viernes, 30 de octubre de 2009

EL ULTIMO ADIOS

Nana no era una abuelita cualquiera. Tsk, tsk. Tras su apariencia apacible y la severidad del bastón que la acompañaba desde una mala caida que dañó su cadera, se ocultaba la historia de una mujer trabajadora y fuerte que gustaba de tomar té con galletas con sus amigas Nancy e Isa, jugar a las cartas en la cafetería tranquila de un hotelito cercano o beber scotch a escondidas (sin pasarse) cuando la fortaleza le fallaba.
La casa del número 25 de Mallow street, justo junto a la que vivo en la actualidad, es un edificio Georgiano que ahora está convertido en apartamentos. Pero antes fue una casa familiar, donde Nana ayudó a criar a sus dos nietos Jayne y William y a "reeducar" un poco en la cultura irlandesa a una Au Pair que llegó a su casa y que era una completa extraña a la que adoptó como nieta postiza. Una Au Pair que llegaba con el miedo añadido de que con la familia de dos hijos vivía "la suegra". Pero la suegra resultó ser una de las personas más encantadoras que conociera.
Y antes de que esta casa fuera un hogar, había sido un Bed & Breakfast, una pensión llevada sola y únicamente por Nana años ha, en un tiempo en el que no había lavavajillas ni aspiradoras ni Cillic Bang. Cocinaba para sus huéspedes y hacía todas las tareas domésticas sin ayuda electrónica alguna. Dicen que muchos de sus huéspedes eran jóvenes policías (Gardai) recién llegados a un Limerick menos conflictivo que el actual, que pasaban allí sus primeros días hasta que encontraban alojamiento. Y dicen que muchas veces, cuando la comisaría de Henry Street se veía desbordada de trabajo, el número 25 se convertía en una sub-comisaría. Y no contenta con todo este trabajo, Nana trajo al mundo cuatro hijas y un hijo. Y una de sus hijas, que aún reside frente a ese antiguo Bed & Breakfast, se casó con un Garda.
Pero la vida tiene un ciclo y los años, las enfermedades y la mente debilitan a la persona más fuerte. Nana tuvo que ser ingresada en una residencia. Necesitaba cuidado las veinticuatro horas del día porque se había convertido en un peligro para ella misma. A veces se levantaba en medio de la noche, quizá con intenciones de hacerse un té, y olvidadas las nuevas tecnologías que la kettle (tetera eléctrica) trajo consigo varias decadas atrás, abriría el gas sin duda con intención de calentar un cazo de agua. A los cinco minutos, olvidado el tema, regresaría a la cama sin recordar el gas abierto o el fuego en el hornillo vacío. Otras veces saldría a la salita y acabaría vagando por el jardín descalza y en camisón, como un fantasma de tiempos pasados. Y la familia se vio obligada a dormir en un sofá frente a su puerta durante noches sin fin.
En la Residencia vivió felizmente, olvidando poco a poco a los que la rodeaban y tal vez su propia vida, durante los últimos tres años y medio. Un ataque al corazón hace casi un mes la dejaría postrada en cama, inconsciente la mayoría del tiempo, debilitándose como la llama de un candil hasta que una tarde su alma fue tomada caritativamente y cerró los ojos y suspiró con más paz de la que había conocido en sus últimos días.
El miércoles por la tarde fue lo que aquí se conoce como el Wake (el velatorio), que aunque tradicionalmente se celebraba en la casa del difunto con éste de cuerpo presente, en la actualidad tiene lugar en la Funeraria. Allí firmamos el libro de condolencias y nos dieron un folio con una oración y la foto de Nana en su mejor momento, la Nana que yo conocía.

