miércoles, 9 de octubre de 2013

La culpa de todo la tiene mi madre

Todos los traumas salen a flote más tarde o más temprano, aunque ni siquiera sepamos que teníamos uno. En mi caso, mi trauma tiene nombre de mujer, el de mi madre, y las huellas de sus consecuencias se presentan aquí y allí, casi imperceptiblemente hasta que una le da demasiadas vueltas al perolo y acaba sacando sus propias conclusiones.

Todo comenzó con esta foto que mi amiga Margarita puso en su Facebook el pasado Domingo:


Así, una gore-tarta en forma de... eso mismo con cabezón incorporado. Y aunque la foto en sí me pareció más graciosa que asquerosa, la realidad, lo que es un parto real, a mí me parece más gore que sacarle el intestino a alguien y decirle que eche a correr. Porque la realidad es que ni hay fresas ni sirope ni nata. La realidad es que por una rendija microscópica con capacidad de expansión cuasi desconocida sale el cabezón de un ser humano acompañado con todo lo que le acompaña, que no es ni "el milagro de la vida" ni "amor de madre" "ni la experiencia más maravillosa de mi vida". Lo que sale es una mezcla de sangre, placenta viscosa y mierda, mucha mierda. Literal, vaya. 

Y la culpa de todo la tiene mi madre. Esa madre que por pecar de moderna en algunas cosas, me contaba las cosas tal como eran. Esa madre que a mis cuatro años me explicó lo que era la regla y lo que dolía o no ese "castigo de dios", para evitarme sustos e ignorancias en años posteriores, y cuya gesta, en este caso, agradezco. Evitó que creyera que me estaba desangrando viva como le sucedió a algunas amigas cuyas madres prefirieron "preservar la inocencia" y dejar que sus hijas tuvieran un día de shock total en sus vidas pensando que se morían. 

Mi madre nunca tuvo pelos en la lengua para explicar estos temas. Por eso, cuando a mi tierna edad de 6 añitos yo explicaba a mi madre camino a casa desde el colegio que la monja de la clase de Naturales nos había explicado cómo llegaban los hijos al mundo y que "ni abejas ni semillitas ni cigüeñas, mamá, que el hombre tiene un pene que le mete a la mujer en la vagina y así nacen los niños", mis madre me dijo muy ufana que mi parto había sido del modo natural, con mucho dolor y a empujones, y que cuando la enfermera le enseñó el resultado de su esfuerzo, aún con el cordón umbilical "enganchao", todo lo que ella pudo ver fue una cara colorada con una boca gritando como la sirena de Astilleros y un mojón y una cosa gelatinosa en toda la cabeza. Para mi madre, desde luego, no fui "la cosa más bonita del mundo". Y luego, sin pausa, me dijo que para cuando mi hermana vino al mundo (eso fue 4 años después de mi nacimiento), ya existía la epidural y además le hicieron una cesárea (cuya cicatriz pasó a mostrarme cuando llegamos a casa) y entre los puntos y la epidural, me contó qeu había pasado más dolor que en mi parto, terminando con: "conclusión, tener hijos, sea despierta o dormida, por ahí o por allá, duele. Y si no quieres dolor, no tengas hijos".

Hasta aquí el tema niños. En otra ocasión, mi madre tenía un corte en la unión entre dos dedos de los pies, no recuerdo si era el meñique o el dedo gordo, y el tema derivó en un drama de dolor, sudor y lágrimas digno de la drama queen que es mi madre. Iba cojeando por el vecindario, y en una ocasión, de visita en casa de una vecina, le enseñó el corte. A mí me dio mucha grima y mi madre, quitando entonces asperezas al asunto, me espetó: "no es nada, esto le pasa a todo el mundo a lo largo de la vida".
"¿A mi también?" pregunté inocente. "A tí también te pasará alguna vez".

Y es que mi madre, siempre para quitarte el miedo de que por un corte entre dos dedos del pie se te fuera a desangrar una progenitora todo lo arreglaba con un "esto le pasa a todo el mundo alguna vez en la vida. A tí también."

Y he vivido con el miedo de "padecer" todo aquello que mi madre tuvo y que "le pasa a todo el mundo", como paperas, herpes zóster, problemas de hígado y estómago, partos, cortes, picaduras de abejas, alergias a no-se-sa-be-qué y cualquier cosa que pudiera pasarle a ella.

Y como de casta le viene al galgo, la culpa de que sea tan tremendamente sincera y siempre diga lo que pienso, la tiene mi madre, pase lo que pase y sean cuales sean las consecuencias. Si a mí me preguntas si el culo se te ve gordo en este u otro vestido, probablemente conteste la verdad... porque claro... mi lengua también la puede sufrir cualquiera a lo largo de su vida... Y también puede pasarte a ti!

6 comentarios:

Lucía dijo...

Bueno, Ruth, desde luego está claro que el entorno en que vivimos de pequeños nos marca para siempre. Lo que vemos, lo que sentimos, todo. Y mucho más la forma en que una madre nos trata. Por eso creo que cuando se tienen hijos hay que ser consecuente con ellos y saber que el trabajo de la educación es largo muy largo y difícil muy difícil. No es traerlos al mundo y ya está.
Y el decir las cosas sin rodeos y a la cara, me parece una virtud. No me gustan las personas que van por detrás. Lo que pasa es que con niños pequeños hay que saber qué se les puede decir y de qué forma. Difícil, ....

chema dijo...

temas como de dónde salen los niños, aunque no te los expliquen ni en casa ni en el colegio, al final te acabas enterando más pronto que tarde. aunque sería de agradecer que los padres y educadores no eludieran ese tipo de responsabilidades. ;)

Merengaza dijo...

Mejor sincera que mentirosa. Eso si, la tarta esa no me la como yo ni aunque me paguen... si he estado esperando a que cargara la pagina y lo he subido pa no verlo... ainsss
Besotes.

Bertha dijo...

Yo tuve una madre que te decia las cosas mas suavemente y como tengo dos hermanas mayores que si no te lo seplicaba mi madre lo hacian ellas, aunque suavemente tambien te esplicaba todo lo que el preguntaras; aunque algun que otro trama tengo.

Geno dijo...

Me parece bien sera clara y sincera pero hay maneras y maneras de contar las cosas. No se deja de ser sincera por contar la verdad menos bruscamente

Mercedes dijo...

Mi madre era sincera pero también dulce. Yo he intentado hacer lo mismo con mis hijos. Creo que se puede ser sincero sin crear repulsión. Claro que también eso depende de la forma en que una persona ve las cosas. Por ejemplo, yo de los partos hablo maravillas. Pero claro, es que yo los he vivido así, con poco dolor y mucha alegría. ¿Será por eso que a mi hija no le importaría ser matrona? jajajajaja...