, pero como era previsible, mi madre no podía comprar para el mes un bote de fresas, otro de ciruelas y otro de cualquier otro sabor... No, ella todos del mismo, intercalando sabores cada mes. Y como uno llega a cansarse, sucede que el bote se ha abierto, se han comido dos cucharadas y no se ha vuelto a tocar durante las cuatro siguientes semanas. Y ahí tienes a tu madre como dependienta comprobado fechas de caducidad diciéndote que la mortadela no se abre hasta que se acabe la mermelada de ciruelas. Y tú que, por progresar, una tarde decides rebajar el contenido del bote comiéndotelo a cucharadas, y cuando te has dado cuenta, te has pimplao el bote entero. Y no pasa nada. ¿Había que acabarlo en menos de dos días, no?

Pues no. Porque cuando llegó mi madre (con su inseparable marido, mi padre), a casa, no me echó la bronca por ello como en parte esperaba mientras raspaba con la cuchara el culo del bote de cristal. No. Me empezó a preguntar si no me sentía enferma, porque de seguro habiéndome comido de una sentada un cuarto de mermelada, tendría que estar vomitando por las orejas. Hacía dos o tres horas que había concluido mi merienda y estaba perfectamente. Pero su insistencia y su preguntar cada quince minutos si no me dolía la tripa, si no tenía un ataque de diarrea o si no sentía ganas de vomitar acabaron poniéndome tan nerviosa que esa noche me fui a la cama sin cenar y con el corazón latiendo en la garganta. ¿Me moriría de indigestión en medio de la noche...? 

No recuerdo cuándo fue la última vez que comí mermelada de ciruelas, pero esta vez nada tiene que ver con cogerle asco o no. Es que simplemente aquí no la hay. Pero arrastro un sentimiento de culpabilidad tan grande que soy incapaz de traerme un bote cuando visito España.


Por otro lado, está el tema de La Casera. Aquí evidentemente no la hay, pero el día que puse un pie fuera de mi casa para iniciar mi propia aventura, fue el último día que vi una botella de casera. También las compraba mi madre cada semana, cuatro, cinco o seis botellas que debían durar toda la semana (cola, naranja y limón) La blanca solo se compraba para beber con tinto de higos a brevas. Un vaso para comer y otro para cenar. Durante el día, si tenías sed, a beber agua. Del grifo, claro. En casa de mis padres solo han entrado botellas de agua mineral en tiempos de sequía. 
Y el problema de la casera es que ni a mi hermana ni a mi nos hacía mucha gracia el sabor de limón, pero daba igual. Creo que en realidad nunca nos atrevimos a decirlo en alto: la bebíamos y punto. Nada de tener sabores predilectos, de hoy me apetece cola y ahora naranja... hasta que no se acababa una botella no se abría otra, así de simple. Que si usábamos dos botellas a la vez, "se le iba la fuerza a ambas". Oh, y cuando solo quedaba en la botella medio vaso... te lo rellenaban con la botella siguiente, aunque fuera de otro sabor. Mi madre era especialista en "rebujitos" de limón con cola, limón con naranja o cola con naranja. Una asquerosidad, pero la hemos tenido que beber.
A dia de hoy sigue sin gustarme la limonada, la fanta no es que me vuelva loca y la cola ha de ser Light y de la marca Coca Cola. Por ahí no paso.

No soporto los san jacobos, ni el lomo adobado, ni los filetes de pollo empanado. El huevo frito me da asco. Era lo único que nos ponía de noche, junto a salchichas frankfurt fritas. Yo le decía que me las pusiera crudas, que a mí me gustaban crudas, que no las quería fritas que tenían mucha grasa. No comprendo por qué no me las podía comer así. A día de hoy, las frankfurt las como crudas o hervidas, y si son de pollo, mejor que mejor. O de pavo. 

Antes de que las Oreo se hicieran famosas, en mi casa ya "entraban" galletas similares, los Bocaditos de Cuétara. Se compraba una caja de esas que tenía que durar todo el mes, y las normales de María, más un paquete de Príncipe y luego las galletas sacrosantas de coco de mi padre y Bocaditos de limón, que no se podían tocar. Ahora cuando veo anuncios de las oreo donde niñas de muy poquita edad "enseñan" a sus padres a comerse una oreo como debe ser, separando las galletas y chuperreteando la crema, me acuerdo de las collejas y los "guarra, come como una señorita" que nos ganábamos mi hermana y yo por hacer lo mismo, con estas y con las Príncipes. Y yo adoraba ese surtido Cuétara que a casa solo llegaba por navidad...

Como creo que ya os he dado la tabarra lo suficiente, lo dejo ahí... ¿Soy la única que ha aborrecido comidas por abusar de ellas en el pasado...?

17 comentarios:

chema dijo...

yo aborrecí las judías verdes. las comíamos casi a diario en una casa aislada del mundo donde veraneábamos antes, y donde estudiaba las asignaturas de la carrera que me quedaban para septiembre porque allí no había otra cosa mejor que hacer.
sí, la manía a ciertas comidas tiene mucho de psicológico...

Gen dijo...

Buf, creo que todos de niños y no tan niños nos hemos comido las Oreo y las Príncipe abriéndolas y lamiendo la crema.
No se me ocurre ningún alimento que me dé asco por haberlo comido demasiado aunque sí ha habido determinados platos que he aborrecido temporalmente porque me recordaban algún acontecimiento trágico, como por ejemplo las samosas y pakoras indias, pero de eso ya han pasado años.
Bss!

Bulma Salgueiro dijo...