Nana estaba en su féretro en el centro de la habitación. Entrabas por una puerta y la familia se encontraba alineada a lo largo de la pared y la siguiente. Yo, con los ojos inundados de lágrimas desde que vi la larga cola de asistentes, ignoré por toda la cara a los cuatro o cinco primeros familiares. Iban vestidos de riguroso traje de chaqueta negro con camisa blanca y corbata y pensé que eran empleados de la funeraria. Reconocí a los siguientes y con los labios apretados les di el "sorry for your loss" como puede. Caroline me abrazó y me preguntó si estaba bien. Su marido, hijo de Nana, también, así como el resto de hijas. Dos de ellas, Helen y Tess me conocen bastante bien. A las otras dos apenas si las he visto en alguna ocasión. Al fondo, en sendas sillas estaban William y Jayne, que se abrazó a mí llorando como si de ello le dependiera la vida. Frente al féretro estaban las otras nietas de Nana, de las cuales puedo nombrar a Tara, Ciara, Emma, Nichola, Dannielle y al menos seis o siete más y un par de nietos. A Nana no la miré en ningún momento. Al entrar vislumbré la barbilla y parte del rostro pero no quise verla.
Jayne y William me invitaron a sentarme con ellos, había una silla aguardando vacía para mí, pero tras un rato de venir gente a apretarme la mano y darme el pjsame, decidí salirme porque no lo veía apropiado. Creo que esto tampoco sentó bien a algunas de las nietas porque intercepté miradas confusas. Quince minutos después, cuando comenzó el servicio (un sacerdote amigo de la familia dijo unas palabras), volví a entrar, y tras esto comenzó de nuevo el riego de personas que pasaron a dejar su pésame. En total la familia estuvo allí dos horas de pie recibiendo condolencias de más de 500 personas. Acabadas las visitas, la familia tenía unos momentos para ver por última vez a Nana, mientras el director de la funeraria y su ayudante se llevaban las flores para ir colocándolas sobre el coche que trasladaría los restos a la Iglesia. Viendo que casi todos se acercaban a dar un último beso a Mary, la curiosidad me pudo más y no me arrepiento de ello. No era mi Nana oronda y de cabello permanentado había perdido mucho peso (de una talla 50 a una 38), pero se la veía en paz. La habían maquillado con sombra de ojos rosa pálido y algo de color en los labios (nada extravagante, sólo una pincelada que ocultara, supongo, la palidez de la muerte). En las manos llevaba entrelazado un rosario y estaba cubierta hasta ellas de una funda de raso color crema. No me incliné a besarla por temor a su rigidez, pero sí le acaricié la mano.
Luego esa funda de raso la cubrió por completo y cerraron el ataúd. Llantos y lágrimas. Nunca mas verían su rostro. Los nietos y su hijo la llevaron al hombro hasta el coche que esperaba fuera. Después, todos caminamos tras el féretro hasta la iglesia. Jayne me aferró del brazo y así seguí a Nana en su penúltimo viaje. A mitad de camino se nos unió un coche de policía que nos escoltó por las calles y cortó el tráfico en los cruces más concurridos. La misa fue cortita, sencillita, simplemente un servicio sin comunión ni liturgia. De ahí la familia invitó a todos los asistentes (la Iglesia estaba llena) a tomar un refrigerio en un pub cercano. Yo me fui a casa, no me apetecía nada. Me consta que estuvieron allí hasta el cierre, pasada la una y pico de la madrugada.

Al día siguiente la misa comenzó a las 12 de la mañana. Nos dieron al llegar unos folletitos con las oraciones a leer. William dijo unas palabras sobre su abuela. Jayne cantó un emotivo You Raise me Up que me puso los vellos como escarpias. Jayne ha tenido preparación musical durante los cuatro años y tiene una voz operística que nada tiene que ver con la niña prepotente y pedante que cuidé cuando tenía 6 años y a la que tenía que pedir que no cantara... por favor. La Iglesia se vino abajo en lágrimas y ella también tuvo que cortar el tema porque se le estaba quebrando la voz. Ciara subió al púlpito para leer un poema, pero se le murió la voz...
Al término de la ceremonia, de nuevo cargaron el ataúd hasta el coche. El día estaba gris, amenazando una inminente lluvia que aguantó hasta justo después del sepelio. En esta ocasión sólo algunas de las nietas y nietos y su hijo Billy caminaron tras el coche hasta el cementerio, que está a una distancia considerable. Caroline, Jayne y yo seguimos el cortejo en el coche. A mitad de camino, Emma, que llevaba unos taconazos impresionantes que había cambiado por unas zapatillas bajas para la caminata, perdió una sabrina y tuvimos que parar para que pudiera correr atrás y recuperarla.
En el cementerio, todo fue muy rápido. Nada más llegar fue sacar el ataúd del coche, bajarlo al hoyo, cubrirlo con una alfombrilla verde asemejando césped, decir un Padrenuestro y dos Avemarías y marcharnos al Hotel en el que tendría lugar la comida para los 125 asistentes que decidieron acudir a la misma. Allí ya todo el mundo se relaja, pasan página y se comportan, prácticamente, como si estuvieran en una celebración de un cumpleaños, una boda o algo similar pero sin orquesta.
Vi a una señora de más de cuarenta y muchos años vestida como si fuera a una discoteca en Ibiza, con un peinado barato en su pelo teñido de un reluciente rubio, con sandalias doradas y bolso a juego y una falda tan corta que dejaba poco a la imaginación. Otras asistentes llevaban tacones de vértigo y vestidos negros, pero maquillaje para parar un tren. En fin, son diferentes costumbres y modos de enfrentarse a la muerte. al menos esta familia tuvo el gusto de hacer una comida elegante en un buen restaurante y no como otros funerales a los que he acudido donde van directamente a un pub donde como mucho ponen unos sandwichitos y finger food, o lo que es lo mismo, salchichas, alitas de pollo y patatas fritas.
También me tuve que enfrentar a una señora que tras interrogarme a fondo sobre los funerales en España aseguró con toda la convicción de su corazón que nuestras costumbres de enterramiento eran "frías y barbáricas", sólo porque el muerto no está habitualmente de cuerpo presente y con ataúd abierto para contemplación de todos, porque no nos paseamos por media ciudad andando tras el coche fúnebre (la tendríamos clara en Cádiz, caminando hasta Chiclana!), o que luego no fuéramos "a celebrar la vida del difunto". Le dije que no lo consideraba barbárico, teniendo en cuenta que no soltábamos a los toros en medio del cementerio y me fui a otra mesa a saludar a varios conocidos. Cabe resaltar que esta persona tampoco estaba de acuerdo con la cremación... Distintos puntos de vista. A mi familia la hemos cremado de acuerdo con sus propios deseos y esparcido sus cenizas en el mar como querían. No tengo la necesidad de ir al cementerio al quinto pepino si quiero visitar a mi abuelo. Me basta asomarme a la ventana o bajar al paseo cuando estoy en Cadiz y mirar la Bahía. El estará ahí siempre.

