En una vieja caja, olvidada al fondo del armario de la abuela María, Susana encontró una colección de fotos cuya existencia desconocía. Eran sus fotos, las que mamá había dicho se habían perdido consumidas por el fuego dos décadas antes. Claro que mamá había dicho muchas mentiras a lo largo de su vida, de ninguna de las cuales se había arrepentido jamás. El por qué lo desconocía, pero a estas alturas ya no iba a preguntar. Estaba cansada de las respuestas ambiguas y las mentiras camufladas de leyendas familiares.
Susana quería una respuesta y aquella caja podía dárselas.
Halló las fotos de su primer cumpleaños y vió los ojos anegados de lágrimas, sus ojos, aquellos ojos oscuros que deberían haber estado brillando de felicidad, de sorpresa, de puro entusiasmo y excitación, y encontró la mirada húmeda de una niña, aún un bebé, maltratado por la injusticia. No recordaba los sucesos de aquel día, por supuesto. Cumplía sólo un añito, pero se lo había contado su abuela tantas veces que parecía revivirlo una y otra vez.
El bullicio de los preparativos de la fiesta, la llegada de invitados con juguetes para ella, la entrada espectacular del pastel y la música del tocadiscos hicieron que sus manitas se cobrasen de vida propia, mientras emitía sonidos guturales y las pocas palabras que podía pronunciar. Una de sus manos voló hacia la tarta de merengue, bizcocho y crema, pero papá fué más rápido. La bofetada la aterrorizó tanto que el resto del cumpleaños lo pasó llorando, asustada por aquel aquelarre de personas mayores que hablaban un idoma distinto al suyo, uno que a su temprana edad no comprendía.
Susana siguió mirando el resto de las fotos de su cumpleaños, el primero de todos. Sus ojos siempre tenían un vacío y un dolor que perdurarían el resto de su vida.
Encontró otras fotos, sueltas, sin una historia detrás, hilvanadas en la vorágine de su infancia y adolecencia por el único pezpunte de lo años pasados en la casa de vistas sobre el puerto. No había ninguna foto con sus padres, a no ser las irregulares celebraciones familiares, cada vez más espaciadas en el tiempo, donde su rostro siempre miraba hacia otra parte. Tal vez sin quererlo aquel primer cumpleaños había marcado el ritmo de su relacion con sus padres, pero a estas alturas de la vida poco importaba ya. Pudiera ser que, en lo más hondo de su corazón, esperase hallar una fotografía que la redimiese, la única que tendría alguna importancia para ella, junto a su madre. Madre e hija en perfecta unión, una en la que se sintiese parte de algo, de alguien, amada por el único amor que dura para siempre, pero no la encontró. Madre era una palabra muy grande en la boca de su progenitora cuando jamás había ejercido su uso. Padre era una palabra sinónima de miedo, de injusticia y de dolor. No encontraría respuestas a sus cuestiones y Susana sabía que su búsqueda sería infructuosa. Cerró la caja y lloró por su infancia perdida y el desconocimiento del significado de la palabra familia, mientras se acariciaba el vientre abultado. Aún no había nacido su pequeña Laura y ya tenía una caja para llenar con sus fotos. La primera ya estaba dentro, su ecografía, fotografía interna de su existencia. Se inclinó sobre su estómago con una sonrisa de complicidad y susurró: "Me vas a llenar la caja de sonrisas felices, para que jamás, nunca, tengas que buscar una fotografía que confirme lo especial que eres para mí".
Susana quería una respuesta y aquella caja podía dárselas.
Halló las fotos de su primer cumpleaños y vió los ojos anegados de lágrimas, sus ojos, aquellos ojos oscuros que deberían haber estado brillando de felicidad, de sorpresa, de puro entusiasmo y excitación, y encontró la mirada húmeda de una niña, aún un bebé, maltratado por la injusticia. No recordaba los sucesos de aquel día, por supuesto. Cumplía sólo un añito, pero se lo había contado su abuela tantas veces que parecía revivirlo una y otra vez.
El bullicio de los preparativos de la fiesta, la llegada de invitados con juguetes para ella, la entrada espectacular del pastel y la música del tocadiscos hicieron que sus manitas se cobrasen de vida propia, mientras emitía sonidos guturales y las pocas palabras que podía pronunciar. Una de sus manos voló hacia la tarta de merengue, bizcocho y crema, pero papá fué más rápido. La bofetada la aterrorizó tanto que el resto del cumpleaños lo pasó llorando, asustada por aquel aquelarre de personas mayores que hablaban un idoma distinto al suyo, uno que a su temprana edad no comprendía.
Susana siguió mirando el resto de las fotos de su cumpleaños, el primero de todos. Sus ojos siempre tenían un vacío y un dolor que perdurarían el resto de su vida.
Encontró otras fotos, sueltas, sin una historia detrás, hilvanadas en la vorágine de su infancia y adolecencia por el único pezpunte de lo años pasados en la casa de vistas sobre el puerto. No había ninguna foto con sus padres, a no ser las irregulares celebraciones familiares, cada vez más espaciadas en el tiempo, donde su rostro siempre miraba hacia otra parte. Tal vez sin quererlo aquel primer cumpleaños había marcado el ritmo de su relacion con sus padres, pero a estas alturas de la vida poco importaba ya. Pudiera ser que, en lo más hondo de su corazón, esperase hallar una fotografía que la redimiese, la única que tendría alguna importancia para ella, junto a su madre. Madre e hija en perfecta unión, una en la que se sintiese parte de algo, de alguien, amada por el único amor que dura para siempre, pero no la encontró. Madre era una palabra muy grande en la boca de su progenitora cuando jamás había ejercido su uso. Padre era una palabra sinónima de miedo, de injusticia y de dolor. No encontraría respuestas a sus cuestiones y Susana sabía que su búsqueda sería infructuosa. Cerró la caja y lloró por su infancia perdida y el desconocimiento del significado de la palabra familia, mientras se acariciaba el vientre abultado. Aún no había nacido su pequeña Laura y ya tenía una caja para llenar con sus fotos. La primera ya estaba dentro, su ecografía, fotografía interna de su existencia. Se inclinó sobre su estómago con una sonrisa de complicidad y susurró: "Me vas a llenar la caja de sonrisas felices, para que jamás, nunca, tengas que buscar una fotografía que confirme lo especial que eres para mí".
3 comentarios:
Está muy bien Ruth. El tema del cual escribes es conocido por mis hermanas y yo, quizás no tan grave pero muy jodido.
Yo he oído decir a mis 2 hermanas esta frase, "Siento decirlo pero no siento nada por la mama" "No la quiero" es muy duro pero las comprendo, a mi me pasa lo mismo. Tal vez yo por ser hombre no lo he sufrido tanto pues mi madre es machista y cree que la mujer está para servir al marido...bueno es una historia muy larga y no quiero hacerme pesado.
Tu relato excelente, ya lo he leido tres veces.
Besotesss Manuel
Me ha encantado tu relato, no me extraña que ganaras el concurso de Albanta...
Y esa foto en concreto es de tu colección personal de fotos antiguas?? Me encantan.
Si, esta foto es de mi primer cumple, aunque la original es en color y sin el ojo de pez, pero me apetecia jugar con el programilla de fotos, jejee. De todos modos este relato no esta recibiendo muchos puntos. Unas veces se gana y otras te apedrean, que se le va a hacer...
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