Yogures de fresa. Era lo que solía tomar siempre de postre. De lunes a domingo. O eso o fruta. ¿Consecuencia? Me da pereza tomar fruta y no he vuelto a probar un yogur de fresa. No es que me den asco, es que creo que me comí el cupo de todo una vida en mis primeros once años ^^U

anele dijo...

Mi estómago es bastante agradecido y tengo pocas manías, aún así no puedo ver las manzanas porque las comía de lunes a jueves en el comedor del colegio. Qué hartura , por Dios!! No porque no me gusten, sino por acabar hasta la coronilla de ellas.
Y me consuela no ser la única rarita a la que le gustan las lonchas finitas XDD

anele dijo...

Mi estómago es bastante agradecido y tengo pocas manías, aún así no puedo ver las manzanas porque las comía de lunes a jueves en el comedor del colegio. Qué hartura , por Dios!! No porque no me gusten, sino por acabar hasta la coronilla de ellas.
Y me consuela no ser la única rarita a la que le gustan las lonchas finitas XDD

Oltra Bitácora dijo...

Virgen Santa, tu madre me da miedo hasta a mi....En fin, cosas q mejor olvidar. Yo sólo tengo un trauma de ese tipo y es con la Nocilla. Me chiflaba y mi madre solo nos dejaba tomar el bocadillo de Nocilla una vez a la semana.Asiq una tarde me volví loca, me hice con un bote y me lo zampé de una sentada.Me pillaron, me bronquearon y me la prohibieron un año!!!!y claro tanto tiempo de abstinencia hice q la olvidara y q le cogiera hasta manía...nunca más!!

Candela. dijo...

Dina, lo de la nocilla era otra cosa. Claro que me gustaba la nocilla!! Pero si caía, caía un bote de "sucedaneo de nocilla", es decir, una marca de las baratas. O tulicrem, que llegué a odiarlo!

Candela. dijo...

Ay! Martmas, cuando iba a poublicar tu comentario me ha saltado la pantalla y le he dado a suprimir. No sé cómo recuperar ese comentario así que hago copia y pega de lo que me dejaste. ¡Qué patosa me he levantado!

martmas ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Traumas Gastronómicos":

Cuando era una cría me mareaba muchísimo en el coche, y antes de salir de viaje mi madre me daba una Biodramina (no estoy segura de que se escriba así), era lo que había para el mareo en aquellos tiempos. Como sabía tan mal la deshacía con un poquito de agua en una cucharilla y la llenaba de azúcar..... un horror! Aún es el día de hoy que si tomo una cucharadilla de azucar me sabe exactamente igual que las pastillas aquellas... aún menos mal que no tengo por costumbre tomar cucharadas de azucar!! jeje

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Candela. dijo...

Bulma, ya has vuelto de escocia?? que tal??

Merengaza dijo...

Mi madre es una estupenda cocinera, pero de vez en cuando se entusiasma y cuando aprende una receta nueva la tenemos hasta en la merienda, eso pasó con una receta de empanada de atún tipo bizcocho (había que hacerlo en tres partes) que hizo que aborreciera el atún en caliente... hoy en día cuando mi madre dice "he echo empanada" siempre me entran sudores hasta que dice: "de hojaldre, como a tí te gusta" y tengo que esperar a que se enfríe... ainss mi Futuro, hasta cuatro años después de estar juntos no ha podido comer pizza de atún, porque me daba una fatiguita....

Te tengo en el alma hija... Besos.

Mercedes dijo...

Yo les cogí mania a los macarrones con carne y tomate porque me daban mucho asco los del comedor del cole. Luego he tenido que prepararlos millones de veces y he seguido sin comerlos hasta hace un año u así que me decidí a probarlos. No me supieron mal pero tampoco es como para tirar cohetes. Prefiero otras cosas, la verdad.

Lucía dijo...

!Caray Ruth! Estoy alucinando en colores con todo esto. En casa de mis padres era lo contrario, mi hermano que es rarito con las comidas mi madre siempre le ponía lo que le gustaba. Conmigo no ha habido problema, me gusta casi todo.
Yo estas manías no las entiendo, la comida debe ser algo agradable no un calvario.

Geno dijo...

Yo, por suerte, no he sufrido nada así pero no me extraña que hayas llegado a odiar esa marca de queso, merendándolo hasta que se acababa. Lo suyo sería alternarlo. Un poco maniática tu madre ¿no? Con todos los respetos lo digo pero porque merendarais un día chorizo y otro queso no se iba a perder nada y a vosotras os sería mucho más llevadero.

Bulma Salgueiro dijo...

Sí, llegué el domingo. Pensaba enviarte ayer un mail pero me quedé sopas en el sofá ^^U Mañana te cuento, que hoy me toca de tarde y mañana de mañana, así que no me conectaré. Pero te adelanto que me ha encantado ;)

Bulma Salgueiro dijo...

Sí, llegué el domingo. Pensaba enviarte ayer un mail pero me quedé sopas en el sofá ^^U Mañana te cuento, que hoy me toca de tarde y mañana de mañana, así que no me conectaré. Pero te adelanto que me ha encantado ;)

Inoa Ferrer Reynés dijo...

Mi hermano y yo aborrecimos los Chococrispies, pq mi madre nos traía cajas inmensas, aunque ella lo hacía con toda su buena fe, pues bastaba que le dijéramos que algo nos gustaba para que nos trajera el producto a tutiplén, jaja.

Unknown dijo...

jajajajaja... que buen rato he pasado!!! Vaya con la mamma, que miedito, lo siento por tu hermana y por ti...como siempre genial!!!