viernes, 7 de diciembre de 2007

LA ULTIMA VEZ (35 ALBANTA)


Cerré la puerta a mis espaldas, con los ojos cerrados, sintiendo en la palma de mi mano el rugoso tacto de la madera tosca repintada tantas veces. No volví la mirada una última vez mientras iba bajando los escalones despacio, ni me deleité en contemplar el hermoso mural de la entrada del edificio que representaba a un fauno alado. No miré por última vez el portal de cristal labrado, ni la calle que me alejaba inevitablemente de un lustro de vida miserable y torturas del alma.
Si te quise alguna vez, no lo sé, no lo recuerdo, pero dejé tu cuerpo en el lecho entre las sábanas que arrugamos hace meses por última vez, y sólo porque habías bebido de más y te apetecía alegrar el cuerpo, sin contar con mis sentimientos o el dolor que me causabas. Por última vez permití que las lágrimas corrieran por un rostro surcado de cicatrices tan invisibles como las heridas que tus palabras ponzoñosas infligían a mi corazón.
Te diste cuenta demasiado tarde de que habías acabado con mi paciencia, de que todo ser humano tiene un límite y tú hacía ya tiempo que habías sobrepasado el mío. La primera vez que te ví, me pareciste apolíneo como un príncipe, la última eras sólo un cuerpo roto y patético, sombra ridícula de la persona que jamás llegaste a ser, víctima de tus propias frustraciones.
Cociné para tí anoche por última vez, con el mismo cariño que lo hice la primera, o quiza con más, porque sabía que, como un condenado en el pasillo de la muerte, esta sería la última cena que te serviría en la vajilla de Limoges que nos regaló tu madre el día de nuestra boda.
Ahora me alejo camino de la estación para no volver la vista atrás, rumbo a cualquier vida mejor que la que tuve a tu lado. Ya no tendré que tomar más valium, ni lavar mis penas en silencio por temor a tus represalias. Las cápsulas se disolvieron perfectamente con la salsa de churrasco que tanto te gusta. Lo disfrutaste, Mariano, lo sé. Lo pude ver en tus ojos vidriosos, mezcla de alcohol y calmante, anoche, cuando los cerraste por fin. Cuando te fuiste a la cama tambaleándote por última vez. No me llevo nada, Mariano. Sólo el recuerdo de lo que pudo ser y no fué y una maleta con la poca ropa que me compré en el escaso quinquenio que estuvimos juntos. No me llevo nada Mariano. Me alejo en silencio por última vez.

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