10 comentarios:

Inma dijo...

Un beso Candela, ya pasó todo este lío, y sólo queda recordarla con alegría.

anele dijo...

Qué bonito tu post. Admiro el valor que tuviste de asomarte al féretro (yo nunca lo hice; aunque más que falta de valor, pesaba más mi interés por conservar el último recuerdo intacto, sin tener que recordar siempre una cara que nunca se parece a la suya, y tan fria).
Me resulta increible la capacidad que tienen allí para cambiar de cara en pocas horas; primero todos llorando a moco tendido y por la tarde a vestirse de gala y a celebrar. No lo entiendo. Vale que luego se organice una comida (sobretodo teniendo en cuenta que siempre vienen familiares de otras provincias) y que sea distendida, se sonría, incluso se ría (al menos se descargan tensiones). Pero hasta el punto de plantarte unos tacones, minifalda y moño de peluquería... uf. Qué raros son estos irish.

Candela dijo...

No Anele, no es que se cambiaran. Es que llevaban ya esos tacones y esos peinados en la iglesia y en el entierro...

marisa desaztre dijo...

Pos yo no entiendo esas costumbres. A mi, cuando estoy depre lo último que me apetece es arreglarme y esas cosas. De hecho, cuando se me ha muerto un familiar o alguien a quién he querido, de lo que menos he estado pendiente es de qué me iba a poner. Pero bueno, cada uno entiende y vive las cosas de una manera.
Tampoco soy de las que miran los féretros. Una vez lo hice y, aunque el difunto estaba "arreglado", me hizo una sensación tan extraña verlo que no he vuelto a repetir experiencia.

chema dijo...

cuando llegas a un sitio extraño y una persona te acoge muy bien desde el principio, eso nunca se olvida. por eso comprendo que le tuvieras tanto cariño. en la foto, tenía cara de buena gente.
estoy de acuerdo en que el espíritu de una persona que ya no está, en cierto modo permanece en los lugares donde vivió...

Cloti Montes dijo...

Nunca he visto un muerto, quitando a alguna momia en algún museo, o algún animal. Y espero morirme así, sin ver ninguno.
¿Te has desahogao?
Bsssssssssss
Cloti

Geno dijo...

¡Ánimo, Candela! Es normal que la eches de menos puesto que formó parte de tu familia

Charo Barrios dijo...

Precioso post Candela. Bueno, eso de invitar a los asistentes al velatorio a tomar algo se ha estado haciendo en España durante muchos años. (cafés, copa, etc.). Ahora ya menos puesto que existen los tanatorios para estos actos.
En cuanto a lo de asomarse para ver el féretro creo que se explica cuando hemos querido o admirado al difunto/a y necesitamos conservar el último recuerdo, es como un pequeño homenaje de respeto.
Descanse en paz, pero queda su recuerdo vivo.

BLAS dijo...

Me alegra que al final fueras, era una persona casi como de tu propia familia.
Lo que sigo sin entender es la costumbre de celebrar un entierro como si fuera una fiesta. Arreglándose en plan disco-fashion, pero al fin y al cabo, cada lugar tiene sus costumbres y hay que respetarlas. Todo tiene su razón de ser.

lisebe dijo...

D.E.P. la bendita señora Candela..

Actualmente lo que has escritos de Nana me hace sentir agriamente infeliz, porque veo a mi madre en ella, olvidánse día a dia de lo que fue y lo que es, y también de quién somos nosotros sus hijos.. pero esta vida nadie nos ha dicho que sea justa ..

Me da auténtico miedo pensar que ese día pueda llegar.. el que explicas.. Pero es ley de vida.

Besos querida Candela